Fastidiada de tanta inmovilidad, sola en medio de la noche de inexistencia, la Nada quiso desperezarse en su tedio.
Después de pensar en varias soluciones, decidió entablar un diálogo con el Ser. Pues aparte de que con ello, pensaba, eliminaría su aburrimiento, satisficiera su curiosidad, natural por otra parte, de conocer, al menos de oídas, lo que significaba tener existencia: base de las experiencias que a ella le estaban negadas.
Pero para tal comunicación, primero necesitaba encontrar el Ser; y, para hallarlo tenía que salir del caparazón ficticio en que se encontraba. Trató, así, de estirar sus brazos para recorrer la densa cortina de vacío que la separaba de él. Pero al instante se dio cuenta que ello era imposible, pues carecía de brazos. Lo mismo le sucedió cuando intentó darle un puntapié para rasgarla: su impulso quedó flotando en deseo irrealizable, pues también carecía de pies.
Pensó que lo mejor sería llamar al Ser, pues él sí se podría dirigir a donde ella estaba. E inmediatamente hizo el esfuerzo por gritarle… pero no encontró ni abertura, ni aire por donde poder emitir sus sonidos.
Entonces: dióse cuenta que para traducir en hechos cualquier deseo, era requisito indispensable la existencia: pero era precisamente lo que no poseía y nunca podría poseer, pues era algo totalmente contrario a su esencia.
Pero…
Una duda le acometió de pronto…
Tuvo la certeza de que dudaba… Y, la duda era manifestación de pensamiento. Y el pensamiento ¿era acaso, inherente a la inexistencia?.
El shock recibido fue tan grande, que la despertó del sueño milenario en que estaba sumergida, para hacerla caer en un inmóvil letargo inexistente de eternidad muerta.
joseluis
No. 47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 221