Había llegado nadie sabía de dónde. El caso es que ahí estaba con su cara redonda, su mirada vivaz y la rara especie de portafolios bajo su brazo. Desde el director hasta el conserje incluyendo a los maestros y algunos de los dos centenares de pequeños alumnos que integraban aquel plantel, habían advertido con sorpresa que al niño no lo acompañaba nadie; entregó los documentos y llenó los requisitos necesarios para su inscripción. Y ya. Eso era todo. El director, después de enterarse de los datos relativos al chico se negó a responder a las mil y una preguntas que le fueron formuladas acerca del nuevo discípulo; más tarde se excusó pretextando una jaqueca intensa y se retiró a casa. Nada en verdad hubiera tenido mayor importancia si el misterioso visitante no hubiese poseído como singular y casi aterradora característica ese subyugante color rojo en el cabello. Pronto el mote para el recién llegado brotó de algún compañero: “el cabeza roja”. La maestra, no sin dar muestras notorias de intranquilidad, inició su clase.
El maestro de la clase vecina extrañó el silencio que percibía del grupo contiguo: el del “cabeza roja”. Asomóse por curiosidad y en medio de la expectante respiración de los alumnos y de la maestra que se encontraba también situada en uno de los pupitres, se escuchó la vocecilla del “cabeza roja”, que desde el escritorio proseguía su cátedra: “… cibernética es, pues, el arte de asegurar la eficacia de la acción. Por tanto…”
Profr. E. Moisés Coronado
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 109