La pérdida

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Y entonces Mando sintió miedo.

Miedo de no poderse explicar eso que ahora le ocurría. Pero si hacía tan sólo unos minutos que había salido de la cantina donde se pasó toda la tarde y ahora, ya en la calle, al tratar de saludar a su mejor amigo, notó que éste pasó sin reconocerle e ignorándolo por completo.

Mando tuvo un estremecimiento y sus sentidos se nublaron: y fue entonces cuando recordó algo y, con un gesto nervioso en la boca, temeroso de no llegar nunca, se arrojó en dirección de la cantina de donde acababa de salir. Y es que hasta entonces se acordó de que esa tarde, al entrar al bar, había dejado colgada de la percha del vestíbulo, su extraviada personalidad.

Carlos J. Zazueta
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 282

Siga las instrucciones

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No me culpen, tuve una mala noche y es por eso que me levanté de mal humor.
Tenía que vestirme y comencé por tomar mi cabeza del buró y colocármela con sólo tres giros sobre el cuello. Los brazos pude atornillármelos con dificultad, pero por fin lo conseguí.

—¡Bah!, esta civilización automatizada, todo se consigue en lata y hasta nos dictan los tres pasos para ser felices.

Mientras pensaba esto, eché una ojeada al folleto y con dos broches de seguridad, incorporé las piernas al resto de mi cuerpo. Tomé un sorbo de café y me sentí listo para el trabajo.

Me levanté y salí, al tiempo que aventaba a la cama el folleto que antes leía, y en cuya portada se apreciaba un título:

“Ármese usted mismo en sólo cinco minutos”.

Carlos J. Zazueta
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 282

Recipiente

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Siempre he tenido problemas con mi conciencia, pues en cuanto comienzo a actuar desviadamente, recrimina mi actitud.

He tratado inútilmente de acallarla, pero sigue con su parlante silencio, acusándome, buscando el menor detalle para señalarme.

Soy muy sentimental y como en mi negocio la conciencia es un lujo y un peligro, es por eso que cada vez que tengo que ir a la fábrica —los obreros, salarios bajos, explotarlos— corro el ziper que tengo en la cabeza, meto la mano en ella y saco —a regañadientes— mi conciencia. Entonces, sintiéndola aún fastidiada, la introduzco al frasco con formol.

Carlos J. Zazueta
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 281

En el 2227 D. C.

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G reflexionaba. Tenía que cambiar de aspecto porque ya…

Le hastiaba tanto esa apariencia suya, tan opaca, tan inadvertida para los demás, que optó por comprarse otra.

Sus pasos lo llevaron hasta un cartón publicitario que rezaba lacónicamente una frase:

“Se confeccionan cuerpos humanos a la medida”

G vaciló en la puerta. Sabía que todo era inútil, que no soportaría la desaprobación pública ni las consecuencias de su extravagante deseo.

Y no es que fuera un cobarde. Es que habría reflexionado y comprendido con un gesto de amargura que él pertenecía a la aún discriminada clase social de los espectros.

Carlos J. Zazueta
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 281

Homicidio

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Aquél día era el último para el universo y el hombre que ahora asistía para presenciar el holocausto final, era también el último de su raza.

Pacientemente vio, cómo, una a una, las distantes galaxias se extinguían con rumor grave y lejano y cómo las estrellas apagaban su brillo y los planetas explotaban con grotescas convulsiones.

Finalmente contempló el sol, que rojo y enfermizo, se hinchaba ahora como un enorme grano y reventaba con estruendo sordo y apagado.

El hombre, visiblemente fastidiado, volvió atrás la cabeza, recogió su sombra del suelo y se la echó al hombro, al tiempo que pensaba que ya no tenía razón de ser. Entonces se la llevó a la mano y con gesto de enfado la estrujó hasta reducirla a una pequeña bola que después arrojó al bote de basura más cercano.

Carlos J. Zazueta
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 280

El engaño programado

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El sonido se prolongó por instantes y las cintas grabadoras frenaron su marcha.

Tomé de la computadora la tarjeta perforada y leí en aquellos redondos caracteres: —Usted morirá día 9 de este mes.

El impacto fue terrible. Estaba mi condena a muerte en aquél pedazo de cartón.

Traté de verificar los circuitos y la memoria del cerebro electrónico, pero éste seguía lanzando, una tras otras, tarjetas con la muerte impresa en ellas.

Me decidí entonces. El fallo de la máquina estaría equivocado al menos si yo me suicidaba ahora, tres días antes; así ella erraría y yo lograba dejarla en ridículo.

Cuando me pegué el tiro, el artefacto se estremeció levemente y excretó una nueva tarjeta…

—Corrección; el No. 9 se imprimió al revés. Usted muere día 6 no 9 de este mes.

Aterrado me di cuenta que había fracasado: moriría en la fecha computada.

Airosa, la máquina emitió un suave susurro que me pareció más bien una risita de satisfacción.

Carlos J. Zazueta
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 280