Dicen que siempre le gustaron los caballos, quizá porque nació bajo el signo de Sagitario o porque su primer juguete fue un sonajero con forma de corcel.
Cuando la llevaban a las fiestas, su júbilo ignoraba límites en los tiovivos, encaramada en alguna figura caballuna, acariciando las grupas de madera.
Ya mayor, coleccionaba todo objeto de apariencia equina y hasta compró —no sin sacrificio— un pequeño rancho caballar.
Fue en ese sitio donde una noche de viento —según relató un palafrenero— penetró a su habitación un enorme caballo alado, que de tan blanco hería las pupilas. Una doncella contó que ahí mismo se escucharon resoplidos y jadeos.
Lo cierto es que luego de esa noche, nadie supo de aquella mujer. Aunque hay quien afirma haberla visto en las dehesas, abrazando a un bebé que, en vez de lloriquear, emite tenues relinchos.
Svetlana Larrocha
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 35