Penélope

Después de la crisis por la ausencia de Ulises, se sentó junto a la ventana como todas las tardes a tejer ilusiones; paisajes nuevos y desconocidos empezaron a poblar su mente.

Ulises se acercó por el camino polvoriento de la tarde… Al fin había vuelto. Y traía el olvido y la desesperanza tatuados en un rostro frío e inexpresivo.

Ulises la tomó entre sus brazos, la recostó suavemente sobre el diván y de su garganta brotó lenta una cadencia que transportó e hizo sonreír a Penélope: “Ya está tranquila, quítenle la camisa de fuerza”

Alicia María Uzcanga Lavalle
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 600

Alicia María Uzcanga Lavalle
No. 93, Mayo-Junio 1985
Tomo XVI – Año XX
Pág. 641

La isla de la escasez


La isla de la escasez donde Palinuro se quedó sin guía, porque en esta isla los guías, naturalmente, son muy escasos. Además, Palinuro no pudo recorrer la Isla no sólo porque los transportes escasean, sino también porque las distancias son muy escasas. Palinuro no pudo siquiera estar un día en la Isla, o una noche, porque allí los días y las noches son muy escasos. También las horas y los minutos, pero es difícil darse cuenta porque también los calendarios y los relojes escasean. En esta Isla, sin embargo no se puede decir que escasean los productos y las cosas que uno pueda imaginar, porque también la imaginación es muy escasa. De esta Isla, donde escasean la vida y la muerte, Palinuro hubiera querido escribir una crónica más larga y rica, pero le escaseó el papel, la tinta, el tiempo, y sobre todo le escasearon las palabras.

Fernando del Paso en “Palinuro de México”
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 633

La isla del alquiler


La isla del alquiler para viajar a la cual Palinuro alquiló un medio de transporte, alquiló un camino y alquiló un mapa, unas maletas, una ropa, un guía y unas vacaciones. En esta Isla —le dijo el guía— usted puede alquilar todo lo que guste: un automóvil, una escalera, un caballo, un refrigerador, una casa, un cuadro famoso, una alfombra, un traje de etiqueta, una televisión. Si desea usted un jardín, le alquilamos el jardín y le alquilamos las rosas, las veredas, las fuentes para el jardín y le alquilamos las tijeras para cortar las rosas, la tierra para llenar las veredas y el agua para desbordar las fuentes del jardín. Si desea una fiesta, le alquilamos el salón, los meseros, los vasos y la vajilla, las invitaciones y los invitados, los chistes y las conversaciones. Si quiere usted casarse, le alquilamos el juez y la iglesia, la novia y el traje, la música y la luna de miel. En esta isla le alquilamos días lluviosos y meses de verano; le alquilamos un pasado feliz o un futuro glorioso. Incluso le alquilamos la vida y la muerte: si usted quiere nacer, le alquilamos el hospital, el médico, los padres y los padrinos, los biberones y los fórceps. Si quiere usted morir, le alquilamos el ataúd, le alquilamos las flores, las esquelas, le alquilamos las plañideras, le alquilamos tres metros de tierra. Y si usted no tiene dinero, no importa: le alquilamos una fortuna, le alquilamos un mecenas, le alquilamos un negocio próspero con tal de que usted, en esta Isla, pueda alquilar todo lo que necesite y guste: un riñón, un paraguas, un idioma, un monumento, una fe religiosa, una máquina de escribir para que escriba la crónica de la Isla.

Fernando del Paso en “Palinuro de México”
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 633

Fernando del Paso (en “Palinuro de México”)
No. 85, Enero-Febrero 1981
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 513

El golem


“El origen de la historia remonta al siglo XVII. Según perdidas fórmulas de la cábala, un rabino construyó un hombre artificial —el llamado Golem— para que éste tañera las campanas en la sinagoga e hiciera los trabajos pesados. No era, sin embargo, un hombre como los otros y apenas lo animaba una vida sorda y vegetativa. Ésta duraba hasta la noche y debía su virtud al influjo de una inscripción mágica, que le ponían detrás de los dientes y que atraía las libres fuerzas siderales del universo. Una tarde, antes de la oración de la noche, el rabino se olvidó de sacar el sello de la boca del Golem y éste cayó en un frenesí, corrió por las callejas oscuras y destrozó a quienes se le pusieron delante. El rabino, al fin, lo atajó y rompió el sello que lo animaba. La criatura se desplomó. Sólo quedó la raquítica figura de barro, que aún se muestra en la sinagoga de Praga”

Gustav Mayrink. Citado Por Borges
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 677

El titiritero


Le pregunté al titiritero:

—¿A dónde vas tan alegremente?
—A darles alegría a los hombres —respondió acariciando a una de sus marionetas.
—¿Con tus títeres?
—Mis muñecos son buenos, —me dijo con satisfacción.
—¿Por qué?
—Tienen alma y vida —volvió a decir con orgullo.
—Así pensé amigo mío.

Y partimos por el camino…

Cuando regresé, en el mismo punto de nuestro encuentro, le dije:

—¡Que tal!, amigo titiritero.
—Que tal —me respondió tristemente.
—¡Tú!… ¿Triste?
—Sí, —dijo, rasgándose el vestido de titiritero.
—¿Qué haces?
—Lo que ves —respondió llorando— encontré otros titiriteros.
—¿Y…?
—Sus títeres eran hombres.

Moisés Plata Becerril
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 672

De los límites del conocimiento

Durante el reinado del gran F´ang los sabios se reunieron y manifestaron al monarca que podía estar tranquilo para siempre, pues ellos habían aprendido todo el conocimiento. Pero cuando una manga de langostas inconmensurable asoló el reino y F´ang les reprochará su imprevisión, los sabios replicaron que el conocimiento humano y el de las langostas son de distinta naturaleza.

Rodolfo Modern
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 668

Calle Cangallo


De mis hijos prefiero los medianos. Nacieron mientras estaba en Ushuaia. En aquel sitio de frío y sin noticias, porque no sé escribir y mi mujer tampoco. Es lavandera.

Cuando cumplí, volví. Ella se levantó como a pelear. Estaban mis dos primeros hijos y éstos dos en el suelo.

Me senté. Ella me sirvió la comida. Después nos miramos. Después miré a los hijos, uno por uno, los dos primeros y estos dos. Me gustaron.

Lloré y ella también lloró. Habían pasado algunos años y se notaba. Tuvimos otros con el tiempo. Fueron seis. Algo es, seis. Algo, seis hijos.

Siendo como soy inclinado a enojarme, a beber, me abstuve de otro crimen no por el pensamiento de Ushuaia sino por ellos, los medianos. No por lindos, pobre de mí, mulato y feo. No por rubios, varón y mujer, y alegres, y yo triste. No por nada, sino que los prefiero, y ellos a mí.

Por los seis vendo diarios tosiendo en esta calle que odio cada noche hasta la madrugada. Pero si alguien, de paso, me ve sonreír, es por los medianos.

Sara Gallardo
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 667

Éxito


Al ver pasar a una actriz, el señor K. comentó:

—Es hermosa.

Su acompañante dijo:

—Ha tenido éxito últimamente gracias a su belleza.

—Es hermosa gracias a que ha tenido éxito —replicó, irritado, el señor K.

Bertolt Brecht
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 661

Mañana

Se abrochó a la vida temiendo lo venidero.

Para asegurar el futuro no quiso vivir cada minuto. Sólo el mañana era real, el presente no existía.

Dijo:

—En el mismo momento que lo pienso, en el mismo instante que lo siento, el tiempo se fue y se perdió en mis recuerdos.

Concluyó:

—Hay que vivir adelantando relojes, degustando lo que vendrá. Hay que transformar todo en una larga cadena de premoniciones y adivinanzas.

Así, asumió la vida como un documento a plazo fijo; la retorció como un cable, la presintió sin alcanzarla nunca, la dató con el día siguiente.

—Viviré mañana —decidió.

Y se murió el día antes.

Rodolfo Carcavallo
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 659

Un accidente


El cadáver del niño estaba en la acera, ocultado celosamente a las miradas bajo una manta. Unos policías cuidaban de que los curiosos no se acercaran demasiado, mientras aguardaban la llegada de las autoridades. Muy cerca, una señora lloraba desconsoladamente, gemía, gritaba sollozaba… “Es mi hijo, es mi hijo”, repetía incesantemente. El conductor del camión, pálido, desencajado, explicaba al agente de tráfico lo sucedido. Llegó un fotógrafo de Prensa y se puso a trabajar. El chofer no advirtió el flash, continuaba dando interminables explicaciones. La madre seguía sollozando, ocultando el rostro entre sus manos. Las personas que piadosamente asistían, increparon con gestos mudos al fotógrafo para que se alejara y no la molestara. Pero la mujer, advertida, al ver que el hombre se alejaba, tuvo ocasión de preguntarle, entrecortadamente, a voz en grito: “¿Para qué periódico trabaja usted?”

Alfonso Ibarrola
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 655

Por no tener una escoba


A un costado de la vía muerta, cerca de la estación del ferrocarril, hay un galpón abandonado, y en el fondo del galpón unos paquetes sucios mal envueltos, y al lado de los paquetes una vieja cubierta de trapos y sentada en el suelo.

Por la puerta abierta del galpón entra el sol y entra un gato que se sienta y prolijamente se lava la cara.

Desde dentro del montón de trapos que la envuelven, la vieja recuerda una de sus cosas de vieja: “Cuando un gato se lava la cara, vienen visitas, si se pone una escoba detrás de la puerta, la visita se va”. Pero en el galpón no hay escoba y la visita parada en la puerta tapa el sol y el galpón se oscurece, y la vieja se enfría dentro de su montón de trapos.

Ángel J. Reta
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 651

Un cuento para después de hacer el amor con una mujer a la que posiblemente no volvamos a ver


La mano que se había aferrado a mi camisa se abrió y los dedos se extendieron como para atrapar a un ave invisible que pasaba en ese instante. Las pestañas cayeron sobre los ojos y ocultaron al mundo. Acaso en ese momento quisieras guardar en la retina un pequeño paraíso relegado por mucho tiempo. ¿Qué importa la eternidad si tenemos el instante? Con seguridad pensaste en otro momento similar, acaso más hermoso, pero, ¿crees que la perfección puede alcanzarse una y otra vez? Somos lo que fuimos, y tanto tú como yo, al vivir el presente estamos viviendo todos los pasados y todos los futuros posibles. Me preguntabas si te quería un poco, un poquito. Claro, te quería, te quiero, más que un poquito. Pero no pienso que el amor tenga nada que ver con la propiedad privada. Creo, por el contrario, que el amor es fugacidad y misterio. El amor es lo que no se repite. Porque lo que no se repite es como un acto original, que guarda en sí lo que es y lo que puede ser, pero que no se agota en la rutina. La sonrisa más bella es la que libera al ser humano de los monstruos y las cadenas. Esa sonrisa, de placidez, de abandono, la vi en tu rostro. Fue como estar al lado de la imagen de Dios. Cada mujer es Dios cuando sonríe al alcanzar la plenitud, pero es el Demonio cuando se arrepiente de haberla alcanzado. En la Biblia cuando el narrador quiere decir que un hombre hizo el amor con una mujer, escribe: Abraham conoció a Sara. Porque todo el juego de la palabras y los gestos previos, esa batalla de alejarse y acercarse, de negar y afirmar, de recorrer parques tomados de la mano y contemplar el cielo, las aves, de entrar a iglesias y mirar a los ojos de los niños, es un juego al escondite en el que uno mismo es a la vez el amigo y el enemigo. Cuando buscas en los demás hallas en ti mismo. Hombres y mujeres buscan conocerse. Vamos por el mundo como ciegos con las manos adelante pero no nos atrevemos a tocar las cosas. Nos basta, en muchas ocasiones, con las descripciones que los demás hacen del mundo. Debíamos caminar por el mundo desnudos, pero andamos desnudos. En lugar de darnos las manos deberíamos darnos el sexo. Sólo así nos conoceríamos verdaderamente. En cada ser se revela el universo y al conocerte me entregaste las llaves de un sitio extraño, poco visitado, como uno de esos paisajes de sueño que vemos desde la altura de nuestro vuelo. A veces el soñador, como un ave, se posa por un segundo en una rama florida. Quisiera quedarse allí y gozar de la brisa. Pero el viento lo empuja y no tiene más remedio que volar.

Al abrir los ojos después de conocerte, tuve un vislumbre de la placidez. Pero me aterrorizó. Soy ave de tormentas. La paz es una forma de la muerte. Quiero la vida y los instantes.

Te quiero mucho.

Marco Tulio Aguilera Garramuño
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 642

El mar


Me preguntaban cómo era el mar. Yo les contaba que en boca de los pescadores, el mar es siempre mujer y se llama la mar. Que es salada y que cambia de color. Les contaba cómo las grandes olas vienen rodando con sus crestas blancas y se levantan y se estrellan contra las rocas y caen revolcándose en la arena. Les contaba de la bravura del mar, que no obedece a nadie más que a la luna, y les contaba que en el fondo guarda buques muertos y tesoros de piratas.

Eduardo Galeano
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 637

Primera variación sobre la máquina

P´al Nacho

Supongamos que la máquina perfecta fue creada indestructible, eterna. Con capacidad para alimentarse de cualesquier manifestación de la energía. Supongamos que por siglos ha soportado los cataclismos que sucedieron antes y después de la desaparición de la humanidad. Supongamos que el planeta tierra ya no existe, ni el sistema solar y que la máquina viaja porquiensabeque regiones del espacio.

Supongamos que por algún extraño hilo conductor decide trabajar nuevamente y el silencio sideral se de interrumpido por extraños ruidos de teclas y engranajes; luego, la nada… hasta que una voz metálica comienza a atronar en el espacio:

—¡Hágase la luz! Y separemos la luz de las tinieblas y llamaremos a la luz, día y a las tinieblas, noche.—

Eduardo Mendoza
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 635

A mano


El más tranquilo de los hombres, en el bar me consultan. Soy juicioso por cierto. Acuclillado en el cajón de lustrador miro pasar la gente. O lustro. Conozco los zapatos de mis parroquianos.

“Estoy a mano con la vida” digo. Ellos me admiran.

Estoy a mano, es cierto.

A mi hijo —único— puse un nombre pensado. El del abuelo, el mío, y el que decía la verdad en tercer sitio. Carlos Fidel Deseado. Apellido, González.

Pude costearle los estudios, escuela, colegio, medicina. Se recibió a los veintidós. Lo celebramos con asado. No faltó ni un vecino.

Aquella noche lo mató un tranvía.

Veintidós, ya lo dije.

Tardé treinta años en vengarlo. Veneno. Uno por uno hasta llegar a veintidós. ¿Quién iba a sospechar? La nieta de mi hermana completó la cuenta.

Estoy a mano con la vida, es cierto. En calma, miro pasar la gente. Los mozos me consultan. Soy juicioso. Doy consejos, el corazón frío.

Sara Gallardo
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 629

Engaño traición estafa


Mercaderes ávidos nos cambian sin que lo sepamos, porque los cambios mínimos nadie los nota, y así los malditos nos sustituyen célula por célula, hoy por ejemplo en la punta de la nariz, mañana en el dedo pequeño del pie, nos van quitando nuestro ser e instaurando fracciones mínimas del de otra u otras personas. Naturalmente que al cabo de cinco años sospechamos la estafa y no enfurecemos, pero a esas alturas ya todo es peligroso, porque a lo mejor somos enteramente la otra persona por quien nos han sustituido, y cualquier cambio podría resultarnos contraproducente.

Así, caso asombroso de dos personas transformadas mutuamente en la otra a través de un largo proceso, al terminar éste gritaron, cambiaron de lugar y fue como si nada hubiera pasado. Las sustituciones nunca son tan simples como en este caso de improbabilidad casi infinita. La variación de materiales es mucho más compleja; el surtido de combinaciones sorprende, y la pesadumbre de uno al saber que anda todo repartido por allí, inagotable. Las amenazas de incesto son vagas, pero persistentes; el sobresalto de reconocerse en cierta córnea cierto poro cierto lunar, indefinido pero omnipresente.

Lo bueno de estas cosas es que le pasan solamente a otros.

Luis Britto García
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 620

Misterios del perfeccionamiento humano

El sacerdote había aconsejado a su penitente que reprimiera los pecados de la carne, no sólo en ella sino en los prójimos también. Procurando atender a esta recomendación la muchacha se había comprado unos sostenes de resistente estameña con los que apretaba sus senos hasta hacer desaparecer la curva provocativa, colocaba alrededor de su cintura una almohada de plumas que disimulaba eficazmente la angostura del talle y procuraba que sus medias estuvieran torcidas y con carreras nunca reparadas.

Y fue de esta guisa como —inocentemente— provocó los malos deseos de un ser incierto, cuyo sexo no pudo ser claramente determinado.

—Persevera, hija; estás en el buen camino —tranquilizó el confesor a la penitente anegada en lágrimas confusas.

Y para dar este consejo, se apoyaba muy sagazmente en las conclusiones del cálculo estadístico y en el simple juego de las probabilidades.

Luis Martín Santos
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 617

Crimen perfecto


De tanto leer novelas de crímenes aquel hombre terminó ideando el crimen perfecto. Se propuso poner en ejecución el infalible plan. Cuando todo estuvo listo se dio cuenta que le faltaba algo fundamental: la víctima. Obvió la dificultad girando el cañón de la pistola exactamente 180 grados. Apretó el gatillo. Sin embargo algo falló y el criminal fue castigado. Lo encerraron en un estrecho cajón y lo metieron tres metros bajo tierra. Que nosotros sepamos todavía no se ha escapado.

Ednodio Quintero
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 614

Tratemos de seguir


Además de ir con las manos atadas, voy también sin pies, aunque no sea nada nuevo para mí. Toda la gente que conozco tiene pies y, según dicen, es bastante cómodo para caminar, pero yo no hallo otro medio más confortable para hacerlo que posar mis muñones en el delicioso asfalto de la calle. Y les aclaro esto, no precisamente porque tenga mucha importancia, sino porque forma parte de mi extraña existencia. Sé igualmente que Ulises no tenía pies. He hablado con el viejo Homero en sueños, y siempre me comenta su confusión al intentar colocarse los coturnos. Ustedes se preguntarán por qué tanto empeño en guardar secretos, si se trata precisamente de aclarar la situación. Yo les diré que los secretos aclaran las cosas. Una tarde Penélope caminaba por el parque, cabizbaja. Nosotros, Homero y yo, la vimos. No quería hablar con nadie. Dijo que guardaba muchos secretos. Al fin pudimos darnos cuenta de que sus secretos éramos nosotros mismos. Todo se aclaró. No sé si realmente han llegado a entenderlo. Es un secreto.

Gabriel Jiménez Emán

No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 612

No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 266

La valija


Sucedió que fuimos a comprar una valija y la única buena era demasiado cara.

—No importa —dije— compramos una del mismo tamaño aunque no sea de cuero; esa, por ejemplo.

—Pero es muy fea —dijo mi mujer.

—Se le pone una funda.

—¿Y adentro? ¡Es ordinaria!

—Adentro se le hace un forro.

Pero mi mujer, que es de una lógica impecable, dijo:

—Si hacemos una funda para afuera y un forro para adentro, ¿para qué compramos una valija?

Tenía razón y decidimos no comprar nada.

Caminamos unos pasos y ella se entreparó, me tomó del brazo y produjo esta hermosa conclusión:

—Si no hay valija en el medio, el forro tampoco se necesita.

—La funda, vista por dentro, puede quedar fea —aventuré yo, aplicando su premisa anterior; pero Isabel dijo:

—A la funda se le hace costura inglesa y queda reversible, con lo cual ya no hay ni forro ni funda, sino otra cosa, algo único y doble a la vez; aunque te digo —agregó pensando intensamente— nuestra intención es llevar la ropa con la cual viajamos ¿no es así?

—Claro —dije yo.

—Y bueno, Fabián —se me quedó mirando— si la ropa sola ya es demasiado problema, ¿a qué complicarse la vida llevando otras cosas, y dobles, para peor?

Por ser fiel a esa lógica, es que traigo todo así, sobre los hombros. Yo se. Parezco un ropavejero, un desgraciado, pero es por ser fiel a mi mujer. ¡Es tan inteligente!

Carlos Maggi
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 611

Duda eterna


El día del Juicio Final, Dios juzga a todos y a cada uno de los hombres.

Cuando llama a Manuel Cruz, le dice:

—Hombre de poca fe. No creíste en mí. Por eso no entrarás en el paraíso.

—Oh, señor —contestaba Cruz—, es verdad que mi fe no ha sido mucha. Nunca he creído en vos, pero siempre te he imaginado.

Tras escucharlo, Dios responde:

—Bien hijo mío, entrarás en el cielo; más no tendrás nunca la certeza de hallarte en él.

Gabriel Cristián Taboada
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 608

La luz


Estuve ausente quince días, lo que no es mucho, pero a mi vuelta sentí que algo había cambiado. No podía descifrar qué era. Todo era igual y todo era distinto. Empecé a ver cosas que antes no había visto. Nada importante, sino pequeños detalles. Noté una mancha en la pared del hall, hojas secas en los helechos del living, en el baño grande vi un mármol rajado… Cosas que deben de haber estado antes. Me parecía que llegaba a todos lados más temprano, pero no era así. Lo que más me intrigaba era la expresión de Carlos, algo hosca y distraída. Hace tanto que nos hemos casado que nunca pensaba mucho en él. Había dado por descontado que era parte indisoluble de nuestra vida de familia. Creí que yo le estaba dando demasiada importancia a todos esos detalles casi invisibles. Esperaba con impaciencia que Carlos volviese a la tarde, para seguir estudiándolo. Pero fue de mañana que me di cuenta de lo que pasaba. Entre en la cocina a las seis y media como todos los días para calentar el agua para el mate, y me di cuenta que ya no necesitaba prender la luz. “¡Eso es lo que pasa! Los días se están volviendo más largos y el sol alumbra más. Por eso a mi vuelta vi cosas que antes habían pasado inadvertidas”. Por eso desconocía las cosas familiares. ¡Hacía tanto tiempo que no las dejaba! Desperté a Carlos, me pareció que tenía mala cara. Casi no habla. Y cuando se puso el saco del traje vi sobre la tela gris un pelo largo negro. Yo soy rubia. Si no me hubiese ido quince días no lo habría notado.

Alina Molinari
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 599