Ya no hay duda de que los grupos de los autodenominados “científicos” que vivieron en la época del que, aún no hemos podido descifrar por qué, se llamaba a sí mismo Homo sapiens sapiens, eran poco apreciados en la sociedad. Hasta ahora supimos que esto se debía sólo al hecho de que lugar de trabajar se dedicaban a pensar, y todavía se quejaban porque se les pagaba poco por ello; sin embargo, recientes hallazgos muestran que dichos grupos, que eran especies de cofradías secretas a las que sólo unos cuantos iniciados tenían acceso, estaban llenas de sádicos.
Lo anterior se deduce del sorprendente descubrimiento de que algunos de los “científicos” competían unos con otros en loca carrera por describir enfermedades, con el único propósito, hasta donde se sabe, de ponerles su nombre —síndrome de Stokes y Adams, epilepsia Jacksoniana, mal de Parkinson—, como queriendo permanecer a lo largo de la enfermedad y aun después de muertos, carcomiendo a los hombres. Se piensa que esta extraña costumbre podría ser también un culto a la depravación, ya que daban su nombre, igualmente, a los agentes causantes del mal —bacilo de Eberth, parásito de Laveran, bacilo de Yersin—. Nos quedamos estupefactos ante algunos casos como el de un tal Koch, que no satisfecho con proponer que el bacilo de la llamada tuberculosis —una de las enfermedades que acabó con el sapiens sapiens— llevara su nombre, lo reclamó también para el agente etiológico de una tal conjuntivitis infecciosa. No puede asegurarse todavía pero, al parecer, incluso un santo —que de acuerdo con los criterios del Homo sapiens tendría que haber sido un varón extremadamente bondadoso— de nombre Vito, pertenecía a este grupo de perversos.
Ana María Carrillo
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 98