Ernesto Mejía Sánchez

Ernesto Mejía Sánchez

 

Ernesto Mejía Sánchez

(Masaya, Nicaragua, 1923- Mérida, México, 1985)

Fue un escritor, poeta y catedrático nicaragüense.

Nació en Masaya y vivió parte de su vida en México, durante su estadía en este país ejerció la docencia en la UNAM. En 1980 fue galardonado con el Premio Internacional Alfonso Reyes, su primer obra fue Romances y corridos nicaragüenses, que se publicó en México.

Mejía Sánchez luego se trasladó a vivir a Europa y Estados Unidos. Fue un gran investigador de la obra de Rubén Darío, y adversario de la política de Somoza, razón por la cual escribió una antología de poesía política nicaragüense a finales de 1950. Al igual que Carlos Martínez Rivas, Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal, perteneció a la llamada Generación de 1940. Realizó monografías sobre los poetas Rubén Darío, Amado Nervo, Alfonso Reyes, y otros.

Dejó obras como el libro Recolección al mediodía, publicado en Nicaragua en 1972, al cual le fue agregando nuevos poemas en 1980 y en 1985. Publica La carne contigua, que incluye Ensalmos y conjuros de 1947, El retorno en 1950, Vela de la espada de 1951 a 1960, Poemas familiares de 1955 a 1973, Disposición de viaje de 1956 a 1972, Poemas temporales de 1952 a 1973, Historia natural de 1968 a 1975, Estelas y homenajes de 1947 a 1979, y Poemas dialectales de 1977 a 1980.

Mejía Sánchez fue el creador de un nuevo género llamado Prosema, constituido por textos líricos breves, escritos en prosa pero con un toque narrativo.

En 1975 es admitido, como miembro correspondiente, a la Híspanic Society of América. En 1971 recibe el doctorado honoris causa en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

En 1980 es nombrado Embajador de Nicaragua en España y, posteriormente, en Argentina. Se le otorga el premio «Alfonso Reyes». Publicó una selección de su obra poética, Recolección a mediodía. Es autor también de estudios literarios y ediciones de Rubén Darío, Amado Nervo, Alfonso Reyes, etc.

En 1985 se retira a la vida privada en México y fallece en Mérida, Yucatán, México, el 1ro. de noviembre de 1985.

De su compilación de poemas «Recolección a Medio Día» su hija, Juana de los Ángeles Mejía Marenco, hizo una edición reciente[1].

Picasso y el argentino

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Vos sabés que los argentinos somos así, que andamos por todo el mundo como en la estancia; pero lo que te quería contar era lo del pibe aquel que decía que era pintor, allá en París, y se fue a ver a Picasso. Y le dijo: Che Pablo, vos por andar con esos cubismos a que no sabés pintar un triángulo. Y Picasso, medio picado no le dijo nada sino que tomó un papel precioso, de esos carísimos, y un carboncillo: si no lo pinto éste va a creer que soy un cojudo. Y lo pintó con mucho cuidado, casi perfecto, como que lo hubiera querido. Ujú, dijo el argentino, ahora fírmamelo para demostrarle al mundo que sabés pintar un triángulo. No jodás, le dijo Picasso. Vos lo que querés es que te regale 10,000 francos de los nuevos. Mejor pedímelos. Y le dijo el argentino: Si te los pido no me los das porque sos tacaño y el triangulito nada te cuesta. Lo pintastes(sic) en un segundo. Vos decidís. Entonces Picasso pensó: éste sabe que soy tacaño. Ahora gano y se lo regalo. Y le regaló el triangulito firmado y todo. Y el argentino salió en carrera a venderlo en la esquina, en un puestecito disimulado que hay allí para esta clase de Picassos y le dieron los 10,000 francos, de los nuevos, en el momento. Al día siguiente Picasso fue por su Picasso y lo puso en su estudio, con marco y marialuisa. Y llegó el argentino y no lo vio, pero le dijo: ahora ya somos socios. El todo París sabe ya que yo te enseñé a pintar un triángulo. Debemos quemarlo y yo desaparezco mediante un módico Picasso de los buenos. Es lo que te conviene. Y Picasso como que estaba molesto le dijo: Vos crees que soy pelotudo. Yo te desaparezco y no quemo el triángulo que ya vale 15,000 francos de los nuevos. Y le dio. Y el argentino se fue corriendo a venderse por el triple de lo que valía porque llevaba en la cara un manazo puro Picasso, que Picasso ya no pudo comprar por más que quiso, a pesar de que tenía sus propias huellas digitales. Como te decía, los argentinos somos así.

Ernesto Mejía Sánchez
No. 54, Julio-Septiembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 155