Gerardo Beltrán

Gerardo Beltrán

Traductor mexicano (Ciudad de México, 1958). Es poeta, traductor y profesor de poesía latinoamericana y de teoría y práctica de la traducción literaria en el Instituto de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos de la Universidad de Varsovia. Entre sus traducciones hay poemas de Zbigniew Herbert y Tadeusz Rozewicz (del polaco), de John Burns y Kerry Shawn Keys (del inglés), Johannes Bobrowski (del alemán), de Tomas Venclova, Kornelijus Platelis y otros (del lituano) y de los escritores polacos, ganadores del premio Nobel, Wislawa Szymborska y Czeslaw Milosz. Ha publicado cuatro libros de poesía: Romper los muros (Universidad Nacional Autónoma de México, Unam, 1987), La vida no pasa en vano por Moras (Prisma, 1988), Breve paisaje con sombras (Wydawnictwo Male, 1996) y Con imán de la memoria y otros poemas (Fondo de Cultura Económica, FCE, 2004). Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas. Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (México, 1991) y el premio de traducción de la Unión de Escritores Lituanos (Vilnius, 2000)[1].

La cabeza

El otro día, saliendo de la escuela, vi una cabeza rodar por el Paseo de la Reforma hasta detenerse contra un árbol.

Al principio no presté mayor atención. Luego, me di cuenta de que, a medida que giraba, la cabeza iba cambiando de aspecto: a veces era rubia, de cabellos largos y sedosos; otras veces llevaba el pelo negro cortado a la Vogue. También podía ser pelirroja, castaña, de cabello rizado o con calvicie prematura. De vez en cuando usaba sombrero, boina, gorra militar; barba, bigote, patillas. Alguna vez la vi, solemne, portando una peluca del siglo XVII, o quizá se trataba de un yelmo, no lo sé; lo que si puedo decir con certeza es que al golpearse contra el árbol era punk: tenía el pelo pintado de verde y un arete que le unía la oreja izquierda con la nariz.

Creo que también el Paseo de Reforma fue cambiando mientras rodaba la cabeza. Tampoco eso lo podría asegurar, porque cuando todo ese pelo verde se detuvo yo era demasiado viejo como para recordar cada detalle.

Gerardo Beltrán
No. 99, Julio-Agosto 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 515