Restos

“La deformación es evidente. Allí los tenéis. Antes, como lo demuestran estos antiguos cuadernos, donde terminan estos seres había unas prolongaciones que les servían de sostenes y que les ayudaban a desplazare. Precisados obviamente al uso de vehículos para transportarse de un lugar a otro, estos sostenes fueron perdiendo fuerza y vigor, acabando por extinguirse, dejando, como único testimonio de su presencia, estas pequeñísimas protuberancias o perillas, allí donde empezaban las que debieron ser cabezas de dos huesos largos. Estos seres-nalga (llamémoslos así), fueron convirtiéndose en tales, por el uso excesivo de las máquinas antiguas de gasolina y el subsecuente desuso de sus miembros inferiores que terminaron por atrofiarse hasta casi quedar reducidos a la nada…”

Sacado de un estudio reciente, de las civilizaciones extintas entre los años 1900 a 2000.

Emilia Ortiz
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 459

Percepción

El aire atronador recibe disparos de incontables cañones imaginarios. Dicen que es la inauguración de una planta eléctrica, pero yo hubiera jurado que bandadas de palomas carnívoras mordían niños huérfanos, produciendo el fragor de una batalla, el fluir de una corriente invisible, con los huesos duros de sus quijadas. Y quizá algún grito de niño asombrado por la herida recién abierta en el costado enjuto, donde un ávido revolotear blanco escarba ansiosamente.

Martha Yera
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 457

El cautivo

En aquel planeta situado en un confín de la galaxia, hubo preocupación por haberse detectado rudimentarias explosiones atómicas, originadas más allá de Marte.

Se decidió, por tanto, enviar una nave con la misión de capturar un ser tipificado de aquella probable y peligrosa civilización.

Después de larga travesía la nave arribó, sigilosamente, a las cercanías de una gran ciudad. Y tras cuidadosa observación fue capturando, al amparo de la noche, uno de aquellos seres tan parecidos a los mismos expedicionarios y que pululaban constantemente por la urbe.

El regreso tuvo lugar.

Hasta la fecha, los sabios de aquel planeta ubicado en el lindero de la galaxia, no han podido determinar el coeficiente mental, ni la verdadera naturaleza e intenciones del Volkswagen rojo que fue secuestrado de un estacionamiento de la tierra, cierta vez, como a las dos de la mañana.

Jorge Mejía Prieto
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 451

Fiebre

Cerraba los ojos y se le representaban figuras monstruosas, pájaros vivos de plumajes agresivos, picos, crestas, ojos con bolsas, verrugas, medallones de piel colgante, plumas esponjosas de pavos violáceos. Hubiera querido estar inserto en una logia masónica. Levantarse del gran tumulto, de la gran vulgaridad, tomar la hoz con la mano, empuñarla y cortar. Pero todo seguía andando igual, negro, difuso mundo, saturado de rancias costumbres. Generalizada, rubicunda idiotez. Había tratado de interpretar la realidad con los sobres de avión sobre la mesita de luz, los papeles marcando alguna página sagrada de un libro, poniéndose a caminar despreocupadamente por los suburbios del cementerio del Norte como un vagabundo o como una viejita que va mirando el suelo, entre tumbas recién abiertas, montones de tierra, restos de flores secas y cruces en el suelo. Estar inmerso en algo. Un orden superior y dogmático que nada ni nadie pudiera quebrar. Abrió los ojos y comprendió que estaba en el sótano de su casa, todo anegado de agua con un montón de objetos dispares flotando en la superficie turbia, hinchados y descompuestos.

María D. de Guerra
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 451

Sucedió en el parque

El vagabundo, cansado de la vida, decidió suicidarse en el viejo parque infantil colgándose de un árbol de almendro.

Al otro día los niños lo confundieron con un columpio y se mecieron en él hasta que el cadáver comenzó a descomponerse.

Todavía puede verse el esqueleto blanco del vagabundo pender de las ramas del árbol. Algunos paseantes creen que se trata de una novedosa manera de vender jabones.

Luis Arturo Ramos
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 448

Antepasados

¿Cómo no creer en la veracidad humana de las pinturas rupestres? ¿Cómo negar que esas negras huellas de manos son el primer esfuerzo del hombre por darse a conocer, por dejar testimonio absoluto de que fue… y seguirla siendo? Yo, que estudié esas huellas muy de cerca, con la sonrisa desdeñosa de los que así mismo desdeñan a Sócrates, y la cosquilla incrédula en medio de la garganta, aún siento el ardor de aquel súbito golpe seco; y, por si no me creen: miren mi trasero. Ahí están marcados los cinco prehistóricos dedos. ¿Puedo volver a darle la espalda a esta realidad?

Martha Yera
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 445

Fragmentos de un rompecabezas

Aquel hombre, al terminar de armar el rompecabezas, vio con asombro que en su superficie se reflejaba su cara: había inventado los espejos.

O bien de esta manera:

Aquel hombre, al terminar de armar el rompecabezas, vio con alegría que el cuerpo destrozado de su amigo, volvía a tomar forma por obra y gracia de sus manos.

También podría quedar así:

Aquel hombre armó un rompecabezas en blanco, dibujó su cara sobre la placa y luego la desbarató. Nunca jamás pudo volver a encontrarla. Murió en el anonimato.

Luis Arturo Ramos
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 441

Esperanza

Después de bregar años y años por desfiladeros y precipicios, sufriendo multitud de penalidades y burlando la muerte una y mil veces, llegó a la orilla de aquel río de aguas turbulentas y formidables, las tocó con su vara y éstas se abrieron formando dique a derecha e izquierda; cruzó sin problemas y llegó a aquel país maravilloso; sin guerras injustas, sin abortos, sin crímenes nefandos, sin smog, sin ruidos de escapes y motores, sin carreras precipitadas, sin vendedores ambulantes, sin política, sin líderes ni dictadores, sin… iba a lanzar un grito de alegría, pero alguien le tocó en el hombro y le dijo: “Silencio, has cruzado el río que separa la vida de la muerte”.

Salvador Castañeda Pérez
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 439

Mutación

Un torero, joven, pero ya colocado. Una bailarina de flamenco, joven y principiando. Matrimonio feliz. El mozo de estoques que grita: “…señora, dice el señor que no va a esperarla todo el día…” Cinco años después: Ella es la estrella de un tablao… su “secre” grita: ”…señor, dice la señora que no va a esperarlo todo el día…”

Paco Malgesto
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 429

Claudicación

A pesar del gran apoyo brindado por sus fieles colaboradores, de los consejos y súplicas del señor Obispo y principalmente de la gran fuerza moral que siempre lo había caracterizado, se encontraba, sin llegar a creerlo aún, en aquella desesperante situación. Inmóvil como una estatua sin atreverse siquiera a dar un paso más, analizaba una y otra vez los motivos que habían de conducirlo a tal catástrofe. Su angustia llegó al límite al dejarse escuchar una voz celestial confirmando el fin:

¡Jaque Mate!

Miguel Ramírez Corzo N.
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 428

Fórmulas mágicas

Llevada por la curiosidad de saber algo más, sobre la pintora Remedios Varo, escribí una larga carta a esta y sabiéndola muerta, la deje en el sitio más favorable que encontré para que ella lo recogiese. A las pocas semanas volví y encontré la respuesta; eran algunas fórmulas mágicas inventadas por ella para pintar, que he aplicado diligentemente con excelentes resultados: consiga un ave y extraiga de ella, con una pinza, el secreto de su vuelo; construya edificios, castillos, fortalezas, muros, puentes, barcas, triciclos, escalas, con el material entubado que se expende en San Juan de Letrán No 5; baje al mar y recoja, con una redecilla, el plancton marino; su variado diseño, le servirá para estimular su imaginación; salga con Proust, en busca del tiempo perdido, aprenda a amar a Apollinaire y a deleitarse con Jerónimo Bosco; elabore: velos, paños, tules, flores; sombreros y parasoles; botones y encajes, con simples pelos de marta y por último, —aquí parece temblar su menuda letra— mezcle a lo anterior la gracia, en proporciones adecuadas.”

Emilia Ortiz
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 427

El perfil del estípite

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Es la hora en que el gato se relame los visos con ríspida lengua. Intempestivamente la escritura agitada del gorrión salpica el cuaderno rayado de la jaula y su nota agridulce y repentina turba el minucioso discurso del reloj. Las blancas geometrías de la ventana se postulan abiertas contra el gran muro que apenas las resuelve y por el que resbala la cuña líquida del cielo azul.

Es el momento justo, no más; el instante en el que todo el filo del sol se abate allí, sobre el perfil preciso de la palabra estípite.

Salvador Elizondo
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 425

Regalo

Quiso regalar a su mejor amigo un barril de óptimo vino hecho por él mismo.

Y de su propia viña cortó las más dulces y jugosas uvas, que exprimió con sus propios pies, en una monótona y piadosa danza.

Depositó el zumo, fruto de su viña y de su esfuerzo, en un viejo barril heredado de sus antepasados.

Entregó su obra al tiempo y a la humedad del sótano de su casa para que ellos la perfeccionaran.

Fue tan larga su paciente espera y tanta la humedad del sótano, que el contenido del viejo barril se tornó aguado y acre.

Y regaló a su mejor amigo un barril de buen vinagre hecho por él mismo.

J. Salvador García
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 424

La primera…

Oigo luces inconcebibles, fulgurantes, veo bramidos, ruidos y un rumor. Percibo un olor ya conocido; me muevo y un espantoso dolor que empieza en la ingle, me paraliza la pierna y me quema hasta el pecho. Veo un cielo azul con nubes que da vueltas, un círculo amarillento, unas manchas rojas que se mueven, una mancha negra me golpea… Ahora es una figura blanca… es una voz que me dice: “”…tranquilo, el parte médico dice que no es grave…” ¿¿¿…parte médico…??? ¡Sí! ¡Con razón, es mi primera cornada!

Paco Malgesto
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 423

El libro

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El hombre se detuvo y miró con timidez por encima del hombro del otro, tratando de descifrar los caracteres del libro que leía. El lector se volvió irritado y soltó un manotazo. El sombrero del tímido curioso voló por los aires y su rostro quedó marcado por el golpe. Luego el hombre continuó su lectura y el tiempo pasó. ¿Qué hizo el tímido curioso? ¿Dónde estuvo todos esos años? El curioso vagó por el mundo, sufrió, realizó casi toda su vida. Estuvo lejos o cerca del lector, no se sabe.

Lo cierto es que al cabo de los años, vencido totalmente por la curiosidad, volvió a espiar por encima del hombro del otro. Esta vez, el hombre dejó a un lado el libro y le preguntó con la benevolencia que dan los años:

—¿Tanto te interesa lo que leo?

El curioso balbuceó algo, carraspeó y se atrevió a decirle:

—Sí, todos los años he vivido angustiado por eso. Ahora estoy aquí y quiero saber.

—Bien dijo el lector, recogiendo el libro y abriéndolo por sus últimas páginas—; espera solamente que termine y lo sabrás.

El curioso esperó con impaciencia. Unas horas más tarde concluía el lector su libro y un instante antes de cerrarlo para siempre le dijo:

—Escucha, leía tu vida. Desde el día aquel en que naciste hasta tu muerte: ¡así!

Y cerró de golpe el libro.

Miguel Collazo
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 418

Mariposa

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Era la estación y había miles. El hombre observó fríamente el filo de la navaja, de pie frente al espejo, en su casa de la calle Picota. Las mariposas habían quedado inmóviles en el espacio y la sombra de alguna de aquellas alas multicolores cayó sobre el borde inferior izquierdo del espejo. Al salir del valle de los muertos notó que llevaba sobre los hombros una gigantesca mariposa cada vez más pesada.

Miguel Collazo
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 417

El hogar

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El niño trajo sus “comics” y comenzó a leerlos. El padre desvió un instante la mirada del periódico y se regocijó viéndolo a su lado. Luego volvió a su periódico. De pronto reaccionó. Las imágenes cruzaron veloces por su mente. ¿Qué leía su hijo? Miró nuevamente, tratando de descifrar aquella criatura y lentamente, con perplejidad y desasosiego, comprendió que ni aquella criatura era su hijo, ni los cuadernos impresos eran “comics”, ni aquella era la sala de su casa.

Miguel Collazo
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 417

Formas de supresión

(Objeto activo).— El fotógrafo preparó la cámara, enfocó su objetivo y oprimió el obturador: La pareja de fotografiados desapareció para ir a plasmarse al plástico oscuro de la película.

(Objeto pasivo).— La pareja (hombre y mujer tomados de la mano) sintió un frío helado invadir sus huesos; luego una sensación de vacío se fue apoderando de ellos. Comenzaban a desintegrarse. La última imagen que vieron, fue la del agujero de la cámara perdiéndose poco a poco en la lejanía.

(Corolario).— Esta es sólo una de las formas que se utilizan en el país para ejecutar a los criminales, se evitan gastos superfluos y se suprime el feo espectáculo de gentes agonizando.

Luis Arturo Ramos
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 392

Tántalo

Tántalo, encadenado por los siglos y los dioses, moría entre gemidos de sed y de fatiga, haciendo siempre el esfuerzo inútil de alcanzar el agua… hasta que un día un hombre levantó una pequeña casa cerca de su sitio, y puso un puesto de coca-cola.

Salvador Castañeda Pérez
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 408

Confesiones

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“Si tú no me amaras como yo te amo, sería capaz de hacer quemar las plantas de mis pies. El fuego treparía por mis rodillas como una lengua en llamas, alcanzando mis muslos y abrasando mi cintura hasta rodear mis pechos que refulgirían como dos pequeñas galaxias en espiral. Ardería mi pelo hasta consumirse quedando mis ojos engastados en su estuche de cenizas. Mi última mirada llegaría hasta ti, entrándote todo, como a la casa que nunca habité, para vivir y gozar del sol que nunca obtuve, asomada al balcón de sus párpados, que no supiste entreabrir para albergarme, quedando como una golondrina que mira entristecida desde afuera, ¡prendida al alambre de su invierno eterno!”. —¿Pero quién escribió esa cosa absurda?, dijo mi padre confundido al juntar mi cuaderno que resbalaba por debajo de los almohadones del sofá-cama. Al oír aquello, mi madre se acercó y leyó inquieta por encima de su hombro mi trágica determinación. Arrastrándome hasta su habitación, cerró tras de sí la puerta: “se necesita una causa muy grande para ansiar morir como Juana de Arco, en esa forma horrible”, pero al ver mis ojos arrasados en lágrimas me dijo visiblemente conmovida:

“Confiesa, hija mía: ¿por quién osas pretender sacrificándote así. Con un haz de voz apenas perceptible respondí: por él, por “Raphael”, pero júrame que no lo dirás a nadie, a nadie, imploré bañada en lágrimas asiéndome a sus rodillas. Ella acarició mi pelo diciendo melancólicamente: “¡a tu edad también ansié morir!, pretendiendo que nadie supiese por quién…”

Emilia Ortiz
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 401

Cálculos de amor

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Ella estaba completamente desnuda.

—¡Oh delicioso tesoro mío! —exclamaba él, trastornado de placer—; yo te amo, te amo con el alma y los sentidos.

Y en sus arrebatos de pasión le prodigaba los más tiernos y cariñosos nombres.

La había deseado largo tiempo, entre suspiros, lágrimas y súplicas, y, por fin, la ingrata había consentido en despojarse por vez primera de sus elegantes vestidos, que tantos encantos ocultaban.

Sin embargo, él no se precipitó con el furioso arrebato de la pasión sobre el cuerpo adorado; todo lo contrario: con la más perfecta calma, se acerca a un pequeño mueble estilo Renacimiento, con instrucciones de marfil y oro, y sacando una cinta de raso de un metro de larga, se vuelve hacia su amiga, que le espera recostada sobre el mullido diván, y empieza a medir toda la superficie de su torneado brazo.

—Pero, ¿qué haces? —exclama la niña estupefacta.

—Espera —le responde con un gesto— No te muevas

Pasó la cinta desde la raíz de sus dorados cabellos hasta la rosada punta de su pie; todo, todo lo midió con febril ardor, interrumpiéndose muchas veces para entregarse a algún cálculo mental.

—¡Seis mil cuatrocientos!

—¡Seis mil cuatrocientos! —repite ella, creyéndolo loco.

—Sin que exista error, es decir, que la superficie de vuestro divino cuerpo, medida por su cara anterior —es preciso reservar la posterior para el porvenir —se compone de seis mil cuatrocientos centímetros, de un cutis más fino y perfumado que la rosa; de manera —prosiguió entusiasmado, pero metódico— que suponiendo que un beso mío cubra tres centímetros de tu piel, necesitarán mis labios apoyarse sobre ella dos mil ciento treinta y tres veces, para cubrirla toda; me parece, querida mía, que aunque mis labios persistan una hora o dos, habrá algunos de más larga duración…

—¡Pero, Dios mío, entonces esto no acabará nunca!

—Es que, adorada mía, nuestro amor durará hasta la consumación de los siglos.

Y, postrado de rodillas, comenzó a besar la puntita de su pie desnudo, que colgaba fuera del lecho, haciendo trampas para prolongar la caricia

Catulo Mendes
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 398

La lección

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Llamé suavemente a la puerta de la más hermosa e ingrata de las mujeres, de aquella que me amó largo tiempo: ¡oh, sí, largo tiempo!: de abril a abril. Largueza meritoria de ternura.

—¿Quién está ahí? —respondió ella desde dentro.

—El que te adora, amada mía—respondí—, y a quien tú desdeñas.

—Amigo mío, no es propio de un hombre cortés venir a molestar a las personas en el momento de meterse en el lecho; continuad, os lo ruego, vuestro camino.

No insistí más y me retiré triste y cabizbajo, pensando que las jóvenes bonitas se complacen en cambiar a menudo de amante; desechan al viejo por el que se presenta hoy ofreciendo nuevas caricias.

A pesar de todas estas reflexiones, volví sobre mis pasos y llamé otra vez a la cerrada puerta de aquella mujer que ya no me amaba

—¿Quién es? —Respondió con enojo—. ¡Cómo! ¿Sois vos todavía?

—No, es otro, amiga mía, os lo aseguro, otro que se muere de cariño y que desea besar nada más la puntita de ese lindo pie que asoma por debajo del vestido.

No respondió al pronto; sin duda se entregaba a sus meditaciones.

—¿Otro? —respondió al fin.

Creí por un momento que iba a enternecerse, pero prosiguió con tono duro:

—Os repito que es muy inconveniente venir a turbar el sueño de las personas cuando éstas se disponen ya a cerrar sus pupilas; seguid en buena hora vuestro camino.

Yo entonces le pregunté desolado:

—Pues que, para ser acogido de nuevo por vos, ¿no es suficiente, querida infiel, haber variado en absoluto, ser, en una palabra, completamente desconocido?

Escuché detrás de la puerta una risa contenida.

—Aprended —me dijo por último—, y sírvaos esta lección para lo sucesivo; no es suficiente, ni satisface a una mujer, recibir el mismo beso de un hombre dado de diferente manera; esto hastía, causa molestia; es preciso, para sentir el goce, que sean otros los labios que lo den.

Catulo Mendes
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 397

Catulo Mendes

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Catulo Mendes

(Catulle Mendès)

(Burdeos, 22 de mayo de 1841 – Saint-Germain-en-Laye, 7 de febrero de 1909)

 Escritor francés del parnasianismo.

Descendiente de una estirpe de judíos portugueses por parte paterna. Su madre era católica. Su abuelo fue un banquero judío amante de las letras que amaba especialmente la literatura latina, de ahí que su hijo se llamase Tulio y su nieto Cátulo (Catulle) en honor a los dos grandes poetas clásicos. Catulle Mendès pasó su infancia viajando por toda Europa debido a los negocios de su padre y parte de su adolescencia en Toulouse. Partió para París en 1859 en busca de la gloria literaria; formó parte del círculo de amigos de Théophile Gautier y desposó a su hija Judith en 1866, a pesar de la negativa del padre de ella. Se dio a conocer en 1860 al fundar la Revue fantaisiste, en la que colaboró en particular el narrador Villiers de l’Isle-Adam. En 1863 publicó su primer poemario, Philoméla.

Tras un viaje a Alemania, donde se matriculó en la Universidad de Heidenberg, donde vivió al límite la vida estudiantil, incluyendo los duelos a espada. Allí se volvió un gran admirador y defensor del compositor Richard Wagner, al que dedicó dos obras: Richard Wagner y L’oeuvre wagnerienne en France.

Formó tertulia en casa de Louis-Xavier de Ricard, adonde acudían Leconte de Lisle ensuite, où François Coppée, Léon Dierx, José María de Heredia y Théodore de Banville. Bajo el impulso de Ricard y Mendès nació el Parnasse, del que Mendès se constituyó en historiador al publicar más tarde La Légende du Parnasse Contemporain (1884). En la revista Le Parnasse Contemporain que dio título a la estética parnasiana participó activamente. La amistad entre Mendès y Gautier, sin embargo, no duró. Hacia 1869, Catulle Mendès empezó una relación con la compositora Augusta Holmès que le dará cinco hijos antes de separarse en 1886, tres de los cuales fueron pintados por Auguste Renoir (Les Filles de Catulle Mendès). Una de ellas, Hélyonne, se casará con Henri Barbusse. Mendès matrimonió con con la poetisa Jeanne Nette, quien será su última compañera y de la que también se encontraba separado en el momento de su muerte. Su actividad en el campo de la crítica teatral le procuró un incidente con el director Aurelien Lugné-Poe que, tras una crítica furibunda publicada en La Revue Blanche fue respondida mediante un artículo de Lugné-Poe en La Presse. El cruce de insultos entre ambos desembocó en un enfrentamiento en el campo del honor. El 20 de julio de 1897 se cruzaron las espadas en el bosque de Saint-Germain, quedando el resultado en tablas al negarse Mendès a continuar luchando contra un Poe que retrocedía en cada embestida de su adversario. En otra ocasión, y con motivo de la representación de una versión de Hamlet, cuyo papel interpretaba la actriz Sarah Bernhardt, el crítico George Vanor criticó el atrevimiento de la actriz en representar un papel tan clásico y meterse en la piel de un hombre. Mendès, gran amigo y defensor de la diva, le insultó y llegó a agredirle. El duelo no se hizo esperar. Se batieron a espada el 23 de mayo de 1899, resultando Mendès herido debajo del ombligo por una estocada de su adversario. En un primer momento la herida preocupó a los médicos pero finalmente se recuperó. El cuerpo sin vida de Catulle Mendès fue descubierto el 7 de febrero de 1909 en el túnel de ferrocarril de Saint-Germain-en-Laye. En principio se sospechó que había abierto la puerta de su vagón y se suicidó, pero las investigaciones posteriores llegaron a concluir que iba dormido y el tren se detuvo en el túnel próximo a la estación. Mendès, que salió de la estación de Saint-Lazare de París a las 12:13 horas para regresar a su casa en Saint-Germain, creyó haber llegado a su destino y abrió la puerta para apearse; en ese instante el tren reanudó su marcha y Mendès perdió el equilibrio cayendo a la vía y siendo atropellado por el convoy. El reconocimiento del cadáver reveló que tenía una fractura de la parte posterior de la caja craneal con pérdida de masa encefálica, el brazo y el pie derecho mutilados y un hombro dislocado. Pese a ello no se sabe si murió instantáneamente o quedó en la vía moribundo y fue atropellado una segunda vez por el tren de las cuatro de la madrugada que se dirigía a París. La fiscalía de Versalles recibió una carta anónima en la que se aseguraba que había sido asesinado, pero todo hacía suponer que era autoría de un bromista macabro. Este trágico final había sido sugerido por él en una reunión entre amigos, lo que hizo las delicias de los aficionados a lo paranormal que vieron en su temor a morir solo y en la noche, un caso de precognición muy divulgado en los foros de lo sobrenatural.

Aunque escribió narrativa (Vida y muerte de un clown, 1879; Monstruos parisinos, 1882), teatro (Medea, 1898; Le Fils de l’étoile, 1904; Scarron,1905), ensayo (L’Art au Théâtre, 1895-1897) y libretos de ópera, es conocido sobre todo como lírico por libros como Filomela, 1864; Héspero, 1869 etc.)[1].