¿Culto al mal?

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Ya no hay duda de que los grupos de los autodenominados “científicos” que vivieron en la época del que, aún no hemos podido descifrar por qué, se llamaba a sí mismo Homo sapiens sapiens, eran poco apreciados en la sociedad. Hasta ahora supimos que esto se debía sólo al hecho de que lugar de trabajar se dedicaban a pensar, y todavía se quejaban porque se les pagaba poco por ello; sin embargo, recientes hallazgos muestran que dichos grupos, que eran especies de cofradías secretas a las que sólo unos cuantos iniciados tenían acceso, estaban llenas de sádicos.

Lo anterior se deduce del sorprendente descubrimiento de que algunos de los “científicos” competían unos con otros en loca carrera por describir enfermedades, con el único propósito, hasta donde se sabe, de ponerles su nombre —síndrome de Stokes y Adams, epilepsia Jacksoniana, mal de Parkinson—, como queriendo permanecer a lo largo de la enfermedad y aun después de muertos, carcomiendo a los hombres. Se piensa que esta extraña costumbre podría ser también un culto a la depravación, ya que daban su nombre, igualmente, a los agentes causantes del mal —bacilo de Eberth, parásito de Laveran, bacilo de Yersin—. Nos quedamos estupefactos ante algunos casos como el de un tal Koch, que no satisfecho con proponer que el bacilo de la llamada tuberculosis —una de las enfermedades que acabó con el sapiens sapiens— llevara su nombre, lo reclamó también para el agente etiológico de una tal conjuntivitis infecciosa. No puede asegurarse todavía pero, al parecer, incluso un santo —que de acuerdo con los criterios del Homo sapiens tendría que haber sido un varón extremadamente bondadoso— de nombre Vito, pertenecía a este grupo de perversos.

Ana María Carrillo
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 98

Inconfesable

Para Luis

A las seis en punto cada tarde, piensas en las vírgenes dispuestas, las casadas ofendidas y las viudas deseosas que te buscan. Recuerdas con detalle las danzas de siete velos y las noches desveladas de las que los hombres te hablan. Llevas en la memoria las cabalgatas de amor y los sueños perversos que las feas y las hermosas te cuentan al oído día con día. Y te preguntas por qué tú, precisamente tú, tienes que saber tanto de líquidos recién paridos y de aromas secretos, cuando después de la misa de cinco y media, dejas en la sacristía tu casulla morada.

Ana María Carrillo
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 388

Dos cuentos en uno

Solía contar mi abuela que, en una casa hecha de nubes, vivía un hombre que tenía una esposa maravillosa que se adelantaba a sus deseos y adivinaba sus sueños; que bordaba las iniciales de ambos en sábanas de seda y, por las noches, lo envolvía con su larga cabellera; que le dejaba mensajes de amor en los más sorprendentes lugares y entendía su modo de mirar a las estrellas. Era su mujer, en fin, tan ideal y perfecta, que un día él se sintió exhausto y, aprovechando un momento en que algunas de las nubes de que estaba hecha su casa se precipitaban en forma de lluvia, se cambió de cuento y se fue a vivir con una joven que no era ni muy bonita, ni muy fea; ni muy cariñosa, ni muy enojona; ni muy apasionada, ni muy seria pero que, eso sí, era muy de carne y muy de hueso y a su lado permaneció hasta su muerte… añorando, de vez en vez, a su etérea amada de la casa nubosa

Ana María Carrillo Farga
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 755

Eleonora

  • Tu humedad en mí.
    Despierto.
    Mi humedad en nada.
    Patricia Aridjis

Cierro los ojos. Nos rozamos. Experimento tus manos frías. A cada caricia tuya, a cada caricia mía, una respuesta. Con la humedad de tus besos, mis pezones, como enfurecidos, disparan hacia ti. Juego a ocultarlos con mi pelo, y una y otra vez tú los descubres. Reímos. Alzas la cara, nos miramos. Con tus cinco sentidos me exploras en forma detallada. Del mismo modo minucioso te recorro luego. Agasajo, soy agasajada. Te palpo, me sorprendes, retrocedo… te recibo, me atraviesas. Enroscamos nuestros brazos y piernas y bailamos. Primero suave, después tan repetida y ferozmente, que si alguien nos encontrara ahora, no podría asegurar si nos amamos o peleamos. La danza dura hasta que gimo como leona herida y tú sonríes complacido. Poco a poco voy respirando con sosiego. Lo mismo te sucede. Me desmontas. Mi cuerpo tirita y deseo tu abrazo. Te busco con mi mano, pero sólo encuentro el frío plano de las sábanas. ¿Por qué siempre después de los placeres solitarios me sentiré tan desolada?

Ana María Carrillo
No 101, Enero-Marzo 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 60

Ana María Carrillo Farga

Ana María Carrillo Farga

Licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, y maestra y doctora en Historia por la Facultadde Filosofía y Letras. Catedrática de la Facultadde Medicina de la UNAM, donde ha impartido seminarios sobre la historia de la salud pública en México. Es jefa del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UNAM. Miembrodel Sistema Nacional de Investigadores nivel I. Miembro de Historiadores de las Ciencias y las Humanidades. Recibió el Premio Nacional Susana San Juan por su ensayo Parteras tradicionales: su contribución a la humanidad de la prehistoria al siglo XXI.[1]

Inconfesable

Para Luis

A las seis en punto de cada tarde, piensas en las vírgenes dispuestas, las casadas ofendidas y las viudas deseosas que te buscan. Recuerdas con detalles las danzas de siete velos y las noches desveladas de las que los hombres te hablan. Llevas en la memoria las cabalgatas de amor y los sueños perversos que las feas y las hermosas te cuentan al oído día con día. Y te preguntas por qué tú, precisamente tú, tienes que saber tanto de líquidos recién paridos y de aromas secretos, cuando después de la misa de cinco y media, dejas en la sacristía tu casulla morada

Ana María Carrillo
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 620