El vuelo del pájaro

Cuando el pájaro voló hubo una exclamación casi unánime. Se dijo que en su vuelo refrendaba las ansias del universo; que llevaba en sus alas los deseos de la vida y, que su ruta era la de la eternidad. También se especuló en el vuelo del pájaro, la búsqueda de la libertad y el logro al fin de la felicidad. Pero el ave —que ya planeaba a gran altura— desconocía por completo las absurdas hipótesis de los hombres, que ignoraban que el vuelo se produce por un rítmico movimiento de las alas, asociado a una simple teoría física enunciada hace ya casi tres siglos.

Armando Murad
No. 76, Marzo-Abril 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 257

El inmovilismo matemático y sus impugnadores

El pensar que dos y dos son cuatro y que no pueden ser tres ni cinco, ha lacerado el corazón humano durante mucho tiempo y, probablemente, seguirá lacerándolo mucho tiempo más. —Housman

Fue un revolucionario, un verdadero innovador, un inconforme. Impugnó el inmovilismo matemático y eso fue su ruina. Simple y sencillamente no podía aceptar que dos más dos fueran siempre cuatro.

Por eso fue acusado, juzgado y condenado. Murió miserablemente, olvidado y amargado.

Ahora, después de tantos años de su muerte, ha surgido un movimiento que pretende reivindicar su memoria, su ideal, su obra. Los iniciadores de esta corriente se basan en el hecho de que, si bien no se ha podido demostrar que dos más dos sean cuatro, tampoco hay bases científicas para afirmar lo contrario; de donde deducen que la creencia —tan generalizada— de que dos más dos no son otra cosa que cuatro, proviene de un error histórico, que la costumbre y la pereza mental secular de la humanidad dio como válido y, no de universales o sofisticadas investigaciones como se supondría que fue.

Los razonamientos de los herederos del “anti-inmovilismo matemático” han tomado tal fuerza que, la premisa de que dos más dos son cuatro, aunque todavía ampliamente aceptada, ha dejado de ser una verdad absoluta.

Armando Murao
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 555

Científica y legal

Si lo pudiera decir, lo diría en caracteres claros y relucientes, en letras hinchadas de ardor, de contagiosa pasión y comunes deseos. Diría que la vi, que entró muy hondo y que no ha querido salirse. Quedó ahí, paseándose en las profundidades infinitas del alma, flotando suavemente en los espacios siderales del amor. Explicaría, aunque parezca absurdo, que me posesioné de su imagen y su imagen de mí. Y la pasión y el dolor y el coraje y todo aquello nació de dos seres y lugares tangibles, pero ella germinó a través de su imagen posesionada de mi ser, a lo largo del tiempo, en un amplio espacio.

Para decirlo mejor, traería a un físico moderno, un heredero de Einstein, que aplicara correctamente las ecuaciones de Lorentz a la teoría de la Relatividad. Me auxiliaría además de los tratados de Freud y, recorrería sin vacilar la obra completa de Carlos Marx para llegar a la mecánica de la dialéctica misma. Pero si nada de esto tiene resultado, si no es suficiente lo que argumento, entonces recabaré pruebas, conseguiré testigos, llegaré a los Tribunales y demostraré ante la propia Ley, que existió, que ella existió, mucho más allá de la desilusión, la desesperanza y el final.

Armando Murad
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 713

Los sueños de la Bella Durmiente

Cien años llevaba la Bella de crear infinitas fantasías, de obsesas visiones, de acariciar hasta el último rincón de su cuerpo al son de lúbricos compases, de lascivas mortificaciones e inquietantes deseos propios de la adolescente. Sin embargo, inmaculada durante todo ese siglo, sin conocer más contacto que el de sus ajadas sábanas, se incorporó sobresaltada ante la extraña sensación de un beso, que el Príncipe brindaba —delicadamente— a la rosa virgen de su sexo.

Y no fueron felices… Florimundo ni aún con su mejor empeño logró devolver a la Bella alguno de sus ilimitados orgasmos que sigilosamente tejiera durante el encantamiento.

Armando Murad
No. 89, Enero-Febrero 1984
Tomo XIV – Año XIV
Pág. 154