Yolanda Sasson
En mi infancia, necesité llenar mis tardes con algo que por razones diversas no pudo ser el juego. Entonces, uno a uno, llegaron a mí los cuentos de hadas, todos de manos de mi padre. Pero no eran eso nada más. La peculiaridad era que los seres maravillosos encerrados en sus páginas eran chinos, rusos, ingleses, turcos, alemanes, escandinavos, japoneses…
Me asomé a la diversidad de relatos de ese universo mágico, cada uno con sus respectivos duendes, fantasmas, hadas, ogros, dragones y brujas. Hoy, viven dentro de mí y quiero recordarlos con su aroma de bosque, con la misma intensidad que los imaginé cuando era niña. Por eso escribo[1].
[1]Semblanza cortesía de Yolanda Sassson recibida por e-mail.