El sonido monótono del ir y venir de la mecedora era casi lo único que se escuchaba en la calle. A lo lejos, como en un segundo plano, se oían los graznidos de los tordos anunciando la noche.
Rosaura se mecía en la terraza tratando de engañar al calor, que, ni por la hora parecía dispuesto a disminuir. Sabía que debía recordar algo importante, algo que estaba ahí, casi a la vuelta de algún rincón de su memoria. Desde temprano se despertó con la sensación de que debía preguntar algo a su hermana que, parada cerca de un pilar, atisbaba la esquina para ver quién regresaba del rosario.
Frunciendo el ceño hizo un nuevo esfuerzo y decidió dejar que el recuerdo se abriera paso a través de sus años. Tomó su tejido y empezó a hilar puntadas caprichosas para una blusa que llevaría al bazar de Semana Santa. Sus dedos recorrieron el hilo una y otra vez.
De pronto el vaivén cesó y con el mismo sobresalto de quien acecha una sombra de reojo a las seis de la tarde, recordó.
Radiante volvió el rostro hacia su hermana y ansiosamente preguntó:
—Adela, ¿cómo se llamaba papá?
Xochitl De San Jorge
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 135