Estas dos mujeres, que aparecen cara a cara en la entraña lunar de la fotografía, han guardado silencio por un instante conciliador. Buscan establecer una comarca propia para reconocerse, para saberse ambas aprendices, ambas detentadoras de un antiguo poder.
Nadie parece turbarlas en el borroso interior que la fotografía apenas logra mostrar; nada parece interponerse entre ellas y el asumido deseo de mirarse, una a otra, largamente, ahora que el instante es un blando destello que se prolonga entre las dos, una extraña ramificación del árbol mayúsculo bajo el que se hallan detenidas, mirándose en silencio.
Sin embargo, una duda empaña la taimada contemplación: si cada de estas blancas mujeres, previsiblemente enlutadas, fuese la exacta réplica de la otra, ¿qué sería de nuestro mundo?
Jorge Esquinca
No. 117, Enero-Marzo 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 37