La obra


Terminó su obra y retrocedió unos pasos para admirarla. Sonrió satisfecho, era perfecta. Había plasmado en ella toda la belleza de que era capaz. Caminó a su alrededor para observarla y entonces descubrió las imperfecciones: era desmesurada. Frunció el ceño y se encogió de hombros; había fracasado una vez más. Cansado, no quiso destruirla y la llamó Hombre.
Sylvia Sneider
No. 89, Enero-Febrero 1984
Tomo XIV – Año XIV
Pág. 189