El xerofonodonte

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Tenía, como cualquier otro, aspiraciones y retrocesos, inclinaciones y desviaciones, diferencias y consecuencias, cavilaciones e intenciones, altas y bajas, negativas y aportaciones, simpatías y definiciones, palpitaciones y desesperanzas, perspectivas y sospechas, logros y avances, circunspecciones y expectativas.

Pero lo que no tenía era una cola.

No pudiendo soportarlo encaminó su destino: tomó mucha cocacola, dé de cola de caballo, un colicoli y un colaborador. Comió colación y colada. Se puso coladera y una coleta. Se untó colágena y colirio. Buscó un colambre y un colador. Sembró colinabo, coliflor y cola de zorro.

Compró una colanilla, un colapez y un colibrí.

Exhausto y frustrado enfermó de colitis y se colapsó.

Un día, al acostarse, Xero se dio cuenta de que en la parte baja y posterior de su cuerpo empezaba a brotar una pequeñísima cola. Su alegría fue tan grande que se sintió el xerofonodonte más exitoso sobre la tierra. Cenó champaña, caviar y todo tipo de quesos exóticos. Se tomó unas vacaciones en Europa y el Medio Oriente. Se compró un yate en Acapulco, una casa de campo en Tapalpa y una membresía en el mejor club deportivo de la ciudad. También un carro del año, una moto último modelo, unos lentes para el sol, una antena parabólica y una suscripción al Newsweek, aunque no sabía inglés.

Eran las diez de la mañana de un domingo soleado cuando Xero abrió los ojos y todavía medio dormido intentó salir de su cama para ir al baño. No pudo. Miró sorprendido el tamaño de su cola. Había crecido tanto y era tan pesada que no le permitía moverse. No supo si en realidad su cola había crecido o él empequeñeció.

Quiso correr, pedir auxilio, pero se quedó quieto observándola larga y fijamente. Entonces creyó ver que ella le sonreía burlona. Xero comprendió que ahora era sólo un pequeño retoño que su cola había deseado tener.

Adriana Chávez
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 124