Una historia sin historia

En mi mente surgió la idea, era una historia hermosa y seductora que, sin duda, iba a gustar mucho. Estaba seguro. Tomé la pluma y la sentí cargada de tinta, como si su cuerpecillo cilíndrico estuviese bañado por sangre viva. La puse sobre la cara de papel blanco, más no escribió ni hubo marca ni huella de su acerada punta. La oprimí contra la superficie. ¡Nada! La estrujé para obligarla a vomitar el color azul de su tinta. ¡Nada! La desarmé y palpé su entraña. La sangre que debía correr por su canal venoso estaba seca. La armé con furia y la sentí fría e inerte. ¡Estaba muerta! La puse en un lado del escritorio y la contemplé pasmado y pensativo. Pero… que pena, pues para entonces, mi historia, se me había olvidado.

Max Montero
No 101, Enero-Marzo 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 71