Javier González Rubio I.

Javier González Rubio I.

Javier González Rubio I.

Nació en México, D.F. Es licenciado en Periodismo por la UNAM y realizó los estudios de doctorado en la Universidad de Navarra.

Autor de las novelas La Sala de Espera Azul, (2014) Quererte fue mi castigo (México, 1991; Loving you was my undoing, publicada en Estados Unidos por Holt&Co, 1996, y en Francia por Editions Metalie, 1997); en 2010 fue reeditada por el Fondo de cultura Económica en su Colección Popular. Y Las Trampas (México, 1981).
Ha publicado además Un Decálogo para casi todo (2014), Cine antropológico mexicano, en coautoría con Hugo Lara (Edición del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2009); Espejo del fuego (poemas, CNCA, 2003); El Cine de Katy Jurado, en coautoría con Emilio García Riera (Universidad de Guadalajara, Instituto Mexicano de Cinematografía 1999);

Ha publicado también El humor del absurdo cotidiano (prólogo a la edición del guión de la película “La perdición de los hombres”, de Arturo Ripstein, 81/2 Ediciones, España, 2001), La anhelada sumisión (epílogo a la edición del guión de la película “El evangelio de las maravillas” de Arturo Ripstein; Universidad Veracruzana, México, 1999), Leñero el alquimista (introducción a la edición del guión de la película “·El callejón de los milagros” escrito por Vicente Leñero, Ediciones el Milagro, México, 1997).

Ha publicado crítica cinematográfica en la revista Di-Cine (1989-1997), y colaborado en las revistas Nexos, Proceso, Cine Premier, entre otras, y en los periódicos Uno más Uno, El Universal, y La Jornada.

Actualmente colabora en el sitio de cine correcamara.com.mx[1]

[1] http://javiergonzalezrubio.com/biografia/

 

José Rafael Blengio Pinto

José Rafael Blengio Pinto

José Rafael Blengio Pinto

En el Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo, se llevó a cabo un homenaje al músico y poeta José Rafael Blengio Pinto, quien es originario de Hecelchakan, Campeche, y reside desde hace más de 25 años en la ciudad de Querétaro.

Laura Corvera, directora del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes (IQCA), entregó al maestro Blengio Pinto, un reconocimiento por su trayectoria.

Señaló que este homenaje es un orgullo y una obligación para el maestro, en quien se conjuntan la ciencia, la música y la poesía y agradeció la suma de voluntades de la UAQ y el Instituto Municipal de Cultura para la realización de este reconocimiento público al maestro.

Cabe destacar que Blengio Pinto, estudió Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde ejercer su profesión. Ha sido traductor y cuenta con una larga bibliografía médica.

Dentro de las obras que le han publicado destacan, “Declinación del Mundo” (1992) y “Testimonios. Obra reunida”, que compila 50 años de labor poética.

Fue miembro fundador de la Orquesta de Cámara de la Ciudad de México, ha sido recitalista y compositor, perteneciendo a lo largo de su vida a los Violines de Villafontana (1980-1994) y al grupo Berlioz-compositores jóvenes (1957-1958).

Destaca su colaboración en el Diccionario de Música Española e Hispano Americana, de la Sociedad General de Autores de España (1993). Cuenta con grabaciones al lado de Luis Cárdenas y Jesús Almanza.

Jubilado a partir de 2009, fue profesor del área de música de la Facultad de Bellas Artes (1987-2009) en materias como violín y viola, historia del arte y de la música, historia dela música mexicana y estética y ha sido merecedor de numerosos reconocimientos por su trabajo literario.[1]

[1] http://www.eluniversalqueretaro.mx/vida-q/31-08-2012/homenaje-jose-rafael-blengio-pinto

…de José Luis Velarde 2

La corrigenda y algunas líneas inspiradas por Edmundo Valadés 

Por José Luis Velarde

Finalizaba 1972 cuando entré a un estanquillo de Monterrey, sin pensar que iba a descubrir El Cuento, revista de imaginación, pues alguien la había dejado entre las publicaciones dedicadas al futbol que yo solía comprar. Me refiero a Gol, de hechura mexicana y El Gráfico procedente de Argentina. Quizá las portadas mostraban a Enrique Borja, Carlos Bianchi y a Rubén Ayala entre tantos otros futbolistas destacados de la época. No sé porqué las ignoré para revisar El Cuento, cuya presentación era diferente a las utilizadas por los editores nacionales, pues se parecía al formato pulp estadounidense. Los textos no eran muy largos; algunos sólo precisaban unas cuantas líneas para contar una historia. La sección de correspondencia señalaba los errores y aciertos de quienes se atrevían a enviar relatos para publicar.

Nunca imaginé que Edmundo Valadés era el autor de casi todas las respuestas. Quizá las leí de principio a fin gracias a la gentileza de un empleado más atento al JaJá que por importunar a quienes tomábamos el negocio como sala de lectura. Quizá también leí dos o tres textos hasta que me decidí a comprar El Cuento, a pesar del futbol y el JaJá —una revista de chistes y mujeres sicalípticas en traje de baño— que ahora puedo referir, sin pena, como otra lectura preferida en mi adolescencia.

Compré el número 53 de la publicación de Edmundo Valadés. Hoy recuerdo la portada, porque la vi en el sitio Minificciones de El Cuento, donde Alfonso Pedraza atesora todo lo relacionado con una saga que alimentó la cuentística, sobre todo en Latinoamérica, durante la segunda mitad del Siglo XX.

El Cuento era el espacio didáctico donde Valadés dictaba cátedras sobre un género empeñado en modernizarse con requerimientos estrictos sin perder la originalidad y el interés de los lectores. La redacción recibía textos de cualquier parte del mundo. Era el sitio donde convivían maestros de la escritura y aspirantes deseosos de encontrar espacio junto a los consagrados. Ya se hablaba de cuentos mínimos al finalizar la década de los sesenta. Cada propuesta se analizaba y recibía los comentarios pertinentes.

Valadés reiteraba la necesidad de la corrigenda. Así llamaba a la revisión que depura los textos y revela el arte de los escritores si es que lo tienen. La corrigenda es un trabajo íntimo que nadie debería desdeñar. Era un taller literario por correspondencia en aquellos días en que el servicio postal era incierto como de costumbre. En aquella sección descubrí personajes como la Señora de Nueva York. Dama de incontables apariciones y cartas divertidas, aunque no mostrara cuento alguno sólo el gusto de platicar con el editor. Otro visitante reiterado era El Cuentista del Tráiler; un chofer que mandaba los cuentos escritos mientras recorría el país en jornadas interminables.
Hoy puedo saber que se llamaba Ricardo Cortez Zapata, gracias a las Minificciones de El Cuento.

El pasado abril estuve en la Ciudad de México. Asistí a una conferencia de Juan Antonio Ascencio, dedicada a Edmundo Valadés. Ahí nos dijo que nació en 1915, en Guaymas, Sonora. Fue maestro rural a los dieciocho años en Tamaulipas y en el Estado de México. Un año después emigró a la capital del país donde trabajó como periodista en diarios, revistas e incontables misiones culturales. Aun resuenan en mis oídos estas palabras de Valadés, rescatadas por Ascencio.

“Éste quien les habla, padece la filtración de las palabras. Al escritor que no se bate todos los días con ellas, el idioma se le achica. Por eso le será difícil expresar cómo le conmueve este acto, que le suscita sinceras reservas sobre si lo merece. Calcula que no ha podido acabalar sus posibilidades creadoras. En el recuento que hace, buscando estar en paz con sus alternativas, le duelen las páginas no escritas, y no lo levanta la parquedad de las que ha pergeñado.”

El Cuento tuvo una primera época donde sólo aparecieron cinco ejemplares. Eso ocurrió en 1939, pero renació en 1964 para alcanzar más de 140 números donde prevalecía el buen gusto tanto en los textos publicados como en el diseño gráfico. La revista enfrentaba los problemas de distribución y respaldo financiero que suelen enfrentar las publicaciones literarias de nuestro país. El Cuento fue semestral o trimestral o irregular en diversos periodos, pero no disminuían las ganas de leerla y uno la buscaba en todos los expendios posibles incluso en las librerías de viejo de la calle Donceles y en las banquetas inmediatas al Zócalo capitalino. Encontrarla era una recompensa multiplicada al adentrarse en las lecturas.

Fue en 1985 cuando Guillermo Lavin me invitó a participar en un taller literario que impartiría Edmundo Valadés, en Ciudad Victoria, mediante el Instituto Tamaulipeco de Bellas Artes. Aún ahora me resulta difícil recrear aquel encuentro con un personaje querido y admirado a la distancia. Atestiguamos sus comentarios con avidez y a partir de esa fecha pude saludarlo en repetidas y afortunadas ocasiones. Un día Guillermo y yo nos topamos con él en un vagón del metro capitalino en una coincidencia milagrosa. Otra vez acompañé a Toño Huerta y a Juan José Amador para llevar a Valadés al aeropuerto victorense, apenas a tiempo, para que abordara el avión de las siete de la mañana tras una velada interminable suscitada en la casa del mismo Guillermo mencionado al iniciar este párrafo.

En 1986 asistí a mi primer encuentro de escritores. Lo organizaba el Museo Pape, de Monclova, Coahuila, para reunir a los aspirantes de la época en un homenaje brindado a Valadés, quien además presentaría un libro: Sólo los sueños y los deseos son inmortales, Palomita. Edmundo Valadés. Hoy quise traer mi libro autografiado para presumir, pero no lo encontré en mis libreros.

Hoy estamos aquí para recordar a un ser humano de trato sencillo y amable. Un personaje que por estas fechas recibirá homenajes en diversas ciudades del país y el extranjero. Nadie los ordenó. Surgen del cariño que supo ganar como pocos escritores lo han hecho. El próximo 30 de noviembre se cumplirán veinte años de su ausencia. Nos empeñamos en recordarlo, porque fue un maestro verdadero en tiempos donde hay más pedagogos que maestros.
Hoy mi querido amigo Pedro Hernández Wilson, integrante del taller literario, leerá para nosotros. La muerte tiene permiso. Uno de los cuentos entrañables de Edmundo Valadés.
Gracias por su atención.

 José Luis Velarde y ValadésValadés y José Luis Velarde

…de Ángel Homero Flores

Los regalos de Edmundo

Ángel Homero Flores a

Edmundo Valadés  En su aniversario luctuoso.

-Nació en Guaymas, Sonora en el 15.

-¿Quién? –Pregunté, metiéndome en la plática como un intruso.

-Edmundo Valadés -fue la respuesta-, el cuentista.

El nombre trajo a mi mente a un señor calvo y bigotudo que le hacía al periodismo y que nos regaló tantos cuentos.

Yo también soy de Sonora, pero no del puerto, sino de Nogales, en la frontera. Y también salí de aquel estado a temprana edad, pero no hacia la Ciudad de México, como Edmundo, sino a la ciudad de Guanajuato; y hasta aquí llega la similitud. Aunque se puede decir que compartimos el gusto por la literatura y el cuento en especial. Sobre todo aquellos que, como dijo Cortázar, asestan al lector golpe tras golpe hasta que cae noqueado. Lo curioso es que no recuerdo ninguno con esas características.

Pensé en el cuento más famoso de Edmundo, La Muerte Tiene Permiso. Pero no creo que sea un historia como la que dice Cortázar, más bien es cómo una pelea en la que uno de los boxeadores se la pasa midiendo al rival-lector y en el momento oportuno da el golpe que lo deja pasmado, sin habla. El cuento lo leí cuando estaba en secundaria y todavía recuerdo, más o menos el final: “Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas está difunto”.

Me puse a revisar en mi catálogo mental si conocía algún cuento que golpeara al lector hasta dejarlo sin sentido y no encontré ninguno. Pero la forma más sencilla de hacer esa indagación sería recurrir a la revista que el mismo Valadés publicó durante tanto tiempo, El Cuento: revista de imaginación.

Por suerte en casa todavía conservo algunos ejemplares de la segunda época; así que decidido a buscar el cuento noqueador, esa misma noche descorché una botella de vino tinto y copa en mano y revistas en mesa me puse a leer.

Cuentos con final sorpresivo había muchos, como el de Bukowski, Los Asesinos, en el que dos ladrones matan a sus víctimas sin robarles nada; pero nada de golpes noquedores después de una paliza. Más adelante me encontré un soliloquio amargado de un tal Jesús Gardea que destila, como su nombre lo indica, un torrente de miel amarga: Trabajo me cuesta tomarme el jugo de naranja en la cocina. Es como si se me hubiera coagulado la tristeza en la garganta…

Pensé que tal vez estaba errando la búsqueda, así que me di a la tarea de revisar el texto de una mujer, pero sólo encontré un desfile de palabras en un relato un tanto surrealista cuyo final no tenía nada de sorpresivo ni golpeador, sólo un dejo de desazón y desconcierto: ¿qué tenía que estar haciendo San Sebastián desnudo, destilando sangre, en un café? De acuerdo, La Cita de Emma Armendariz tampoco fue un buen ejemplo.

La botella estaba a medias y hacía rato que el silencio imperaba en el cuarto: las 23 horas y todo sereno. El último vecino no tardaba en llegar, como todos los días. En breve escucharía el chancleteo en el cielorraso. Puse algo de música para acompañar mi búsqueda; me serví otro poco de vino y con la ronca voz de Leonard Cohen en el fondo me sumergí de nuevo en la lectura.

Me topé con un cuento viejísimo y bellísimo de un noruego, Cary Kerner, que databa de la primera época de El Cuento (el número 4) y que fue publicado de nuevo en el ejemplar conmemorativo de los 50 años de la revista. El relato de Olaf oye a Rachmaninoff  me enterneció hasta las lágrimas. Me imaginé al pianista ruso aporreando las teclas mientras Olaf rememoraba los avatares de un una tormenta en mar abierto, el viento entre los velámenes desgarrados y las manos de Rachmaninoff persiguiéndose una a la otra repicando como granizo en la cubierta. Tal vez fue el efecto del vino o mi mente atrapada en la historia y en la música salvaje del piano (tan lejos de la voz pausada y lenta de Leonard y sus acordes tristes de guitarra), pero de pronto me vi viendo a Olaf como veía y escuchaba al músico deshacerse ante su instrumento y, como Olaf, escuché con toda claridad dos tonadas como el graznido de una gaviota contra el mar encrespado. Y de repente [Rachmaninoff] alzó las manos y las detuvo en el aire. ¡Por Dios que uno podía oír la melodía escurriendo de sus dedos en alto! Al final, me quedaron las palabras de la sobrina de Olaf, goteando como restos de lluvia desde las gavias, cuando responde a la pregunta de si ella podía tocar la misma pieza que tocó el pianista ruso: ¡Pero no como él, tío Olaf!

¿El cuento de Kerner me golpeó hasta noquearme? Me hizo llorar, tuve que interrumpir la lectura un par de veces para reponerme; hasta ahora era lo más parecido a esa pelea de box que andaba buscando. Para continuar con la búsqueda tuve que abrir la otra botella (¡sólo tenía dos!).

Estuve leyendo un par de horas más, la lista de cuentos fue más o menos larga.

Cuentos ingeniosos como Una piedra para dormir, de Waldo Frank; de terror rayando en el romanticismo como el de Lovecraft, La música de Eric Zann; o el de El pozo y el péndulo de Poe. Hallé poesía en un cuento de Mastreta: Lo encontré en la esquina de un salón lleno de gente. No hablaba pero me llamó con la amargura de sus ojos miserables…

Pero no encontré la tan buscada historia, tal vez si nos embarcamos en una tercera época de la revista…

La segunda botella se acabó. Seguí hurgando en los regalos de Edmundo y no me di cuenta cuándo me quedé dormido, la mejilla sobre la mesa. Es cierto, los cuentos no te dejan sin sentido, pero la combinación con vino tinto y Leonard Cohen, ¡puede ser fatal!

Ángel Homero Flores SamaniegoHomero

A VEINTE AÑOS DE QUE LA MUERTE SE DIO EL PERMISO DE DEJARNOS SIN EDMUNDO VALADÉS

valades

Por Jaime Adolfo Muñoz Torres
Este extraño laberinto de testimonios y tiempos, obedece a la
búsqueda de datos sobre Edmundo Valadés y su revista,
que en su totalidad son extraídos de esta misma revista: El Cuento:

1984. A 20 años de la segunda temporada. En el Centro Cultural José Guadalupe Posada, en la culminación de las Jornadas de divulgación bibliográfica del Correo del Libro, en su boletín 54, con sesión dedicada a la revista El Cuento. Agustín Monsreal, Rafael Ramírez Heredia y Edmundo Valadés, charlaron con el público sobre la importancia que la revista ha tenido en nuestro medio literario. Valadés contó cómo junto con Horacio Quiroga en 1939, se le ocurrió la idea de editar una revista dedicada únicamente a la publicación de cuentos, género que a los dos apasionaba. Esta idea fue acogida y patrocinada por Regino Hernández Llergo y se editó por primera vez El Cuento. En su primer número, casi la mitad del material de la revista, recordó Valadés, procedía de traducciones que Quiñones había hecho.[1]

1939. Cuando Lázaro Cárdenas mudó la residencia oficial de Chapultepec a los Pinos y el arco de su-gestión se alargó de cuatro a seis años, surgió en México un periodismo nuevo. Lo trajo del norte don Regino Hernández Llergo. Compañeros de trabajo y de poca diferencia de edades, Horacio y Edmundo formaron amistad en su aprendizaje a la sombra de Don Regino. Ocasionalmente los interrogaba sobre sus proyectos como periodistas. Comenzaban a soñar despiertos su proyecto de publicitar una revista literaria. Querían compartir al mundo sus mejores lecturas.

—Ustedes dos pierden tanto tiempo con esa afición a los cuentos que me van a descuidar  el trabajo ¿Cuánto necesitan para su revista?

—Pues así al tanteo, calculamos unos mil pesos.

—¿Quién va a ser el director?

—Pues, si usted acepta, don Regino, sería un honor para nosotros.

—Muchas gracias, pero a mi no me sobra tiempo.

—Pues entonces, Horacio, o yo, o los dos, o un año cada uno.

—Los veo verdes. ¿En que oficina van a hacer su revista?

—Pues, en eso sí que no habíamos pensado.

—Pongan este domicilio y también los teléfonos ¿Quién va a administrar?

—Pues, nosotros mismos. Cuando tengamos qué.

—No, así no. Están desorganizados. Consíganse un gerente y pongan a Lucía como administradora.

El número uno salió en junio de 1939. Lo bautizaron “El Cuento. Los grandes cuentistas contemporáneos”. Editorial Relox. Directores: Edmundo Valadés-Horacio Quiñones. Oficinas generales: Vallarta Núm. 1. Teléfonos: Mexicana L-60-22 y Ericsson 2-85-64. Gerente: Luis Alcayde. Administradora: Lucía D. de Hernández Llergo. “$10.00 es lo que cuesta la suscripción anual de El Cuento, envíelos sin demora al apartado postal 10405, México, D.F. y obtendrá 12 números de la publicación más amena hecha en México. El número 2 llegó con la misma puntualidad que julio. En la tercera de forros un anuncio llamaba a los señores comerciantes a anunciarse en El Cuento. Esfuerzo inútil. No habría número seis. “Con eso de la guerra en el mar, el papel sueco y alemán que llegaba a México, ya no llegó”[2]

1964. La población de la capital se ha cuadruplicado, la televisión es dueña de la mayor parte del tiempo libre de quienes en 1939 leían. El amigo y coeditor Horacio Quiñones ha muerto. En la calle San Juan de Letrán, un tanto alejada del centro de la ciudad abrió librería don Andrés Zaplana, un tipo muy audaz, el primero que ha quitado el mostrador entre el cliente y los libros. El cliente puede tocarlos sin pedir permiso, mirar precios por sí mismo, hojear y ojear antes de decidirse a comprar. Hay tertulia. Don Andrés la anima.

— Oiga, Edmundo ¿Por qué no vuelve a hacer El Cuento?

—Pues mire usted, señor Zaplana, yo que más quisiera. He acariciado esa ilusión más que a las mujeres. Pero hace falta más dinero que con ellas.

—¿Le sirven tres mil pesos para empezar? … ¿Sirven cinco mil?… Aquí están diez mil pesos. No se hable más. Si es negocio me paga, y si no es lo olvidamos.

—Pues no sé qué decirle, señor Zaplana, pero ya me convenció usted. Se lo agradezco. Espero pagarle pronto.

En mayo de 1964 renace “El Cuento”. Publicación mensual. Director: Edmundo Valadés. Consejo editorial: Andrés Zaplana. Consejo de redacción: Gastón García Cantú, Henrique González Casanova y Juan Rulfo. Suscripción anual treinta pesos.

1995. La sección “Cartas y envíos” se convirtió en un taller de creación literaria por correspondencia. Y no son pocos los autores que han visto por primera vez sus trabajos en letra de imprenta en las páginas de El Cuento. Un camino de siembras, labor fecunda dejó don Edmundo a lo largo de 127 números de la revista, 1968 cuentos de una página o más. Y casi 3,000 de menos de una página.[3]

Su sección de cartas. Que trata de alentar o aconsejar a cuentistas espontáneos, inéditos o nuevos, que en mucho deciden escribir empujados por la lectura de la revista, y que envían sus primeros trabajos, se ha convertido en un taller abierto de cuento.[4]

Valadés, no como un mero recopilador de relatos, sino como un honesto transmisor de experiencias sustantivas, de indagaciones que dejan huellas perdurables, ha sabido combinar certeramente divulgación y estímulo, mezclando con laboriosidad y pericia, con rigurosa deliberación seleccionadora, las narraciones cortas más representativas de los grandes autores de todos los tiempos, con las de aquellos escritores jóvenes y desconocidos en su mayoría, que muestran determinadas cualidades en la práctica del oficio literario. El éxito de la revista se debe precisamente al talento con que han sido manejados sus contenidos. Y también otro rasgo de generosidad inusual, a que no necesita ser ahijado, compadre, sobrino, amigo, cómplice o lacayo de su director para publicar en ella. El Cuento no se reserva el derecho de admisión, no condiciona sus páginas al empleo de la dudosa corbata intelectual, no advierte que los faltos de consagración se abstengan de tocar a su puerta.

Otro acierto ha sido la publicación de escritos teóricos y de crítica literaria. Otro más, su concurso de El Cuento Breve, un hallazgo derivado de los recuadros dedicados a fragmentos, citas, aforismos que proporcionan una riqueza siempre sorpresiva y fluctuante a las páginas de la revista.[5]

1964. Aquellas lecturas me transportaron a un reino mucho más bello y amable de lo que era la Ciudad de los Palacios que empezaba a empuercarse con un aire negro y un vaho de conciencias podridas que lo asfixiaban a uno, a uno de provinciano, pues. “Tus dibujos le gustaron al señor de la revista. Quiere conocerte. Esta es la dirección: División del Norte 501, despacho 106” “Pase usted de la Torre. Si usted quisiera, ilustraríamos tres o cuatro cuentos por número, pero con un estilo diferente en cada uno, para darle cierta variedad ¿me entiende? Aquí le he escogido estos. Yo creo que con su pluma y su talento…” Ni tiempo de decirle que yo no era ilustrador; que apenas era monero, caricaturista. El estaba recortando y pegando galeras en hojas diseñadas como “caja” de El Cuento.

—Usted hace todo eso, don Edmundo?

—Pues sí, de la Torre. Un diseñador me cobra por hacerme este trabajo que yo he simplificado al máximo. Mire…

Y me fue explicando en qué consistía la elaboración de originales para la imprenta.

—Yo puedo hacer eso, don Edmund.

—¿De veras? Oiga, de la Torre, no sabe cuánto se lo agradecería. Por supuesto, cuente con una modesta remuneración. Pero si usted me ayuda a formar El Cuento yo podré leer y contestar mayor correspondencia…

Y así, sin saber formación o diseño, ni ser el dibujante que yo quisiera, apareció mi nombre en el directorio de El Cuento a partir del número 6. Formación y dibujo, Luis de la Torre.[6]

Valadés ejerce las funciones de hombre orquesta en la confección de la revista, o sea, Valadés diseña, forma las planas, selecciona ilustraciones, traza recuadros, corrige galeras y pruebas finas, compagina, arma, decide la portada, cuida la selección de color, lleva a la imprenta, trae de la imprenta, y luego recorre librerías para checar la distribución y cuando es necesario distribuye el mismo, y más luego, en sus ratos libres, lee la correspondencia de sus lectores de toda América y la contesta personalmente, siempre de una manera objetiva, precisa, amable, alentadora. Rasgo de generosidad, dicho sea entre paréntesis, que hasta donde sé no tiene el director de ninguna otra revista.

La historia de la revista El Cuento es la de un hombre que ama definitivamente a la literatura. El Cuento es su creador, su amante puntual y generoso, su artesano: Edmundo Valadés. Muchos hemos descubierto en sus páginas esos mundos mágicos que se nos enredan en el alma para siempre.[7]

La revista El Cuento y el maestro Edmundo Valadés ¿no son lo mismo una y otro, a fuerza de padre previsor y provisor e hijo bien mandado?[8]

Es cierto que su producción literaria es poca, pero también es verdad que un escritor de la exactitud de Valadés tiene por fuerza que ser un escritor de ritmo lento. Basta leer cualquiera de sus narraciones para darse cuenta de que no escribe a lo fácil, no describe: crea; no calca la realidad: la inventa, la transforma, la integra, morosa y amorosamente, pensando, pesando, midiendo la validez, la autenticidad, la credibilidad, la certidumbre de cada estructura, de cada atmósfera, de cada personaje, de cada diálogo, dotando a cada tema de su propia anécdota incanjeable, su propia temporalidad, su respiración propia, su propio vocabulario, amarrando severa, estrictamente cada uno de los elementos que componen el relato para que no haya la menor fisura, para que el lector no se encuentre de improviso con ningún desamparo, para que transcurra sin tropiezos desde la primera línea hasta el punto final.[9]

 

 

[1] N° 91, Pag. 338 (Editorial)

[2] N° 131 Pag. 15-18. Algo de historia sobre la revista El Cuento. Juan Antonio Ascencio.

[3] N° 131. Pag. 20-24 Algo de historia sobre la revista El Cuento. Juan Antonio Ascencio.

[4] Nº 109. Pag. III  Editorial.

[5] Nº  131 Pag. 10-11  El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

[6]  (6)Nº 131. Pag. 25-27 De amistad y lecturas con Edmundo Valadés. Luis de la Torre

[7] Nº 131 Pag. 9 El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

[8] Nº 111-112 Pag. XLII  Alejandro González Acosta. Academia Cubana de la Lengua

[9] Nº 131 Pag. 11-12  El cuentista de los cuentos de El Cuento. Agustín Monsreal

Nota de las notas: Cabe mencionar que Edmundo Valadés realiza personalmente hasta el número 127, y deja inconcluso el 128, cuando la muerte lo sorprende. Por lo que antes de ellos, los datos sobre valadés se hacen de difícil pesca. No así sus amoríos que es la misma revista. Y el 131, es en sí un homenaje, que le hacen los mismos colaboradores.

Jaime Adolfo Muñoz Torres

Jaime y el cuento

Jaime Adolfo Muñoz Torres y su colección de El Cuento. Los tiene siempre a la mano,  entre su dormitorio y el WC, pues los revisa a diario.

 

El 27 de septiembre de 1958, ya muy noche, debió nacer, pero solo atinó a sacar su brazo derecho, él dice que porque el hombre debe ser tantiao, lo cierto es que la partera se asustó y en lugar de nacer en la cama donde habían nacido sus seis hermanos anteriores y que había levantado el pedido de los siete, fue a nacer a una clínica en donde lo voltearon y sacaron con fórceps, cosa que le dejó la cabeza boluda. Para entonces ya había comenzado el día 28. Sin embargo se llama Adolfo y no Cosme o Wenceslao.

Jaime significa: El que mete zancadilla. Adolfo: Lobo noble ¿Afán de equilibrio, tal vez?

Nació bajo la influencia de Libra, y sí, apenas la libra.

Es nacido en Aguascalientes, sus piernas miden 110 centímetros, con ese tamaño de pasos, debía ser un vago. Él dice que sí lo es, pero aún radica en su tierra natal, de la que casi no sale.

Estudió una carrera de ventas, pero nada vende, apoya a artistas.

Se casó y enviudó. Se volvió a casar y se divorció.

Fue bautizado en la fe católica y no va a misa los domingos.

Nació hombre y… sigue machín, eso sí, es admirador de shorcitos y escotes

Se siente guapo y manda su foto para el desengañe.

A sus 18 años, sufrió crisis de llanto, manos dormidas y dolores de cabeza, debido a que su sangre no llegaba a al cerebro con la suficiente presión. Trabajaba, estudiaba, era seleccionado en basquetbol, entrenaba fut bol americano, se ponía borracho en discotecas y no comía verduras ni empanizados porque no le gustaban. A los 25 años se recuperó de este mal.

Miope desde los 10, a los 25 recupera 3 dioptrías y a los 47, otra media.

Padeció de hipertensión y desgaste en las rodillas, ambas las erradicó haciendo teatro (2006) Nunca lo pensó así. Atinó, por casualidad.

Morirá a los 84 años, babeando delante de personas (que pena. Lo ha soñado) entre el 7 y el 27 de diciembre del 2042.

Postdata, a pesar de todo, es feliz, tiene cuatro hijos y tres nietas, aún cinco hermanos y su mamá.

Posdata dos: La cama en la que no nació, llegó a ser su cama, cuando sus padres la desecharon por vieja y guanga. Seis polines le dieron nueva macices. Ahora después de 70 años de uso, por fin la jubiló, convirtiéndola un librero y mesa de trabajo. La cama actual de Jaime (Mueran de envidia) es alta, de 1880, con patas torneadas y un águila en la cabecera. Bastante firme.

Posdata tres: Su platillo personal es; huevo estrellado, cocinado con la receta de huevo revuelto, más queso y totopos. Una delicia.[1]

[1] Semblanza enviada por el propio Jaime Adolfo Muñoz, vía e-mail

…de Salvador Herrera García 2

En torno a don Edmundo Valadés y a un libro…

Salvador Herrera García

 

Por 1977, radicaba en el Distrito Federal. Era yo asiduo lector de los cuentos de don Edmundo Valdés y, desde tiempo atrás, persistente colaborador de El Cuento, a través de correspondencia desde mi natal tierra veracruzana.

 Una tarde me dirigí a las oficinas de la revista en la avenida División del Norte- con un ejemplar de La muerte tiene permiso…Mi intención era solicitarle a don Edmundo me hiciera favor de firmarlo… Acudí varias veces, nunca lo encontré…

 A la quinta visita fallida, un muchacho que estaba a cargo de la oficina, me sugirió que le dejara el libro; anexé una nota que explicaba mi deseo y se lo entregué, aclarando que pasaría a recogerlo en días posteriores…

No me fue posible regresar. Pasaron los meses. Dejé el DF y regresé a radicar por una temporada a mi natal Catemaco, Veracruz… Casi me olvidé del libro…

Y un día, el cartero me dio la sorpresa. Llegó a mí un envío registrado…era de don Edmundo. … Contenía varios ejemplares de El cuento, con mini ficciones de mi autoría… y mi libro autografiado. Pero no era el ejemplar que llevé aquella tarde, maltratado por el uso; era otro nuevo, de edición reciente y nueva portada… Además de la atención de enviármelo, el maestro se tomó el trabajo de buscar y encontrar en su archivo -entre la nutrida correspondencia-, mis envíos y mi dirección postal…

Años después, tuve la oportunidad de agradecerle personalmente, ese generoso, atento e inolvidable detalle.

chava

img733Salvador Herrera García

…de Guadalupe Vadillo

El Cuento: un fenómeno luminoso

Guadalupe Vadillo

Los recuerdos se van agazapando y solo se asoman a través de la bruma del tiempo cuando en el horizonte aparece un evento que les interesa. Justo eso sucedió con mi relación con El Cuento. Cuando recibí un correo electrónico de Alfonso Pedraza invitándome a escribir en una antología de minificcionistas que habíamos participado en esa revista, como convocados por un médium, uno tras otro se concretaron los recuerdos asociados a esa publicación. Fui al librero donde conservo algunos ejemplares, abrí uno y el aroma del papel enseguida me hizo recordar otros momentos, a lo largo de los años, en que había vuelto a disfrutar de la revista.

El primer recuerdo que se hizo presente fue cuando la descubrí en un estante de Sanborn’s. Cuando la vi y pude hojearla, un texto brevísimo me atrapó. Di la vuelta a la página y encontré que en casi todas las hojas había una sorpresa deliciosa y breve. Me apresuré a comprarla y a llegar a casa para terminar de leer, primero, todas las ficciones mínimas y después abordar alguno de los platos fuertes.

Desde ese primer momento, el entusiasmo por colaborar en la revista surgió y, con los días, se hizo más intenso. Leí la convocatoria al premio y como un Walter Mitty versión femenina y de catorce años, me imaginé ganándolo. Revisé textos que había escrito y a diario me acostaba pensando en el texto mío que aparecería en sus páginas. Empecé a enviarlos por correo y esperar, esperar, esperar. Nada. Por fin acomodaban el nuevo número en el estante, ahí mismo lo revisaba para ver si alguno de mis cuentos había logrado colarse a la edición, pero los ánimos finalmente se venían abajo.

Como es natural, llegué a la conclusión de que simplemente no les habían llegado mis envíos: el servicio de correo era tan poco predecible que seguro mis cartas estaban por ahí, atrapadas entre la burocracia. Por ello, un día decidí llevar yo misma mi texto a la oficina de la revista, creo que cerca de la Glorieta Mariscal Sucre. Casi no tengo imágenes visuales del lugar, pero viene a mi mente una escena de un sitio estrecho donde había escritorios (¿de madera?) y dos hombres rodeados de papeles, así como muchos ejemplares de la revista. ¿Alguno de ellos sería Valadés? Entregué un sobre con dos o tres textos, colmados de buenos deseos y mejores augurios y salí, cruzando los dedos.

Recuerdo también mis idas a Sanborn’s en los días en que debía aparecer y las decepciones cuando no llegaba aún, así como las alegrías de encontrarla, elegir la que estuviera planita e inmaculada, para correr a leerla de forma administrada: un poco a la vez, para estirar el gusto hasta que se volviera a hacer presente. Eran tales mi afición por la revista y las ganas por que me publicara algo que empecé a medir el tiempo a partir de las entregas de la revista. Así, cuando un día abrí un número y vi mi nombre en el índice, casi la dejo caer al piso. Me apresuré a leer mi cuento y me acuerdo que, ya ahí, no me gustó. Pensé que era un honguito al pie de los árboles robustos que eran todas las ficciones que lo rodeaban. Sin embargo, contagié de emoción a mi familia y a mi mejor amiga. En las noches ya no sólo pensaba en mi siguiente trabajo que aparecería en El Cuento, sino que mentalmente veía de reojo mi textito ya publicado.

El tiempo es un elástico que se estira y que se encoge de vez en vez. Abrir la antología 2014 con un cuento escrito hacía apenas unos meses fue uno de esos momentos en que pasado y presente se tocan: me causó exactamente la misma alegría que aquella primera aparición.

Siempre oímos que los cuentos nos permiten vivir vidas alternas. Para mí, la relación con estos maravillosos minificcionistas me ha permitido no sólo eso, sino revivir momentos de enorme emoción de mi propia historia.

guadalupe vadillo

Guadalupe Badillo

…de Mario Luis Vigueras Cuellar

Edmundo Valadés en mi vida.

Mario Luis Vigueras Cuellar

Era la hermosa ciudad de Tlaxcala, la Universidad Autónoma de Tlaxcala, la que nos daba la bienvenida a uno de los Encuentros de Investigadores del cuento mexicano, eran sus inicios, allá por el año de 1990, cuando estudiábamos en el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica de la entonces Universidad Autónoma de Puebla.

            La invitación había llegado de parte de algunos docentes que también trabajaban en la UAP y en la UAT, por lo que el ambiente que se creo fue de total camaradería, debido a que allá la carrera de Letras apenas se iniciaba y sus alumnos eran poco, por lo que nosotros nos sentíamos como en casa.

            El encuentro se llevó de la mejor manera posible, los ponentes una vez terminadas sus exposiciones permitían el acercamiento de los alumnos, fue ahí que tuve la fortuna de conocer y hablar con Edmundo Valadés, una persona sumamente sencilla, cordial en el trato, de voz suave, con mucho sentido del humor y con una sonrisa que aún la recuerdo.

            El maestro Edmundo Valadés, con su plática muy animosa, era de sus vivencias, de sus experiencias, en ocasiones de tiempos difíciles que por sus lejanas tierras tuvo que vivir en carne propia, terrenos secos, en alguna ocasión intentó llegar al extranjero, fue una aventura digna de contarse en algún cuento, donde estuvo a punto de morir asfixiado en un transporte improvisado para llevar personas.

            Por aquellas fechas, todavía soltero, con ganas de triunfar, el conocer a Edmundo Valadés fue para mí, un ejemplo a seguir, conocía poco de su persona, poco de su obra literaria, pero ese encuentro considero que fue primordial para tomarle más gusto al cuento.

            Supe que era el director de la revista «El cuento», y me dijo que si quería, que mandara a ella algunas minificciones, situación que no desaproveché, lo curioso del caso es que perdí la comunicación después de ente encuentro de cuento y no supe jamás lo que pasó con lo que le envié, no había los medios con los que contamos en la actualidad.

            Esas vivencias, con compañeros que teníamos los mismos gustos, me llevaron por esas fechas a hacerme novio de la que se convertiría con el paso de los años, en mi esposa, Mariana Morales Alcántara, esas salidas a Tlaxcala, desde Puebla, esa convivencia, ir al mercado a consumir los platillos de la región, fue el inicio de una nueva vida, que terminaría con un casamiento el 21 de diciembre de 1991.

            Me enteré años más tarde que había fallecido, el 30 de noviembre de 1994, fue una noticia lamentable que se divulgó por los diferentes medios periodísticos y sobre todo de las letras en México, lo que son las casualidades, es en este mismo año, unos días antes, el 1 de noviembre que llega a mi vida una de las fortunas más grandes que podemos tener en esta vida, me convierto en padre de mi primera hija, que lleva el nombre de su madre, Mariana Vigueras Morales.

            Sin embargo el paso del tiempo me lleva por otros caminos, un día, por coincidencias o azares del destino, me doy cuenta de que preguntan por mí, se trata de Alfonso Pedraza, al momento creo que se trata de alguna broma, pero mi sorpresa es enorme al ver que se trataba efectivamente de mí, no había duda, esa persona soy yo, lo había escrito en ese tiempo que lo conocí y que ahora estaba seguro de que algo, tal vez poco, pero él me había evaluado con un «excelente» al poder permitirme estar en su revista internacional.

            Mi alegría creció porque al paso del tiempo, me he convertido en un docente de español, en secundaria y de un docente de Lenguaje e Investigación en el nivel de preparatoria, y por gusto personal, les he dicho a mis alumnos, la fortuna que tengo de haberlo conocido a este genial maestro de literatura mexicana, les hablo de él, con el respeto y admiración que se profesa a un padre, a un gran amigo, les invito a leerlo, les traigo sus lecturas a las clases y trato en lo posible que él siga presente, que no se vuelva como la muerte tiene permiso, que siga presente con nosotros, porque los Sueños son inmortales palomita, porque si algo he aprendido de este genial maestro es que los mejores cuentos salen de las vivencias y que tarde o temprano se pueden volver realidad.

            Por eso y más cuando me hablan del maestro Edmundo Valadés, me llena de gusto y orgullo poder ser parte de este grupo selecto que en alguna ocasión tuvimos la fortuna de encontrarnos en su camino, un camino literario, ser parte de esas coincidencias de la vida o de la muerte.

mario luis

Mario Luis Vigueras Cuellar

… de Dámaso Murúa

EDMUNDO VALADÉS, SONORENSE MAREÑO[1]

Autor. Dámaso Murúa

Sucedió a fines de noviembre de este año, en el Museo Carrillo Gil de la Tenochtitlan City. El acontecimiento era simple y claro pero notable: celebrar los primeros cien números de la revista El Cuento que había dirigido desde siempre Edmundo Valadés. Anteriormente con ayuda de Juan Rulfo, Memo Giardinelli y ahora por la de Agustín Monreal y Juan Antonio Ascencio. Decir cien números de tal revista, en nuestro país, equivale a proeza no fácil de igualar. Un hombre de mar, que tuvo horizonte azul en su infancia guaymense, es el causante de este acontecimiento.

La mesa de los homenajes fue ocupada por José Agustín, José de la Colina, Marco Antonio Campos, Felipe Garrido y el mago de nuestra literatura cuentística. A Edmundo debemos muchísimos escritores mexicanos, consejo, apoyo y estímulos. Yo no puedo contarme fuera de su generosidad. Afortunadamente la reunión fue entrelazada, colectiva, y debido a ello pudimos saber muchos secretos de esta portentosa obra del sonorense escritor, autor del magistral cuento llamado “La muerte tiene permiso”.

Lo menos que dijo Pepe de la Colina fue que sus libros no serán muy conocidos, sus cuentos tal vez un poco menos, pero por el hecho de haberle publicado Edmundo Valadés algunos textos suyos en El Cuento, podía considerarse conocido no sólo en México, sino en toda Sudamérica. Porque por todo el Congo Sur, la revista es famosísima; se le considera el primer embajador mexicano de las letras. No hay escritor importante o menor que en los países sudamericanos, no la conozca.

Ante lo dicho por De la Colina, Marco Antonio Campos apuntó que él se consideraría desheredado y sin estímulo en las letras mexicanas, hasta que Edmundo Valadés algún día lo publique, y ojalá que sea pronto porque Campos es un escritor joven que nos brindará buenas cosas en el futuro. José Agustín, más novelista que cuentista, lamentó que Edmundo aún no lo haya incluido en ninguno de los 1500 cuentos que se han logrado publicar en la revista que celebrábamos en un ciento. Pero Agustín es un escritor tan talentoso, ya conocido, tan hecho den su personalidad inconfundible de escritor grande, que no le hace falta. Fue a la reunión porque el afecto por Edmundo Valadés se nos desparrama siempre. Edmundo es como un hermano mayor en esto de las letras mexicanas.

A medida que se desarrollaba esta asamblea literaria, no pude omitir el recuerdo de otro homenaje hecho a Valadés en otra galería de pintura, por las calles de Havre, cuando Juan Rulfo nos dijo a todos que si era escritor se lo debía a Valadés.

Carajo, en mi vida he escuchar elogio tan sincero y franco a favor de Valadés. El mejor cuentista de México, le estaba diciendo que era escritor por él, por sus consejos, por su amistad y sapiencia literarios. Pero también, ya en reflexión, creo que Rulfo no estaba diciendo mentiras ni elogios desmedidos. Edmundo es un grande de la literatura mexicana y de muchas partes del mundo. También es un maestro.

Entrando a la reunión, me topé con Ascencio, a quien yo confundí con Noé Jitrik cuando me lo presentaron, un argentino cuentista y de facha parecidísima a este jalisciense amigo. Antes de decirle buenas noches a Juan Antonio, me emplazó a recordarle el nombre de un cuento de mi libro El mineral de los Cauques (“Tengo ocho libros tuyos, ya sabes”), que no era otro que El héroe, el soldado cobarde y escuinapense que lo mataron con rifle de municiones; iba llorando como el soldado que consagró Daniel Santos en una cancionsona de aquellos tiempos. Juan Antonio fue testigo del premio que me dieron por “El Tiburón Larín”, en Puerto Vallarta, en el año de 1984. Hasta me aseguró que había salido en El Cuento; que lo había publicado Valadés. Fuimos a preguntarle a Edmundo si era cierto y me dijo que no, ya me reí, porque tanto Edmundo como yo, para esas cosas, tenemos memoria de elefante grande. A mí no se me habría podido pasar que me publicaran esa revista y no saberlo.

Porque, como José de la Colina, estoy en deuda con Edmundo Valadés. En el número 20 ó 25, me publicó el cuento de “El tigre ensillado” de mi libro El Güilo Mentiras, lindamente ilustrado; y en el número 60, el texto grande que yo llamé “En el tiempo”, un cuento bonito de las fiestas de toros en el sur de Sinaloa, donde narro que una mujer bellísima, Walfa llamada, por el recuerdo de sus axilas velludas, baja con una indicación de ojos a uno de sus admiradores a torear un toro cebú que le pone una paliza de órdago, reventándole un testículo con el testuz, porque la fiera no tenía cuernos. A Edmundo no se le olvida el tema, ni el Mentiroso tampoco. Por eso pude dirigirme casi pedante como si fuera hijo de la familia Valadés, a Marco Antonio Campos. Otros lloran por lo que a uno le sobra. Carajo, qué presumido me sentí esa noche.

Todavía me acerqué a José Agustín para confiarle mi fanatismo por sus letras y asegurarle, sin mentir, que lo leo siempre que publica un libro. Este escritor es de Guerrero, nacido en Acapulco y para mí que es de origen cambujo o saltapatrás, como calificaban a algunos mulatos los güeros españoles racistas. Además, tiene manos grandes, como de boxeador con KO. Gran amigo, sencillo y ñero, como decir “mi cuáis”, en Sinaloa.

Pepe de la Colina se quejó conmigo de la falta de notas por los libros de escritores mexicanos. Que los aprendices de crítica mexicana y literaria, parecen que viven en extranjía, porque sí hacen crónicas de Milán Kundera, Leonardo Sciascia, Chesterton y otros extranjeros, pero de los mexicanos ni una nota. Hay que esperar que se apiaden de nosotros, estos traidores de la cultura mexicana. Es cierto que hay pocos escritores mexicanos de gran calidad, pero que los hay, sin duda. Sergio Galindo ha publicado recientemente su libro importantísimo cuyo tema se desarrolla entre las ciudades de Jalapa y Orizaba. Además hay ya gente joven trabajando bien y con acierto. Pero la aclaración de De la colina, venía a cuento porque le di a uno de sus croniqueros, un ejemplar de la primera novela de José Luis Franco, un escritor novel pero bravo, de Mazatlán, que escribió sobre los amores fallidos de Angela Peralta y sobre el teatro que lleva su nombre, que ahora es una cueva de fantasmas marinos en el puerto sinaloense.

La reunión de marras me hizo reflexionar en el por qué Edmundo Valadés es como es. Seguramente su infancia la pasó enfrente de un espejo de mar, que no es lo mismo que pasarla frente a un espejo de rocas. El mar avivó la imaginación del niño y adolescente; lo tomó afectivo, porque Guaymas, en el tiempo de su vida, era un puerto muy generoso y no ha dejado de serlo.

De Sonora emigró un agricultor tosudo, sin mucha preparación, maestro que mataba presidentes y sueños, llamado Plutarco Elías Calles, el turco inmortal. Este turco es el autor de la primera estructura social y política más importante de nuestro país. También desde Huatabampo, se fajó los machos y tomó grado de general por sus pistolas, el Manco Obregón, Álvaro para su familia. Uno de los presidentes nacionales más astutos y canijos que ha tenido México. Tanto, que tuvieron que matarlo. Si el turco lo mató, o mandó matar, como dejó dicho a doña Elisa Beaven en Escuinapa, no quiero meterme en líos históricos. Pero ambos sonorenses, por no citar más, fueron hechura de las tierras y hábitat de esos rumbos. El desierto de Altar y el Golfo de California, producen hombres sensibles y constructivos, trabajadores y ladinos.

Cualquiera que vaya a Guaymas, ahora, en estos tiempos, en los muelles pesqueros, llegando al hotel Rubí, por ese rumbo podrá contemplar tres estatuas: las de Calles, De la Huerta y Abelardo Rodríguez. Los tres, presidentes de la República, que son de Sonora. Ahí, nomás le falta el Gordo Valenzuela… Para que dejemos de toser por nuestras presumidas pretensiones. Los sonorenses deveras que son gallos, como acostumbraba a decir Florencio Villa.

Pero también de Sonora, salieron tres maravillosas mujeres, tres repito, tres. Las más valientes, independientes y bonitas. Me refiero a María Félix, Silvia Pinal e Isela Vargas. La divina Isela, personaje femenino que la ilustró la portada de mi libro Amor en el Yanqui Stadium. Sobre las tres no necesito amontonar adjetivos, porque les sobran. Casi opacan a las otras tres nórdicas divinas del cine mundial: Heddy Lamar, Greta Garbo y Liv Ullman. Tengo razón en deducir cualidades por Edmundo Valadés, porque su tierra se las dio, y él supo desarrollarlas. Es un hombre que ha sabido estar en la altura de su talento.

Cuando vuela una gaviota frente a nosotros, besando al reventadero de las olas o paralizando sus alas en el centro del huevo azul, se nos da una lección inolvidable: el pájaro es uno de los animales más libres de la creación. Edmundo Valadés es un pájaro de mar, pero con la inteligencia orientada por el afecto a sus hermanos y a las letras escritas.

Que vengan otros cien ejemplares de la revista El Cuento, porque los escritores de habla hispana estamos muy orgullosos de esta publicación y de su autor, Edmundo Valadés, el tantas veces repetido y afamado sonorense.[2]

 Dámaso MurúaDámaso

 

 

 

 

[1] Texto publicado en el libro “LAS MUJERES PRIMERO” de Dámaso Murúa el “Güilo Mentiras”

[2] Nota agregada: En Investigación a los hechos narrados por el “Güilo Mentiras” Dámaso Murúa en este artículo encontramos estos datos que sirvan para dar más precisión a lo leído en este artículo.

Dámaso Murúa Beltrán, fue publicado en:  N°8, Caja de sorpresas, Pag. 55 Con el nombre: Fábula Escuinapense (Debe ser el mismo mencionado por él, como Tigreensillado). N°60 En el tiempo, Pag. 74

José Agustín fue publicado en: N° 23 Trayecto en el taxi Pag. 397, en el N° 53 Luz Aexterna Pag.77, en el N° 109-110 Cuentalia, respecto al libro: No hay cesura.

Marco Antonio Campos fue publicado en: el N° 93 María de sol, Pag. 623, Una fotografía con Eraclio Zepeda en pag. 604, En  “ Ellos los escribieron” Pag. 606, en el N° 96 Caja de sorpresas.  El canto de las sirenas Pag. 137, En el N° 113 Caja de sorpresas (3 cuentos) El pescado y la mujer Pag.35.   Después del combate  Pag.  69.  En la cruz Pag. 113, en el N° 114-115 Caja de sorpresas, En un burdel de Atenas  Pag. 171, en el N° 123 México 2 Bulgaria 0, Pag. 261  “Ellos los escribieron” Pag. XXX, y en el N° 127 Caja de sorpresas,  DIE KLEINSTE FABEL  Pag. 113.

20 AÑOS SIN EDMUNDO VALADES

Portada de 20 Valadés

Programa completo del homenaje: 20 años sin Valadés: DESCARGUE AQUI

 20 VALADES

Hace aproximadamente un mes me contactó Adriana Quiroz Vda. de Valadés, para recordarme que el próximo 30 de Noviembre se cumplirán 20 años que el maestro partió de este mundo, y refiriendo que a nivel institucional no había ningún indicio de que se preparara acto alguno para conmemorar este suceso me pregunta ¿Qué vamos a hacer?

Adriana: este es un conjunto de esfuerzos muy interesados, no en recordar, pues lo es, sino para mostrar que Edmundo Valadés es querido y admirado a 20 años de su tránsito.

Agradecer a todos los participantes, lo hago, y ellos me lo agradecen también, me lo han repetido en numerosos correos que he recibido. Todos entusiastas, alumnos, compañeros o sólo admiradores del maestro y su obra.

Ricardo Fuentes Zapata. (El trailero)

Ricardo Fuentes Zapata

Ricardo Fuentes Zapata

Su nombre verdadero era Israel Ricardo Cortez Zapata, y nació en Campeche, según referencias dadas por su hijo Fermín Cortez Burgos en un comentario dejado en este blog. Ricardo, mejor recordado en El Cuento, como “El trailero”. Es un personaje fuera de serie, trabajador, amoroso y enigmático, aún para su familia (Todo esto, son meras elucubraciones al leer sus cartas y el comentario de su hijo). Se colige muy estimado por Valadés, pues fue bien acogido en El Cuento al encontrar numerosos textos, y largas misivas publicados en el cuerpo de la revista y en el Correo del lector respectivamente. No se consiguen datos biográficos de él, sólo estos, que hemos podido encontrar tras una ardua revisión en los cientos de números de la revista, y que apenas nos dan un esbozo de este notable personaje. Sirva como un homenaje de los lectores de El Cuento a este evocado escritor.

Nos dice en una de sus cartas:

“…Entre esas cosas incluyo una que titulo “Suspiros del afane” (en caló) que traducido al cristiano quiere decir ‘Gajes del Oficio’[1]. Trata del relato que está haciendo un ratero a otro acerca del asalto cometido por un compañero de ambos… fuera del cabaret donde estuvo bebiendo.

La razón por la que conozco este lenguaje es porque yo crecí por las calles de Rivero, Peralvillo, Tepito y La lagunilla, que fueron testigos de mi crecimiento. Para sobrevivir en ese mundo tuve que cantar en los camiones, dar grasa, vender diarios y repartir los programas del Tívoli. También uno que otro mandado a las ‘vírgenes de media noche’ de la calle. A la edad de 14 años me fui con un amigo de mi familia que tenía un tráiler. Durante 3 años fui su ayudante, hasta que aprendí los gajes del oficio (suspiros del afane). Me fui después a Estados Unidos y viví 5 años en Nueva York trabando en una línea de trailer’s internacionales… ‘suspiros del afane’, lo escribí una tarde de Domingo que estaba descansando de una jornada de 400 kilómetros, en una gasolinería…

Bien amigos, les envío también una fotografía de un servidor tomada al pie de un tráiler tan viejo como el chofer, tomada en Can Cun, Quintana Roo”.[2]

Antes de esa carta, en el No. 64. Abr-May 1974 en otra misiva publicada nos cuenta:

“Yo me gano la vida como operador de camiones transportistas por las carreteras de la Patria y por ello no tengo un domicilio fijo ni determinado, puedo decir que mi domicilio es toda la República Mexicana, por ello me vi precisado a no renovar la suscripción… Sin embargo, poseo todos los números que han aparecido, pues los compro en cualquiera de las ciudades por donde paso y me ‘agarra’ la aparición del número en turno.

No he dejado de escribir, he escrito mucho, aunque quizá nada sirva, pero yo disfruté mucho al hacerlo. Como dice el poeta: “Unos tienen la vida para soñar y otros los sueños para vivir”, y yo me he divertido muchísimo con las situaciones inventadas o soñadas. ¡Cuán hermoso es eso! Como transportista que soy, prácticamente vivo en la unidad que opero durante 30 o más días y por ciento y cientos de kilómetros, de los cuales soy dueño y amo para vivir en comunión con mi imaginación y con mis sueños. Es cuando disfruto de verdad. Barajo palabras, invento situaciones, hago combatir a mis propias ideas unas contra otras y estas en tropel chocan y se destrozan para dar paso a una más que pugna por adelantarse a sus compañeras. Almaceno material para la hora del descanso y acaso vale la pena la idea que acude a mi mente, detengo a la vera del camino el DINA DIESEL para 25 toneladas que manejo y paso al papel la idea concebida. La escribo en cualquier cosa; en una revista, en el espacio en blanco de un viejo periódico y hasta en las notas de combustible (muchos de mis trabajos han sido escritos así) ¡Ah, si yo tuviera talento y tiempo para consagrarlo a la escritura! Sin embargo, no hay peor lucha que la que no se hace y aquí me tiene con mis trabajos que espero Uds. Encuentren de algún valor.”.[3]

Ricardo Fuentes Zapata, ganó el concurso de cuento brevísimo de “El Cuento, revista de imaginación” del número 85,con el texto “El regreso de Supermán”, escogido porque manejando una anécdota válida. Lo hace con certero conocimiento del idioma coloquial tepiteño.[4] Y para muestra de esta habla natural, distinta a la usada en el anterior fragmento, veamos una fracción de dos cartas (una rezagada) publicadas en el No. 99 donde alternando con felicitaciones por los veinte años de la revista, saludos a Valadés y peticiones de referencias de libros nos dice:

Nuevamente les escribo anexándoles algunos de mis modestos trabajos. Esta ocasión incluyo un cuento (espero que lo sea) más largo (siete cuartillas) sobre una idea bastante común. También anexo 14 textos muy breves (a esta clase de textos yo les he dado el título de BREVERÍAS, incluso he compilado un buen número de ellas hasta formar un libro…[5]

…“Les escribo desde un antro de mala nota —como dicen los amarillistas— que está lleno a reventar lo cual quiere decir que a muchos la crisis y el plan de austeridad les vale gorro…

“Tengo a mi vera una ‘cacuma’ de muy buen ver, mejor tocar y ‘chido’ pasito de propaganda, la cual con la encarnada flor de sus labios —como diría Vargas Vila— me dice que estoy loco porque en lugar de estarla ‘tocando’ a ella, les estoy escribiendo a ustedes… ¡Incongruentes que somos algunos, ¿no?! Yo le dije: ¡Quieta almeja, no te apresures, que la cosa es camay! ¿Qué no ves que si no escribo inmediatamente la presente misiva se me evapora la inspireishon… (Ha venido a sentarse a mi mesa un colega trailero —un pipero que maneja ‘chabelitas’— acompañado de su respectiva ‘percha’ y traen unas ganas de rendirle culto a Baco que no vean. Yo prosigo mi carta…)

“!Me libé la Revista en un Dos-Tres! ¡Qué a todas márgaraspubliqueshon! Como todos, claro, pero en especial este porque puedo presumir de que en su aniversario aparecieron dos ‘trabajitos’ míos, ¿no? (a dos mesas de la mía se armó una ‘bronquitis’ y han entrado los ‘tiranos’ y le han dado una ‘madrina’ de órdago al ‘interfecto’ dejándolo como ‘caracol en chilpachole…’ yo prosigo mi carta).

En sucesivos números narra cosas de su vida, en ese momento actual y otras donde hace remembranzas de sus andanzas, aficiones y pesares.

“Esta misiva es muy breve pues como estamos a fin de año es muy seguro que la correspondencia le lloverá como en Diluvio Universal (Ay ojón: nomás mencioné diluvio y luego luego me acordé del que pasamos en Escárcega y hasta el chino se me encuera, me cai).

Le escribo ahora desde la muy noble y leal pero ex Blanca ciudad de Mérida, Yucatán. A donde me vi obligado a mudarme a consecuencia de la grave inundación que sufrimos en Escárcega. Hubimos muchos que lo perdimos todo. Ahora yo estoy aquí tratando de empezar de nuevo: queriendo enderezar la nave, partiendo prácticamente desde cero… Lo que más me duele es que perdí mi colección de El Cuento encuadernada en piel (tenía desde el primer tomo, cuando estos costaban la fabulosa cantidad de (cincuenta pesos, encuadernados en piel roja: ¿se acuerda usted?)… Irreparable pérdida, pues dudo mucho que vuelva a poseer tan excelente y singular colección”…[6]

“Me dio mucho gusto ver publicados dos “carretitas” mías (carreta en caló quiere decir Cuento)” [7]

“Este relato me hizo recordar cuando a mis diez años de edad tenía que dormir bajo las bancas del Paseo de la Reforma o bajo los coches estacionados frente al Waikiki, siempre asediados por policías prepotentes”.[8]

“A mí, por ejemplo, quien me rescató de esas amargas vivencias fueron unas bailarinas del Waikiki que se hacían llamar “Las Soneras del Congo” ellas me enseñaron a bailar, a tocar uno que otro instrumento, me inscribieron en la escuela nocturna y al fin, con el amante de una de ellas, me fui de ayudante de trailero; aprendí el oficio y… ¡Aquí estoy yendo y viniendo”![9]

Releyendo mi cuento, cuenta me di de mis defectos: ¡Me falta un gran camino literario por recorrer, lo sé. Pero como dijo el inventor de la carretilla: Mientras la rueda ruede… rueda.[10]

“Entre las muchas ondas con las que el Gran Dorais me adornó, me dio el champú de tocar la marimba, el saxo, el tresillo (la corneta no, porque voy de paso) y por eso en toda fiesta me ejecuto mi show… Una vez formé un conjunto que le llamé Son Bambú. Éramos puros traileros a los que nos gustaba la bulla. Pero fracasamos porque nunca cobrábamos… Hace como seis años estuvimos a punto de ir a su casa, estimado maestro, y darle una sorpresa. Fue para un fin de año, pero no sé qué pasó (mejor dicho no me acuerdo) y no llegamos. Paramos en una delegación y ahí se nos fue el año viejo… A ver si para la otra. Eso sí: le garantizamos que va a pasar un pachangón inolvidable; ojalá y que sus invitados sepan encontrarle el gusto a música tropical y al grito de Tatalibaba mi Cuba Lipe, le pongamos Jorge al infante… Abur.”

“Perdone que esté un poco disperso en mi misiva pero es que anoche estuvimos en un reventón de miedo. Fue día del transportista y lo festejamos en grande. Yo toqué el tresillo al contratiempo y nos ejecutamos eso que dice: “Y soy de acá, pero voy para allá, porque me dicen que allá es mucho mejor que acá, y si yo que estoy acá no me quiero ir para allá entonces no voy para allá y me quedo por acá, etc… Es un son cubano. Hay que ser mucha pieza para danzarlo al contratiempo. Conozco gente verdaderamente chingonométrica en ese afane pero me doy el quien vive con ellos, así, muy pinchemente.”[11]

El 6 de Julio de 2012, apareció este mensaje como comentario a su texto “Creencia antigua”. Firmado por Fermín Cortez Burgos

gracias por publicar los cuentos de mi padre ricardo fuentes zapata que era el pseudonimo de Israel Ricardo Cortez Zapata un hombre muy enigmatico pese a ser mi padre supimos muy poco de su vida sabemos que tuvo una infancia muy dificil y que se caso con mi madre sien do mucho mayor que ella muy inteligente y de un caracter muy fuerte padre amoroso que daba todo por sus hijos que vivió su vida adulta en un pueblo muy pequeño del estado de campechemexico y que fallecio en ese lugar donde yo naci para mi el siempre fue y sera un garn hombre, padre y escritor nunca entendipor quedecidio quedarse ahi cuando tenia todo un mundo por delante gracias por permitirme encontrarlo aqui.

No vuelve a aparecer carta de Don Ricardo. De seguro estuvo muy triste por el fallecimiento de su amigo. Porque lo fueron. Amigos en el cuento y en El Cuento. Hoy de seguro conviven en otras narrativas, en otro tipo de sueños, maxi aventuras para los mini ficcionistas.

Esta investigación fue realizada por Jaime Adolfo Muñoz y Alfonso Pedraza. Octubre 2014.

 

[1]En el blog existe una minificción que nombra “Jages del arpegio” y que traduce como Gajes del oficio, pero evidentemente es otro texto.

[2]Carta de Fuentes Zapata publicada en el No. 79 sep 1977 a mar 1978. Pag 575-576.

[3]En el correo del lector del No.64. Abr-May 1974, Pág. 466-468

[4]Aviso en el No. 87 Pág 708.

[5]Aquí, Pedraza se sorprende y dice: “Esta palabra la uso sin saber quién fue el primero que la usó, deberé preguntar a los investigadores (Zavala, Rojo, Del Valls, Perucho, Oxtoa, Gonzáñez, Tomassini y otros) si tienen conocimiento de esto.

[6] Nª 126, Pag. IX

[7] No. 126, Pag. X

[8] No. 126, Pag. XII

[9] No. 126, Pag. XIII

[10] No. 129-130 Pag. IX

[11] Num. 114-115 Pag. VIII

Fabrizio Prada

Fabrizio Prada

Fabrizio Prada nació en Lovaina, Bélgica el 11 de julio de 1972.

A los cuatro años, se mudó a México con sus padres: la historiadora del arte Elda Rojas Aldunate y el prestigiado escritor boliviano Renato Prada Oropeza, quien un par de décadas después se convertiría en su co-guionista de cabecera.

En 1991, dirigió su primer cortometraje: El final de la ruta. Rodado en VHS, basado en un cuento que su padre escribió especialmente para su realización.

De 1993 a 1995, estudió en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba, especializándose en dirección. Su documental escolar Soy un niño todavía, participó en más de cincuenta festivales internacionales de cine, ganando en la mayoría premios y menciones.

Desde su regreso a México, realizó una veintena de cortometrajes independientes, usando el video digital, pocas semanas después de que esta tecnología fuese lanzada.

En el año 2002, el legendario actor Hugo Stieglitz lo apoyó para producir su opera prima, Tiempo real, que abrió una nueva categoría en Guinness World Records™, al ser la primera película hecha en una toma a una cámara en la historia del cine: un plano secuencia de 86 minutos, ganador del One-Take Film Festival en Croacia y del International Non-Budget Film Festival en Cuba.

Debutó como actor en el filme boliviano Di buen día a papá, en el cual personificó a “Fabrizio”, personaje creado especialmente para él: un estudiante mexicano que asiste a la conmemoración de la muerte del Che Guevara y que trata de ligarse a una sueca que lo acompaña en la caravana.

En 2008, su comedia Chiles Xalapeños rompió todos los récords siendo la película mexicana más vendida en la piratería antes de su lanzamiento, circulando millones de copias en todo el país con una decena de portadas diferentes.

Desde 2012 dirige el Festival Mundial de Cine Extremo “San Sebastián de Veracruz”, que se celebra cada enero en la Ciudad y Puerto de Veracruz, certamen especializado en cine sin presupuesto.

En 2014 publica si libro fotográfico “Mentes y Sentimientos Femeninos”, donde cada imagen hace una introspección a los sueños, fantasías, lugares favoritos y, también aversiones de cada actriz retratada.

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“Es apostar todo por la pasión de hacer cine”.

Fabrizio Prada es un creador que se aventura a buscar cómplices en cualquier parte del mundo, un director que en el mejor momento productivo de su carrera se muestra profundo y sincero a su propuesta y la comparte sólo para llegar a lo más real de la creación onírica, y hacer películas que abran las fronteras y no se limiten a su idioma o a su territorio de producción. Un director independiente que se ha formado  en la mejor escuela de cine del mundo, con proyectos que luchan por sí mismos por llegar a la pantalla grande y contagiarnos de su siempre única y fantástica “realidad de Fabrizio ”.

Filmografía

Largometrajes:

2015 El ocaso del cazador. México.

2013 El sacristán. México. II Festival Mundial de Cine Extremo. Gala de Clausura.

2011 Escrito con sangre. México. The Yellow Fever Independent Film Festival. Best International Film. Belfast, North Ireland. I Festival Mundial de Cine Extremo. Gala de Clausura.

2008 Chiles xalapeños. México.

2002 Tiempo real. México. Guinness World Records. First One-Take Movie in Film History. One-Take Film Festival. Best Film. Zagreb, Croatia. Festival Internacional del Cine Pobre. Premio Especial del Jurado al Mejor Largometraje de Ficción. Mención Especial FIPRESCI. Gibara, Cuba. Days of Latin American Cinema in Bucharest. Opening Night. Romania. Selección Oficial en 20 Festivales Internacionales de Cine.

Cortometrajes:

2010 Car Horn. Rumania. Lunch Box. Rumania.

2000 Lugar sin sombra. México. La noche con Orgalia. Bolivia.

1998 Más abajo. México. El último del mundo. México.

1997 El machismo apesta. México. La novia y el lago. México. Juntos pero ¡no revueltos! México.

1996 La cita de Bardini. México. Cancioncitas. México. Mientras no digas nada. México. Ángel, el cafenauta. México.

1995 En el umbral. Cuba. Valeria no peca. Cuba.

1994 Soy un niño todavía. Cuba. Piedras Rodantes. Cuba.

1993 Pepe Malasuerte. Cuba. El  corredor de bolsa. Cuba.

1992 José María Cázares, el obispo viajero. México.La sentencia. México.

1991 El final de la ruta. México.

María Guadalupe Rangel Dávalos

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María Guadalupe Rangel Dávalos

Nació en la Ciudad de México DF el 1o de junio de 1952

Es Licenciada en Derecho y en Psicología por la UNAM.

Participó como anfitriona del taller de Literatura coordinado por el maestro Felipe San José durante los años de 1982-1985. Como resultado de este taller se publicó el libro «Los cuentos del miércoles» del cuál es coautora.

Publicó varias minificciones en la revista «El Cuento», «La brújula en el bolsillo» y » Omnia»

Otro libro que publicó fue » Iconoclasia» y ha escrito dos libros de cuentos en espera de publicarse.

Actualmente es jubilada del SNDIF y continúa escribiendo.[1]

[1] Semblanza cortesía de la propia María Guadalupe Rangel.

Guillermo Jiménez

Guillermo Jiménez

Guillermo Jiménez

Nació en Ciudad Guzmán, Jalisco. Novelista, poeta, editor, funcionario público y embajador de México en España y en Austria, ha sido reconocido por sus obras literarias en diversas ocasiones en México y Europa.

Guillermo Jiménez, nació el 9 de marzo de 1891, en la casa de su abuelo ubicada en la intersección de las calles Artes y San Antonio (hoy calle José Rolón y Federico del Toro). Cursó la primaria en la escuela anexa a la parroquia y en el Colegio de los Maristas de la Inmaculada Concepción de Guadalajara. Ingresó al Seminario Auxiliar de San José de Zapotlán el Grande después tras su regreso de la ciudad de Guadalajara. Salió del seminario por carecer de vocación.

Desde que supo leer -inducido por su abuelo- se dio a la tarea de leer libros de antologías, los evangelios, la vida de San Francisco de Asís, las florecillas y vidas de personajes o héroes. Juan José Arreola, refiriéndose a Guillermo Jiménez, dijo: “El muchacho de Zapotlán era un joven ya distinguido desde entonces por esa impronta, por ese sello del espíritu en la frente, en los ojos y sobre todo en la palabra.”(Fragmento del discurso durante la revelación del busto de Guillermo Jiménez en el centenario de su natalicio).

De 1910 da inicio la Revolución Mexicana, habiendo diversos conflictos y batallas a lo largo de Jalisco. Guillermo Jiménez obtuvo su primer empleo como meritorio del servicio de correos en Ciudad Guzmán en 1913. Colaboró en el semanario independiente El Observador de Guadalajara. En septiembre de 1913, triunfó en el concurso de pensamiento alusivo a las fiestas patrias que organizaba el periódico de su ciudad natal El Observador con el poema titulado Hidalgo. En 1914, Europa entra en guerra después de haber sido asesinado Francisco Fernando, heredero de la corona de Austria-Hungría. Durante sus primeros años como escritor, Guillermo Jiménez, experimenta el estilo literario del modernismo, que se encontraba vigente en algunos países del mundo.

En 1915, Guillermo vive en Guadalajara, en una breve estancia en la capital de Jalisco trabaja como meritorio de la oficina de correos, pero también colabora en el diario El Presente, con sus crónicas frívolas. También escribió algunas colaboraciones en La Gaceta de Guadalajara. En su estancia en la ciudad, redactó su segundo libro, Almas Inquietas, que publicó en la Ciudad de México en la editorial de Ch. Bouret. Posteriormente se traslada a la capital del país. La Primera Guerra Mundial termina en 1918. El vanguardismo, comienza a ganar seguidores, dejando atrás al modernismo. Para este año, ya se había consolidado una segunda etapa con autores como Vicente Huidobro. De 1916 a 1920, Jiménez publica cuatro libros. Almas inquietas (1916); Del pasado (1917) con prólogo de Enrique González Martínez y dibujos en la cubierta de Jorge Enciso, editado por Andrés Botas e hijo, (1919); La de los ojos oblicuos -Emociones-, editado por la Librería Española, (1920); La canción de la lluvia editado por Librería Española. En ambos la carátula y el exlibris fueron dibujados por Carlos E. González.

Los críticos capitalinos y periodistas de esa época, en las primeras obras literarias de Guillermo, aplaudieron su narrativa delicada, sensual y breve; por ejemplo, el maestro don Rafael López que indicó: “se trataba de un noble esfuerzo por idealizar nuestras costumbres y de una tendencia laudable por extirpar de la literatura las vulgaridades a las que estamos acostumbrados en obras de ese género.” Después de la muerte de su madre, acaecida entre los años 1919 y 1920, quiso nuestro personaje hacer un homenaje a ella perpetuando su memoria en un libro lleno de vigor y de ternura. Ese libro memorioso, Constanza fue escrita en tierra ibérica y publicada por la casa Caro Raggio de Madrid en 1921. Cabe señalar que nuestro autor toma su cargo en la legación de México en Madrid. Este libro primigenio ayudó a nacer otros libros sobre el mismo tema como son: Imagen de una mujer, de José Rubén Romero y El retrato de mi madre de Andrés Henestrosa.

Después de su renuncia de la legación en España, Jiménez llega a París, justo a tiempo para ver la decadencia de toda una época literaria y a la vez asistió al nacimiento de los ismos. Guillermo publica dos libros en París. El primer libro es: La ventana abierta con prólogo de Enrique Gómez Carrillo y Antología de jóvenes poetas mexicanos, el prólogo es de Guillermo y la selección corre a cargo de él y del escritor mexicano José D. Frías. Esos dos libros fueron publicados en 1922. En 1924 conoce a San Rodrigo Aguilar Alemán, quien se dirigía a Jerusalén y que más tarde lo mencionaría en su Mi viaje a Jerusalén.

En 1929, escribe Cuaderno de notas, editado por la Compañía Nacional Editora Águilas. El ensayo La danza en México, fue publicado por Talleres Gráficos de la Nación en 1932. En el otoño de 1933 emprende un proyecto editorial con la publicación de la revista Número, revista literaria de Guillermo Jiménez, así decía el subtítulo de la publicación. En los años cuarenta, Jiménez publicó dos libros, uno de ellos es una antología titulada: Los más bellos poemas de amor, en 1940. El segundo texto publicado, es la novela Zapotlán en 1940. En ese mismo año del 40, se encuentra con su amigo Pablo Neruda, amistad lograda durante la estancia en París de Guillermo, y que rápidamente retoman al arribo de Neruda a México como embajador de Chile. También en esta década, conoce a Juan José Arreola, al que invita y motiva para seguir escribiendo, además de darle unas lecciones capitales que fueron definitivas en su quehacer literario al autor de Confabulario.

En los años cincuenta se une a la labor editorial que había venido realizando, tres obras. Dos de ellas aparecen en el año de 1950: primero Siete ensayos sobre danza, de la Universidad Nacional Autónoma de México, después el ensayo titulado: Balzac, homenaje con motivo del centenario de su muerte, edición de la Librería Francesa y Danzas de México, editorial Arte, 1951; colección Anáhuac de Arte Mexicano. El lunes 13 de marzo de 1967, muere a sus 76 años en su departamento de la Ciudad de México aproximadamente a las 7:00 de la mañana mientras se encontraba recostado en su sofá-sillón de su sala. Muere sin tener una larga agonía, ni una extensa enfermedad agobiante y lamentable[1].

[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Guillermo_Jim%C3%A9nez_(escritor)

Francisco Orozco Muñoz

Francisco Orozco Muñoz

Francisco Orozco Muñoz

Nota periodística de El Sol de León

firmada por Maricela Luna el 13/Mar/2011.

San Francisco del Rincón, Gto.- A partir del pasado jueves 10 del presente mes, el Museo de la Ciudad lleva oficialmente el nombre del diplomático e hijo ilustre de la ciudad, Francisco Orozco Muñoz.

Fue en sesión ordinaria del Ayuntamiento que se aprobó por voto unánime la propuesta hecha por el consejo de este Museo de la Ciudad, siendo a partir del momento de dicha aprobación que este recinto queda oficialmente con el nombre de Museo de la Ciudad «Francisco Orozco Muñoz».

Francisco Orozco Muñoz fue un diplomático y hombre de letras distinguido de la primera década del siglo XX, destacando entre otros de los importantes puestos que llegó a ocupar el de Director de lo que hoy es el Museo Nacional de Antropología e Historia, así como fue el primer descubridor y coleccionista de la obra de Hermenegildo Bustos, además de ser comisario de la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929, siendo ahora con su nombre en el Museo de la Ciudad que se viene a hacer un reconocimiento público y oficial a este hijo ilustre de la ciudad.

José Ángel García, Director de este Museo de la Ciudad «Francisco Orozco Muñoz», informó que a raíz de que este recinto museográfico cuenta con un lugar propio (anteriormente se encontraba anexo con el Archivo Histórico), se han venido incrementando en alto porcentaje las visitas al mismo.

Señaló que durante el mes de septiembre del pasado año, mes en que se independizó el museo, para quedar ubicado oficialmente en el edificio de la ex cárcel municipal, se registró la visita de 78 personas al mismo, visitantes que se han ido incrementando, registrándose al mes del recién pasado mes de febrero un total de 2,419 visitantes.

Ángel García manifestó que con el objetivo de darle una mayor presencia a este Museo de la Ciudad «Francisco Orozco Muñoz», se ha dado inicio a una fuerte promoción en las escuelas de nivel básico para que los alumnos organizadamente acudan a conocer este recinto, ofreciéndose visita guiada por todo el edificio, exposición que en ese momento se tenga, y se les pasa una proyección de la fundación de la ciudad.

Agregó el Director de este museo que a la fecha se ha tenido buena respuesta por parte de las autoridades educativas para que sus alumnos visiten el museo, siendo una de las escuelas que está en turno, la primaria Justo Sierra, acudiendo los escolares por grupo, acompañados de su respectiva maestra, siendo esto un grupo por día.

Respecto a las exposiciones, Ángel García informó que actualmente se tiene una titulada Evaluación Actual, siendo en próximos días cuando llegue una más, la cual se titula «Arte Religioso»[1].

[1] http://www.oem.com.mx/elsoldeleon/notas/n2000770.ht

Cecilia Magaña Chávez

Cecilia Magaña Chávez

 

 

Cecilia Magaña Chávez

Convocado por el Conaculta/INBA, además del gobierno de Tlaxcala, por medio del Instituto Tlaxcalteca de Cultura, y el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla, el Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela 2013 corresponde a Cecilia Magaña Chávez por la obra Principio de incertidumbre, que entregó a concurso bajo el seudónimo “Everett”.

El jurado, compuesto por Rodrigo Garnica, Raúl Dorra y Julián Herbert, decidió como ganadora a la citada obra por “la originalidad de la anécdota, su buena factura literaria, su hábil manejo de las convenciones del subgénero policial, su madurez en el manejo de la narración –especialmente en los diálogos– y el tratamiento acertado de temas científicos aunados a la fabulación de perversiones y excentricidades que vuelven atractivo el relato”.

Cecilia Magaña Chávez nació en la Ciudad de México en 1978, pero radica en Guadalajara, Jalisco, desde 1988. Es autora de varios cuentos infantiles publicados en las colecciones Submarinos de papel 1 y 2, y la antología Actus Magnus, editada por la Zonámbula y Viaje a la Semilla. Fue  ganadora del Premio Gilberto Owen 2010 con el libro La cabeza decapitada, editado en 2012 por la editorial Arlequín[1].

Cabeza decapitada se presenta en la FUL 2014 de Pachuca

Totalmente alejada de la violencia criminal que el título podría sugerir, “La Cabeza Decapitada” escrita por Cecilia Magaña Chávez es una recopilación de vivencias infantiles mezcladas con situaciones cotidianas, escrito desde las vivencias del candor infantil, pero sobre todo a partir del enorme universo de fantasía construida durante los primeros años, cuando la mente es un cúmulo de espontaneidad.

Esta es la oferta que para la Feria Universitaria del Libro FUL 2014 traerá la novel escritora originaria de la ciudad de México, un libro de cuentos por el que recibió el Premio Owen 2010”, con la particularidad de que el último de los 13, llamado “Si el sujeto vivo es femenino” inspiró otra obra, “Principio de Certidumbre”, ganadora del Premio Bellas Artes Juan Rulfo a la primera novela.

Cecilia Magaña, quien vivió en Pachuca de los cinco a los nueve años y terminó de formarse en Guadalajara, donde radica actualmente, explica que en realidad el libro no tiene relación con el narco, el libro tiene que ver con expresiones de lenguaje que usamos en referencia a la cabeza.

El volumen es una publicación de Arlequín, editorial situada en el estado de Jalisco y está compuesto de tres partes, la primera dedicada a la palabra “Cabeza”; la segunda se llama “Cortarse la cabeza” y la última sección llamada “Perder la cabeza”.

Cecilia comenta que la primera sección llamada “Cabeza” es en relación a la forma como usamos esta palabra. “Él es cabeza de familia” o “esta persona es mucha cabeza” o “es la cabeza de un proyecto, un líder”.

“Hay una sección, ‘Cortarse la cabeza’ que versa sobre nuestro lenguaje. Cortar la cabeza se dice cuando a alguien se le corre o se corta el sueño a alguien; hay un cuento que es una fantasía en el que uno de los retos es cortar la cabeza porque es un reality show, donde se está buscando el mejor verdugo de México”.

[1] http://www.bellasartes.gob.mx/index.php/boletines-2013/noviembre-2013/1422-1380-anuncia-inba-a-los-ganadores-de-los-premios-bellas-artes-de-literatura-2013

Carlos Lucero Aja

Carlos Lucero Aja

Carlos Lucero Aja

 Escritor hermosillense nacido en 14 de marzo de 1949.

Estudió la Licenciatura en Administración Pública en la Uni-Son.

Archivista, escritor y crítico. La Dramaturgia es su género preferido. Ha publicado los libros: En las alas del viento, Chispazos, caiga quien caiga I, II y III, y Moa, una leyenda del desierto.

Premiso y reconocimientos: Becario INAH-OEA, en México, D.F.,; el XXV Simposio de la Uni-Son llevó su nombre,; reconocimiento por sus 27 años en Archivo, por el Archivo General de la Nación,; Sonora Mágica, por la publicación de la serie Numisotas, de la Sociedad Numismática de Sonora.

Es creador emérito del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora.[1]

[1] http://www.sic.gob.mx/ficha.php?table=artista&table_id=2006

Ricardo Martínez Cantú

Ricardo Martínez Cantú

Ricardo Martínez Cantú

Después de publicar un único poema cuando tenía 24 años, abandonó la carrera de las letras. Durante 25 años creyó que ese abandono había sido definitivo hasta que, en diciembre de 1997, tuvo una recaída de la que culpa a los mancuspios (poderoso grupo de escritores de la ciudad de Monterrey) y de la que no ha podido recuperarse.

Ha escrito, desde entonces, ensayos, cuentos y poemas, y ha publicado -además de en El correo chuan- en Armas y letras, Vida universitaria, Ciencia UANL, San Quintín, El cuento, La tempestad y Asimov (también en la revista electrónica Synapsis y en La vitrina). Es coordinador editorial de la revista Entorno universitario que publica la Prepa 16 de la UANL y tiene un libro de poemas titulado Verdaderas palabras[1].

[1] http://www.ficticia.com/autores/rmartinezsem.html.html

Edna Cantoral

Edna Cantoral

Edna Cantoral Acosta

 Edna nace en el Distrito Federal, México. (1976) A temprana edad se muda con su familia a Guadalajara, Jalisco, México , ciudad donde crece y estudia arte y literatura. Sus maestros son pintores tales como Antonio Acosta, Davis Birks, Carlos Vargas. Aprende grabado de la mano precisa del grabador Herculano Álvarez. Cursó un diplomado en creación literaria en la Escuela de Escritores SOGEM.

Fue becada por el FONCA, Fondo Nacional Para la Cultura y las Artes para estudiar un año (2004-2005)en L’ ENSAD, Escuela Nacional Superior de Artes Decorativas en París, Francia.

Ha participado en 52 exposiciones colectivas, tanto en el país, como en el extranjero: Guadalajara, Baja California, en México; y en Argentina, España, Miami, N. York, Brasil, Japón; entre ellas están: “The Artful Scriptorium”, N.York , «Derroteros», Galería Adriana Valdés, Guadalajara, PASSION FOR FREEDOM, Unit 24 Gallery, Londres.

Cuenta con 10 exposiciones individuales, una de ellas: La firma del libro de artista: Homenaje a Juan Gelman / Hommage à Juan Gelman en la «Galerie La Hune Brenner», Paris.

Actualmente vive y trabaja en Guadalajara y tiene la fortuna de vivir creando.

La representa:

GALERIA ADRIANA VALDES, Arte Contemporáneo, Guadalajara, Jalisco. Mexico[1].

[1] http://www.artmajeur.com/es/artist/ednacantorala/artist/edna-cantoral-acosta/66053/biography

Emilio García Riera

Emilio García Riera

Emilio García Riera

(Ibiza, España, 17 de noviembre de 1931 – Zapopan, Jalisco, México, 11 de octubre de 2002)

Fue un escritor, actor, historiador y crítico de cine español naturalizado mexicano.

Después de la guerra civil española se trasladó primero a Francia, luego a la República Dominicana, donde falleció su padre, y en 1944 llegó a México, que se convirtió en su país de adopción. Estudió en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Trabajó como investigador en el Centro de Comunicación y como profesor de Sociología del Cine en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y profesor en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de su Alma máter. Se trasladó luego a la ciudad de Guadalajara, donde fue fundador y director del Centro de Investigaciones y Enseñanza Cinematográfica de la Universidad de Guadalajara, la cual le otorgó el doctorado Honoris causa de manera póstuma.

Además de dirigir la colección cinematográfica Grandes Cineastas, contribuyendo con 5 volúmenes (los dedicados a Emilio Fernández, Fernando de Fuentes, Howard Hawks, Max Ophüls y Erich von Stroheim), García Riera fue crítico de cine en varias revistas y periódicos como España Popular, Nuevo Cine, México en la Cultura, Novedades, «Excelsior», S.nob, Imágenes o Decine. También adaptó al cine junto a Alberto Isaac la obra En este pueblo no hay ladrones (1964), considerada la mejor película basada en un texto de Gabriel García Márquez (en la que actuaron junto a actores profesionales el propio García Márquez, Luis Buñuel, Juan Rulfo, Luis Vicens, Carlos Monsiváis, Arturo Ripstein, Leonora Carrington, José Luis Cuevas y el mismo Emilio García Riera), así como Los días del amor (1971) y En el balcón vacío (1961). También actuó en las películas Tiempo de morir (1965), El mundo loco de los jóvenes (1966) y Las reglas de la vida (1970).

Su principal trabajo, inigualado aún en ningún otro país, fue la Historia Documental del Cine Mexicano, una obra en la que comenta más de 3500 películas rodadas entre 1929 y 1976, publicada por primera vez en Cal y Arena y por segunda en la Universidad de Guadalajara.

Además escribió las siguientes obras:

Historia documental del cine mexicano. (18 tomos)

México visto por el cine extranjero. (4 tomos)

Historia del cine mexicano.

El cine es mejor que la vida. (Cal y Arena, 1990), por esta última recibió el Premio Xavier Villaurrutia.

Las películas de Tin Tan.

Desde 1999 sufría una fibrosis pulmonar que acabó con su vida en 2002[1].

[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Emilio_Garc%C3%ADa_Riera

Jesús Cabral

Jesús Cabral Semblanza

Jesús Cabral

 

Soy un amante de nuestra lengua castellana y me siento latinoamericano nacido en México. Habló y leo. Y como una imagen dice más que mil palabras, siempre he cultivado la imagen, a través de la fotografía, en varias formas. Leo poco, pero bueno y escribo aún menos. Algunos artículos acá y allá. He sido redactor en algún medio informativo y locutor de lo mismo que redacto. Me apasionan algunas obras maestras de la literatura universal, como Crimen y Castigo y el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Mi gusto mayor es el cuento corto y ahora incursiono en la narrativa oral de cuentos cortos. Hay algo en la minificción que la hace única y extraordinariamente apta para la narración oral. He escrito solo un par de cuentos cortos y uno de ellos lo envié a la revista El Cuento, allá por 1992 y muchos años después me enteré con satisfacción que fue publicado («El día que el crimen apareció en Pinkhills»), un cuento breve, policiaco y algo sangriento. Lo imaginé mientras vivía en un apacible pueblito del sur de California, donde aparentemente nunca pasaba nada… No he vuelto a escribir cuentos, lo tengo que reconocer. Ahora sin embargo disfruto dar a conocer cuentos breves de aquellos que si escriben, poniendo a su servicio mi habilidad verbal para contarlos y eso me llena de satisfacción. Por fortuna el arte del «contador de cuentos» está resurgiendo y me da gusto ser parte de ese movimiento. Vivo en San Cristóbal de Las Casas, donde la cultura en todas sus formas tiene un lugar privilegiado en la vida cotidiana de este centro de mucha cultura en el sureste y que es puerto y puente de unión con el sur de nuestro intenso continente americano. Nunca descarto que en el futuro intente escribir mis cuentos, o mejor dicho mis cuentas, las cuentas de los muchos viajes que en los últimos 30 años he hecho, sobre todo a sudamérica y también al otro lado del «charco» atlántico. Hay tiempo. Viva el cuento[1].

 

[1] Semblanza enviada por el propio Jesús Cabral por e-mail.

Gabriela Díaz de León

Gabriela Díaz de León

 

Gabriela Díaz de León

 

Formación: 

Literatura y Artes plásticas

Facultad: 

Taller literario Miguel Donoso Pareja y Taller libre de artes plásticas Primo Soria

Nació en San Luis Potosí SLP. Desde 1966 estudió en diferentes Talleres Literarios y de Artes plásticas destacando los de “Miguel Donoso Pareja”, “Primo Soria”, “Punto de Partida” y  “Tierra Adentro”.  Cuenta con 4 Diplomados por el ITAM en: Literatura del Siglo XX,1984-85; Ideas e instituciones de México, 1988-89: Historia de Occidente, 1989-90; Arte Contemporáneo, 1991-92, terminado en 1997.

Publicaciones: Libros de Cuentos: No te niego que vivo, Editorial Universitaria Potosina 12 de julio de 1984, SLP.  Al vino vino, Ed. Punto de Partida de la UNAM, marzo de 1982.  Novela:   Nunca es igual, Edamex, 15 de enero de 1989, México, D:F.  Ensayo: “Naranja dulce limón amargo: Alicia entre el ser cómo y el ser en sí” en Escribir la infancia, El Colegio de México, PIEM.  1996.

Ha colaborado en la columna semanal “De cabo a rabo” en la revista EPOCA, 1991-92. Adicionalmente ha colaborado en ”La Silleta”, en tiempo de CUADRANTE, UASLP, 1977.  ”Seis cuentos cortos”. Separata, en tiempo de CUADRANTE, UASLP, Año VIII, No 4, 1980. SALAMANDRA, revista de literatura, UASLP, octubre-diciembre de 1982. LETRAS POTOSINAS, Ed. Luis Chessal, agosto 1979. ”, siete mujeres y un hombre, TIERRA ADENTRO, INBA. Abril de 1978.  MÉXICO DESCONOCIDO, No. 78, mayo de 1983.

Ha participado en más de 10 exposiciones de pintura colectivas y 4 individuales: dos en San Luis Potosí, una en Mazatlán, Sin.  Y otra en el Puerto de Veracruz.

Actualmente escribe la novela “Los Murciélagos de Chamela”, escribe cuento, pinta, investigadora privada, hace poquísimo  análisis literario, punto de cruz y dulce de chilacayote, es diletante de la vida y sus alrededores, observadora de pájaros, juega con su perro y acaricia al gato, a veces también cuida a sus nietos[1].

[1] http://tallerdianamoran.com/gabriela-d%C3%ADaz-de-le%C3%B3n-0