Después de tantos años de darle vueltas al asunto ni duda cabe que todo fue a causa de esa maldita inconciencia que a diario nos traíamos. Y como no, si todavía ahora hay muchos que ni cuenta se han dado y aquí están formaditos, siempre hablando de quién sabe cuantas estupideces. Nuestra desgracia (y a la mejor ni tanta, pues de no ser por el recuerdo de lo que fuimos todos fuésemos felices) empezó aquella tarde en El Gran Circo del Mundo, único en su género según anunciaba la propaganda, cuando el increíble mago Fidencio (aún todavía no atino el porqué del nombre tan poco comercial) con una rapidez de cajero de banco sacaba con su enguantada mano blanca, conejos y más conejos de un sombrero de copa alta. Ahí estábamos totalmente embebidos en el conteo de los conejos que en un parpadeo no vimos el abracadabresco pase que hizo, del propio ilusionista, un conejo gigante que sacaba pequeños maguitos fedencios del mismito sombrero. Lo peor fue que todos celebramos a carcajada limpia el tan original acto sin preguntarnos siquiera dónde había estado el truco. El gran truco, porque desde entonces ya no son fidencios los que brotan de la chistera, sino nosotros mismos que formaditos esperamos la hora de brincar al escenario ante un público de conejos sin chiste, pues se quedan como si nada con el acto del gran mago: el conejo Fidencio.
Miguel Flores Ramírez.
No. 46, Noviembre 1970
Tomo VIII – Año VII
Pág. 45