Después de la crisis por la ausencia de Ulises, se sentó junto a la ventana como todas las tardes a tejer ilusiones; paisajes nuevos y desconocidos empezaron a poblar su mente.
Ulises se acercó por el camino polvoriento de la tarde… Al fin había vuelto. Y traía el olvido y la desesperanza tatuados en un rostro frío e inexpresivo.
Ulises la tomó entre sus brazos, la recostó suavemente sobre el diván y de su garganta brotó lenta una cadencia que transportó e hizo sonreír a Penélope: “Ya está tranquila, quítenle la camisa de fuerza”
Alicia María Uzcanga Lavalle
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 600
Alicia María Uzcanga Lavalle
No. 93, Mayo-Junio 1985
Tomo XVI – Año XX
Pág. 641