Burgués

…Aquel hombre había logrado convencerme: el único medio de terminar con la burguesía es la vía armada. Así que hube tomado el revólver, comencé a buscar a un burgués con el cual hacer un ensayo de exterminio.

…Cuando le apunté me temblaron las manos. Un sudor helado me recorrió la frente casi con tanta lentitud como el paso de aquellos segundos tan largos, que luego la gente había de decir: “si fue cosa de un segundo”, mientras me quitaban el revólver de la mano inerte, misma con la que había escrito “no se culpe a nadie de mi muerte”.

Ariel Lemarroy
No. 74, Octubre-Diciembre 1976
Tomo XII – Año XII
Pág. 57

Ariel Lemarroy


Ariel Lemarroy

Cárdenas, Tabasco, 1955

Narrador. Ha publicado un libro de cuentos Así es la guerra (1984) y está incluido en las siguientes antologías: La dama de la noche (1989), Si te vienen a contar (1992) y Primero la voz (1994). Ha obtenido el Premio Estatal de Periodismo en la modalidad de Crónica (2001 y 2002) y el Premio Estatal de Cuento (1989 y 1993), en Tabasco. En 1987 obtuvo el Premio de Cuento de la Universidad de Monterrey (UDEM). En el año 2004 publica su primera novela en Ediciones Monte Carmelo, La vida por delante. En 2008, No me preguntes nada…obtuvo el Premio Regional de Novela Breve «Josefina Vicens», convocado por el Instituto Estatal de Cultura de Tabasco. Actualmente colabora como cronista en el diario Tabasco HOY[i].

El día menos pensado

Tenía que ser ahora. Precisamente cuando hundía su cara de ratón entre aquellos hombros olorosos a farmacia.

La luz la apagó ella antes de entrar —pueden espiar, dijo—. De él, no sabía ni quién era. Se lo imaginaba, si acaso por los lentes gruesos y verdes, como una botella de sidra y por su aliento a cerveza. Bien podría tratarse de un burocrático maestro de escuela. Además, se había estado quejando de agruras y eructaba con frecuencia.

Ella, como si nada, pareció deslizarse dos litros de espuma contenida en envases ambarinos —casi negros— antes de llevarlo a su húmeda habitación, tercera del lado derecho.

Y ahora… cuando ya comenzaba a sentirla como suya, se presenta esa maldita secreción de cultura. Él ya se había dado cuenta. Algunas veces le ocurría delante de la gente. De pronto, sin sentir más que una heladez interna, (el, que de termodinámica y cosas como el sentido en que ocurren las transformaciones no entendía una palabra) le afloraba la cultura en forma de un líquido viscoso, seminal, podrido casi, por todos los poros. Ella, que sabía por experiencia cómo sudan esos burócratas, no podía entender el fenómeno. Buscó a tientas el encendedor y le alumbró el cuerpo. Tenía que creerlo, a pesar de todo. La cama comenzaba a inundarse hasta volverse pesada, pegajosa. Entonces vino aquello de la presión y el espanto de ver licuadas todas las horas de encierro, estrellándose sobre las cuatro paredes como un insecticida. Ella no tuvo tiempo ni fuerzas para moverse. Él tampoco.

Cuando su mujer lo despertó, se dio cuenta de que todo estaba en su lugar. Incluso su piel estaba intacta.

—¡Maaax… Maax! …ah que pinche maridito tan roncador éste. Y gritón, pa´cabarla de joder.

Ariel Lemarroy
No 70, Julio-Diciembre 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 413