Con frecuencia sentíase transportado a un mundo fabuloso cuyo astro matizaba cada aurora con un tono distinto; sobre los vastos jardines los pájaros dibujaban amalgamas de notas y colores.
La felicidad constituía en ese mundo, patrimonio de sus habitantes; el egoísmo, la corrupción y el odio habían sido desterrados para siempre.
Justificábase, pues, la impaciencia del viajero por llegar a su destino.
Inesperadamente, ya en el octavo mes, su madre y él fallecieron a consecuencia —según certificó el ginecólogo de una sobredosis de LSD.
Jorge A. MORA-SAN
No. 59, Junio-Julio 1973
Tomo X – Año IX
Pág. 793