Y entonces Mando sintió miedo.
Miedo de no poderse explicar eso que ahora le ocurría. Pero si hacía tan sólo unos minutos que había salido de la cantina donde se pasó toda la tarde y ahora, ya en la calle, al tratar de saludar a su mejor amigo, notó que éste pasó sin reconocerle e ignorándolo por completo.
Mando tuvo un estremecimiento y sus sentidos se nublaron: y fue entonces cuando recordó algo y, con un gesto nervioso en la boca, temeroso de no llegar nunca, se arrojó en dirección de la cantina de donde acababa de salir. Y es que hasta entonces se acordó de que esa tarde, al entrar al bar, había dejado colgada de la percha del vestíbulo, su extraviada personalidad.
Carlos J. Zazueta
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 282