Telefonazo de computadoras

Un cerebro electrónico, domiciliado en Bruselas, no podía con un problema. Entonces el cerebro electrónico llamó por teléfono al Centro de Cálculos de Oslo, en donde una calculadora de gran potencia le dio la solución al cerebro electrónico de Bruselas. Por primera vez en la historia de los ordenadores, dos “computadoras” se telefoneaban a larga distancia, sin ninguna intervención humana. Esto acaba de ocurrir en este mes de abril de 1965.

(sin crédito autoral)
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 607

Un pez arrepentido

Frank Tor lloró tanto que se convirtió en pez. Después se arrepintió tanto de haber llorado que odió ser pez (sus lágrimas no tienen valor en las profundidades del mar), y así, de tanto llorar de ser pez, Frank Tor es hoy el único hombre pez que existe y se cree que jamás podrá ser encontrado para preguntarle porqué ha llorado tanto.

Gabriel Jiménez Emán
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 667

Los mundos

El hombre sabio estaba empeñado en descubrir si había vida fuera de su mundo. Con tal fin se pasaba las horas y los días observando por su telescopio. Cierta noche, dijo a su complaciente esposa:

—¿Sabes?, hoy he tenido la intensa sensación de que un ojo gigantesco me miraba desde el cielo.

—Tonterías —dijo ella—. Vamos, la cena está lista.

En aquel mismo instante, en un lugar muy distinto, alguien decía:

—¿Sabes papá?, hoy, al estar jugando con mi microscopio, me ha parecido sentir que un ojo diminuto me observaba desde el portaobjetos.

—Bah, tonterías —dijo el padre—. Anda, la cena está lista.

Jorge Marin P.
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 665

La última guerra

No obstante los millones de años luz pasados, los astros en sus cuitas espaciales aún la recuerdan. A uno de ellos, que lucía la esclavitud circundante impuesta por un anillo de mágicos resplandores, le oí decir: nació del cosmos y la amamantaron las estrellas. Cuando niña conoció la tranquilidad pero ya adolescente la carimarcaron con bombas. De adulta en su piel sintió el terrible ardor de la explosión nuclear, pero más le dolió la incomprensión y el odio. Murió resquebrajada y con decepción profunda. Desde su muerte el día no existe pues la tristeza enfrió el sol. Siempre hay noche, luto eterno, negro terciopelo pegado al aire. Eso hizo el hombre con la Tierra —acabó diciendo entre los sollozos que caían de su cielo.

Alejandro Victoriano Ordorica S.
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 664

Un ángel


NAIROBI, Kenya, 11 de Noviembre. (AFP)— “Un ángel llegará el lunes a Asmara y dirigirá un mensaje al mundo, a las 19:30 horas exactamente”. Es el propio ángel quién avisó del acontecimiento a Gabriel Simiyu, joven católico de Kenya, de la tribu de los Bakusu, y al que el viceministro de Relaciones, Robert Matano, presentó ayer a la prensa en Nairobi.

“Al atardecer del 20 de Octubre, regresaba a mi hogar con un amigo ugandés, cerca de Jinja (Uganda), cuando una luz deslumbradora surgió al este. Un ángel nos detuvo. Iba vestido de blanco y parecía una etíope. Una nueva luz nos cegó y nos encontramos repentinamente en otro mundo, donde el ángel nos informó de su misión y nos dio cita en Asmara”, declaró Gabriel Simiyu.

Simiyu señaló que el gobierno de Uganda había pagado el viaje a su amigo, John Egesa, y que él pedía el mismo favor al de Kenya, para poder llegar a Asmara el lunes, antes de las 19:30 horas.

Agencia France Presse
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 660

Inventor de la TV


John Logie Baird perteneció al tipo inventor múltiple de fines del siglo pasado. Nacido en Helensburg, localidad cercana a Glasgow, Escocia, el 13 de agosto de 1888, sufre del nerviosismo creador de una época que pareciera no haber querido dejar tarea alguna para nosotros. La segunda mitad del siglo XIX encapsula y dispara a nuestro siglo. Julio Verne fue el profeta mayor de esa tumultuosa tecnología; Edison el mejor sacerdote. Braid, igualmente disperso, tantea primero sus fuerzas en invenciones de tipo doméstico. Empieza fabricando plantillas de papel termostático a fin de calentar los pies en los días fríos; zapatos con suela inflada para un andar cómodo y resistente; navajas de afeitar de hoja duradera e inmellable, y hasta se le atribuye un diminuto timbre accionado por luz solar. Entre las múltiples actividades comerciales, tenazmente ruinosas, se cuenta la instalación de una fábrica de mermelada en las Indias Occidentales, la preparación de un fertilizante de jardín a base de nuez de coco, un nuevo tipo de jabón, una sustancia limpiadora de zapatos y otras menudencias explicables en un hombre de ambición fuerte y desordenada.

José Edmundo Clemente
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 659

El crítico

Se encontraba husmeando en la biblioteca. Se detuvo frente a un estante del cual tomó un libro encuadernado en azul. Era una novela. Comenzó a leerla con interés y al llegar a la cuarta página exclamó: “¡Puah! ¡qué porquería!” y destrozó el libro haciéndolo confetti.

Se metió a curiosear en una galería. Se detuvo frente a un cuadro de Kandisnky y tras un minuto de observación gruñó: “¡Puah! ¡qué porquería!” trazando sobre el cuadro una X con su navaja alemana.
Penetró en un teatro. Daban un concierto de piano. Escuchó atentamente al ejecutante y al poco exclamó “¡Puah! ¡qué porquería!” al tiempo que subía al escenario y dañaba el instrumento a golpes de bastón.

Entró a su casa. Se detuvo frente a un espejo. Observó detenidamente la imagen reflejada; al poco tiempo gruñó: “¡Puah! ¡que porquería!”… y se dio un tiro.

David Cruz Martínez
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 656

Dos horas más allá

Últimamente se sentía raro. A veces pensaba en ello, pero la mayoría del tiempo no lo hacía. En la ocasión que narro, viajaba a bordo de mi automóvil y sentía como que yo no era yo. Por un momento desconocí el sitio… Seguramente es una nueva zona de la ciudad —pensé—. Las casas eran de color blanco y, al frente y a los lados tenían flores de todos tipos. Me interesé por saber en donde me encontraba, pero al buscar información, no vi un solo ser en aquella extraña colonia. Continué dando vueltas un poco estúpidamente, y a pesar de ir y venir en una y otra dirección, no logré salir de la ciudad de casas blancas, en donde a veces se colaban algunas pintadas de color negro… Oscureció… Miré mi reloj, y distraído, más bien sorprendido, comprobé la inmovilidad de sus manecillas. La desesperación y el miedo empezaron a aparecer en mí, lo confieso, hasta que por fin vislumbré una silueta, que suspendida, se desplazaba y se acercaba a mí. Para apresurar el encuentro, caminé hacia ella, y pronto vi que se trataba de un niño, casi un adolescente.

—¿Puedo serle útil? —preguntó.

—Si, pequeño, creo que sí —contesté—. Me encuentro extraviado y confuso. Durante mucho tiempo he buscado la salida, y como ves, la noche me ha alcanzado… ¿Qué horas son?…

—Exactamente las 26 acaban de dar —me contestó—.

No pregunté más. Él se deslizó a la inversa y le seguí…

Norberto Treviño García Manzo
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 655

El rulo


Maqué Bonavena niqué nocauténico n´el sestorrún; mucha spetativa y despué puro amague, niún punietazo como la gente. Menomal qu´el segundo asalto stuvo mejor y el brasilero ledió con toda y el Ringo reasionó y le metió un isquierdún n´la jeta que bueno bueno; despué siguió n´el tersero bastante bien, el negro se las traía y encajó l´isquierda en cros y meta derecha demientra, pero Bonavena lo calsó coún gancho la mandíbula y ahí s´empesó ver lo qu´es bueno. N´el cuarto otro derechaso de Ringo y el brasilero buscó el blinch; n´el quinto ya noavia nada queaser: Pires quedo chomosca y al rincón y meta campana. Y Gómes dijo tonses que no seguía la pelea y subió l´médico y chamuyaron un cacho n´el rincón y a la final dijeron qu´era nocauténico de Bonavena n´el sestorrún.

Stá bien, yo no viá desir que no stá bien: el Ringo sabe peliar. Pero lo qu´es yo salí del Lunapar con una cosa quí n´la garganta y me fui a sentar n´un banco de la plaza Roma; despué me dí cuenta qu´era lástima, tenía lástima del brasilero, pobre negro, quedó más jetón de lo que lo iso su madre. N´hay caso, yo no sirvo pa estas cosas.

Eduardo Gudiño Kieffer
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 653

Amnesia

Los golpes del oficial, primero, del verdugo después, parecieron ablandar algo dentro de él y dijo cuanto sabía. Durante seis horas hablo de la conspiración urdida por sus compañeros y en la cual también participaban militares de baja graduación.

Pero al día siguiente, tras haberlo fusilado, cuando ya habían ordenado el exterminio de los incriminados por él, advirtieron que su confesión aludía a una conjura abortada doscientos seis años antes (y encabezada por un individuo de su mismo nombre) contra el Virrey Don Pedro de Amézaga y Linares.

Tomás Araúz
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 652

Pedagogía equivocada

Según las enseñanzas de su madre, cuando sintió al Príncipe aproximarse, bajó la vista. Luego quiso verlo, pero había desaparecido. Entonces lloró y maldijo a su madre porque comprendió que, igual que ella, tendría que casarse con un hombre como su padre.

Tomás Araúz
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 652

La eterna sombra


Amablemente, con todo respeto, le rogaba, le insistía a mi madre que se marchara, que se fuera, que ya no estuviese más a mi lado; pero ella no se iba…

—¿Cuándo acabará por irse, madre? Ya cantó la alondra, el sapo y el gallo, querido, venerable vejestorio. Ya se casaron y murieron sus demás hijos; ya tuvo nietos y bisnietos, y descendientes cuya progenie pasó hace siglos por la vida. Váyase ya, es su hora. Mire, que yo no quiero reírme de usted; es tan opaca, tan apagada, mi risa, incapaz de cualquier estruendo. Mi risa y mis insultos son indignos de usted, querida madre. Por favor, márchese…

Pero mi madre no se va. Está siempre junto a mí apara salvarme de mi maravillosa perdición.

Xorge del Campo
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 650

El color de la patria

El honrado, el valiente, el finísimo caballero don Pedro Aldao sintió un día rodeado su corazón por el rojo, el azul y el amarillo de la nueva bandera creada por Francisco de Miranda y se enroló en el ejército patriota de Nueva Granada. Pronto se le ascendió, por sus hazañas, a comandante. En Calabozo, al ser capturado por las fuerzas de Boves, se le degolló.

Su pálida cabeza, siete veces venerable y honesta, fue enviada a San Fernando, como trofeo, ensartada en la punta de una gruesa pica muy bien labrada. Cabeza y pica como un cirio o estandarte fúnebre fueron colocadas en la plaza de dicha villa.

Pasaron los meses, cayeron las lluvias y surgió una fugaz primavera. En 1818 José Antonio Páez al frente de sus bravos llaneros armados de largas picas se tomó con sus patriotas la villa de San Fernando y reconoció la cabeza del comandante Pedro Aldao colocada en el centro de la plaza. A la luz del atardecer relucía con fríos tonos cobrizos. Conservaba su piel apergaminada por cuanto había sido frita en aceite, el embalsamamiento bárbaro de entonces.

Páez ordenó a sus lanceros que guardasen silencio y que inclinasen la pica formando una V de la victoria para bajar, él mismo, la cabeza del héroe y darle sepultura. Pero al tomarla en sus manos sintió un rumor extraño. En seguida voló un pajarillo. Dentro de ella había un nido y dos polluelos también amarillos y este amarillo era idéntico al de la bandera de Miranda.

Páez guardó a los polluelos en su mochila y exclamó: —¡Lanceros, mirad, son amarillos; tienen el color de la patria…!

Antonio de Undurraga
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 645

Mariposa

Únicamente faltaba construir la parte alta de nuestra casa. Mi marido ordenó a los trabajadores que hicieran una pared como rompe viento y, para comunicarse, unos túneles estilo gótico, que eran únicos. Los túneles eran en diferentes tamaños, muy hermosos, pero al final eran tan reducidos que no se podía seguir. Lo sorprendente era que al acercarse, uno podía reducir su tamaño y pasar tranquilamente. Una tarde subí para ver la construcción, y me sorprendí que entre todo aquello había unos huevos de aves. También encontré otros color gris, con poros. De repente apareció su dueña, una mariposa, que tenía su nido entre aquellos escombros. Me atrajo tanto por sus poros y color, que fijé la vista en ella; pero mi angustia aumentó al ver que cayó en llamas. Unos instantes después volvió a la normalidad y empezó a volar. Cambió su nido a una de las ventanas del rompe viento en donde se encontraba una escultura, ahí empezó a incubar y no salió hasta cumplir su periodo. Al salir la mariposa era tan grande que una noche que tuvimos visitas, la guisamos y estaba verdaderamente deliciosa.

Guillermina Martínez de Salas
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 635

La abeja


No era sábado, no era domingo: era un día que los calendarios no recogieron. Ya estaba todo hecho. Las aves, los peces, los animales, el hombre, las rosas, todo estaba hecho. Pero algo faltaba: faltaba la abeja. Los hombres tenían la sal, pero no el azúcar y Dios quiso hacer a las abejas para que trabajaran la miel, que fue el azúcar de los primitivos.

Juntó arcilla rubia de las márgenes de los ríos, y un poquito de sal y un poquito de polen; cargado de estos menesteres, se acercó a la orilla del mar, que en todo ha de estar presente.

Trabajaba el artífice. Salida de sus manos la pareja de cada especie, era expuesta al sol para secarse, y, seca, la brisa se levantaba y la perdía en el azul de la mañana.

Pero el diablo no duerme, trabajaba tanto como Dios. Fue acercándose a la orilla del mar para interrumpir, en lo que pudiera, la obra del creador. Estaban sobre la arena que de tan blanca parecía polvo de perlas, la abeja y el abejón, y el diablo los partió por la mitad. Viendo aquello, Dios tomó las dos partes, las afiló y, anudándolas, las lanzó con su soplo hacia la lumbre del mediodía.
Por eso las abejas tienen el tallo delgado y de todos los insectos son aquellos en quienes el ruido de las alas es más sonoro y musical. Es que el soplo del Señor persiste en sus alas. Y, volando en torno de las flores, resplandecen.

Andrés Henestrosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 634

Uno de ciencia ficción

Con movimiento enérgico, el astronauta apagó el interruptor de los cohetes de frenaje. Acababa de posarse sobre la superficie del lejano, helado planeta Plutón. “Atención, Tonantzintla. Aquí Base Humanidad. He llegado. Repito. He llegado. Ahora procedo a las comprobaciones de rutina”. Valiéndose de los mil delicados instrumentos, comprobó la presión de la atmósfera, así como su composición, y la densidad del suelo y la fuerza de la gravedad. Después hizo funcionar la cámara de televisión adosada al exterior de la nave, y esperó, con los ojos fijos en la pantalla de la cabina. Dos borrosas figuras, de aspecto al parecer humano, aparecieron en el fondo. “Tonantzintla, aquí Base Humanidad. Veo en la pantalla un par de formas… ahora estoy tratando de enfocar la imagen… ya los tengo… ¡Pero qué es esto! Creo reconocerlos… ¡Sí, son ellos! ¿Qué hacen? ¡Alto, esperen, no lo hagan!”. La transmisión se interrumpió de súbito. “Bueno, Base Humanidad, aquí Tonantzintla. ¿Qué sucede? Responda. ¿Qué pasa, Pepe?.

No esperó a cumplir con las medidas de seguridad antes de abrir la escotilla. Se precipitó fuera de la nave, dando saltos de seis metros y gritando inútilmente en el vacío. Pero llegó demasiado tarde. El hombre, desnudo, cubierto tan solo con una hoja de parra, acababa de morder la fatal manzana que le ofrecía la mujer, igualmente semidesnuda, mientras la serpiente, de maléfica sonrisa, observaba.

Jorge Marin P.
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 629

Ex votos

Milagro de oro: un ojo dorado prendido al vestido negro de la Virgen de los Dolores: Bajo los pies de la milagrosa hay una nota escrita en tinta sepia:

“Agradezco infinitamente a la Santa Virgen el haberme devuelto la vista (y con letra más pequeña) y al señor Edipo que me donó sus ojos”.

Tomás Espinosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 625

Vox populi

En realidad no se trataba de un gran espectáculo. El hombrecillo, delgado y macilento, comenzó su número sacando de su boca: mascadas de colores, serpentinas, un periódico alemán, huevos para zurcir, etc.

El público, visiblemente defraudado, exigía más.
Con dos finísimos dedos, el hombrecillo se sacó la lengua, el esófago, la laringe, los pulmones, el corazón, los intestinos. Siguió jalando. Solamente le quedaron las manos y la cabeza: Vomitó todo el cuerpo.

El público salió chiflando, exigiendo la devolución de las entradas. El espectáculo había sido exageradamente inocente

Tomás Espinosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 625