Los ciclos

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Para cuándo, preguntaba ella, para cuándo.

Una vez por semana, Miguel Migliónico pasaba por allí. La encontraba siempre en el zaguán, clavada a su sillón de mimbre, de cara a la calle, y doña Elvirita lo acosaba con preguntas sobre el embarazo de su mujer:

—¿Para cuándo?

—Para junio, parece.

—¿Qué día?

—Tanto, no se sabe.

Blanca ropa, pelo blanco, siempre lavada y planchada y peinada, doña Elvirita irradiaba paz y solera, señorío del tiempo, y daba consejos:

—Tóquele la panza, que trae suerte.

—Que tome cerveza negra, o malta, para que dé buena leche.

—Hágale los gustos, todos los antojos, que si la mujer se traga las ganas, sale la cría manchada.

Cada viernes, doña Elvirita esperaba la llegada de Miguel. La piel, que le envolvía el cuerpo como un humo rosado, traslucía el ramaje de las venitas alborotadas por la curiosidad:

—¿Cómo está ella? ¿Está linda? Y la barriga, ¿la tiene en punta? Entonces no falla: será varón.

Soplaban fríos los vientos del sur, el otoño se estaba yendo de las calles de Montevideo.

—Ya falta poco, ¿no?

—Poco, doña, muy poco.

Una tarde, Miguel pasó muy apurado.

—Dice el médico que es cuestión de horas. Hoy, o mañana.

Doña Elvirita abrió grandes los ojos:

—¿Ya?

Al viernes siguiente, el sillón de mimbre estaba vacío. Doña Elvirita había muerto el 17 de junio de 1980, mientras en casa de los Migliónico nacía un niño que se llamó Martín.

Eduardo Galeano
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 142

Las reglas

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Chema jugaba con la pelota, la pelota jugaba con Chema, la pelota era un mundo de colores y el mundo volaba, libre y loco, flotaba en el aire, rebotaba donde quería, picaba para aquí, saltaba para allá, de brinco en brinco: llegó la madre y mando a parar.

Maya López atrapó la pelota y la guardó bajo llave, dijo que Chema era un peligro para los muebles, para la casa, para el barrio y para la ciudad de México y lo obligó a ponerse los zapatos, a sentarse como es debido y a hacer las tareas para la escuela.

—Las reglas son las reglas —dijo.

Chema alzó la cabeza:

—Yo también tengo mis reglas —dijo. Y dijo que, en su opinión, una buena madre debía obedecer las reglas de su hijo: Que me dejes jugar todo lo que quiera, que me dejes jugar descalzo, que no me mandes a la escuela ni a nada parecido, que no me obligues a dormir temprano y que cada día nos mudemos de casa.
Y mirando al techo, como quien no quiere la cosa, agregó:
—Y que seas mi novia.

Eduardo Galeano
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 36

La iniciación

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Fernando había forzado la aleta con el destornillador y había abierto la puerta del Renault. Había desconectado la luz roja del freno, había encendido el motor con un puente de alambre. Con tira emplástica y cinta aisladora, trocitos blancos, trocitos negros. Pacho había cambiado los números de la patente; había convertido el cinco en tres, el ocho en seis, el siete en nueve. El viento empujaba las olas violentamente contra los muelles y multiplicaba el estrépito de la rompiente en todo el ámbito de la ciudad vieja. Aulló la sirena de un barco; por un par de segundos, ustedes quedaron paralizados y con los nervios de punta. El Gato Romero miró el reloj. Eran las dos y media exactas, de la mañana.

No habías comido nada desde el mediodía y sentías mariposas en el estómago. El Gato te había explicado que es mejor con la panza vacía, que conviene también vaciar los intestinos, por si entra el plomo, sabés. El viento, viento de enero, soplaba caliente como desde la boca de un horno, y sin embargo un sudor helado te pegaba la camisa al cuerpo. La sueñera te paralizaba la alengua y los brazos y las piernas, pero no era sueñera de sueño. Se te había resecado la boca, sentías una flojedad tensa, una dulzura cargada de electricidad. Del espejito del Renault colgaba un diablo de alambre, que se bambolea con el tridente en la mano.

Después no reconociste tu propia voz cuando te escuchaste decir: “Si te movés, te quemo”, dejando caer como martillazos una sílaba detrás de la otra, ni tu propio brazo cuando hundiste el caño de la Beretta en el cuello del policía de guardia, ni tus propias piernas cuando fueron capaces de sostenerte sin temblar y luego fueron también capaces de correr sin darse por enteradas de una de ellas, la pierna izquierda, tenía un agujero calibre treinta y ocho que te atravesaba el tensor del muslo y manaba sangre. Fuiste el último en salir, vaciaste tres peines de balas antes de meterte a automóvil en marcha y en cada curva todo se caía y se levantaba y volvía a caer y a levantarse, las gomas mordían los cordones de las veredas, huían hacia atrás las hileras de los árboles y las caras de los edificios y el centelleo de los faroles; arrojados por el viento, los pedazos del mundo se atropellaban y se confundían y volaban en ráfagas oscuras. Y sólo entonces, cuando te quedaste hecho un ovillo y jadeando en el asiento de atrás, descubriste, extenuado y sin asombro, que la primera vez de la violencia es igual a la primera vez que se hace el amor.

Eduardo Galeano
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 273

Garúa

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Había sido la última oportunidad. Ahora lo sabía. De todos modos, pensó, hubiera podido ahorrarme la humillación de la llamada y el último diálogo, diálogo de mudos, en la mesa del café. Sentía en la boca un sabor a moneda vieja, y piel adentro una sensación a cosa rota. No sólo a la altura del pecho, no: en todo el cuerpo: como si las vísceras se le hubieran adelantado a morir antes de que la conciencia lo hubiera resuelto. Sin duda, tenía todavía muchas gracias que dar, a mucha gente, pero se le importaba un carajo. La garúa lo mojaba con suavidad, le mojaba los labios, y él hubiera preferido que la garúa no lo tocada de esa manera tan conocida. Iba bajando hacia la playa y después se hundió lentamente en el mar sin sacarse siquiera las manos de los bolsillos, y todo el tiempo lamentaba que la garúa se pareciera tanto a la mujer que él había amado y había inventado, y también lamentaba entrar en la muerte con el rostro de ella abarcando la totalidad de la memoria a su paso por la tierra: el rostro de ella con el pequeño tajo en el mentón y aquel deseo de invasión en los ojos.

Eduardo Galeano
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 272

Mujer que dice Chau

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Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos republicana y una revista vieja que dejaste aquí. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas. También me llevo una hoja de acacia recogida en la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ese fue el día en que empezó la suerte.

Me llevo el gusto del vino en la boca. (Por todas las cosas buenas, decíamos, todas las cosas cada vez mejores, que nos van a pasar.)

No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevó los besos cuando te ibas (no estabas nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.

Eduardo Galeano
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 272

Para rezar en caso de necesidad

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Hoja de tabaco que en humo te conviertes por la virtud que tú tienes y la que Lucifer te ha dado, quiero que penetres en el alma y en cuerpo de Carolino Sánchez. Que si caminando va, vea mi sombra. Que si con otra está, sienta odio y fastidio por ella y se arrastre desesperado de amor a mis pies. Yo te juro, Tito Peñalver, hueso por hueso y músculo por músculo, hasta llegar a tu miembro, para que tu naturaleza no se pueda desarrollar con ninguna otra mujer. Te juro de la cabeza a los pies por la hora de tu nacimiento, por el agua que te echaron y por la sal que te dieron a comer. Treintaitrés mil gotas de sangre tiene Casiano Macuto, el hombre que yo amo: con tres lo ato, con tres lo bebo, con tres el corazón le parto y el capataz del infierno lo ha de traer. Si tiene cabeza, que me piense; si tiene ojos, que me vea; si tiene nariz, que me huela; si tiene pies, que los pies lo traigan a la puerta de mi casa y caiga de rodillas ante mí y me suplique. Que no tenga placer si no está a mi lado, ni en la cama pueda dormir, ni en la mesa pueda comer. Santa Cruz de Cuernavaca, abogada contra rayos, centellas, tempestades, erisipela, mal de orina, paludismo, apoplejía, nube de ojos, nostalgia, dolor de muelas, flujo, quiebra de negocios, gota coral, hernia o muerte repentina, en vos confío. Consuelo de cojos, mancos, tullidos, ciegos y sordos, en vos confío. Santa Teresita, en vos confío, Espíritu de los tres mutilados, en vos confío. Espíritu del cabrito negro, en vos confío. Ánima sola, nadie te quiere, yo te quiero. Nadie te llama, yo te llamo. Nadie te necesita, yo te necesito. Estando en el infierno, Anima sola, montarás el caballo más brioso. Cabalgando irás al Monte del olivo y cortarás del árbol elegido tres ramas y se las pegarás por los cinco sentidos a Pedro Zamora para que no tenga un momento de sosiego, para que no pueda en silla sentarse, ni en cama acostarse con mujer alguna, ni blanca, ni china, ni rubia, ni negra, y corra detrás de mí como un perro rabioso y llegue a mí humillado como una mansa oveja, y se eche a mi lado. Espíritu del caballito del diablo, monta sobre tus alas a Chico Moraes dondequiera que esté, y tráemelo. Espíritu de las campanas, que Nicasio Blanco no oiga en sus oídos otro nombre sino el mío. Que sueñe conmigo, que escuche mis pasos. Hijo de puta, venid. Hijo de puta, venid. Hijo de puta, venid. Alfiler, alfiler, Santa María furiosa, os pido que me deis o me lo prestéis para que el alfiler penetre en el corazón de Nacho Salinas y no le dé tranquilidad mientras no venga humillado a mis pies. Gallo que canta, gato que maulla, Satanás, Satanás, Satanás, en vos creo, en vos creo, en vos creo. Yo te conjuro, Teófilo Prieto, por los nueve meses que tu madre te llevó en el vientre. Yo te conjunto vena con vena, nervio por nervio, como reducido te tengo a mí; yo te maldigo: que no podrás estar con mujer porque tus partes se han de secar y tus fuerzas se han de agotar por completo como se le agotaron al Divino Señor.

Eduardo Galeano
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 271

El mar


Me preguntaban cómo era el mar. Yo les contaba que en boca de los pescadores, el mar es siempre mujer y se llama la mar. Que es salada y que cambia de color. Les contaba cómo las grandes olas vienen rodando con sus crestas blancas y se levantan y se estrellan contra las rocas y caen revolcándose en la arena. Les contaba de la bravura del mar, que no obedece a nadie más que a la luna, y les contaba que en el fondo guarda buques muertos y tesoros de piratas.

Eduardo Galeano
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 637

Sin salida


Soy un montón de músculos retorcidos y quemados…

Tenía todos los nervios al aire. Le dolían los cabellos, uno por uno. Le dolían las uñas. Sentía una aguja clavada en cada poro. Sentía el dolor crujiendo en la caja de huesos del cráneo. ¿Hasta dónde? Van a volver. ¿Hasta dónde se puede aguantar? Van a volver ahora. Una brasa en la oscuridad; dos; muchas. Estás solo, cantaron todos, sabemos que vos sabés, sabemos todo, estás solo como un perro, hijo de puta, cantá. Las palabras volaban; pegaban contra el banco; estallaban. No tenés salida, reconocé, cantá, quiénes son, cuantos nombres, queremos nombres, escuchá, decí no te hagás matar, rezá, hijo de puta, andá rezando. El cerebro había volado en pedazos. Una náusea como una ola con sabor a sangre y olor a podrido. Volverán. Ahora. Vendrán desde los cuatro puntos cardinales, como las palabras y los golpes. El frío de la hoja del cuchillo en el escroto. El caño del revólver hundido en el agujero del culo. Te levantarán nuevamente la capucha: nuevamente verás el chisperío arrasándote el pellejo, mordiéndote la carne, arrancándote la carne de a pedazos. Te revolverás como un pez atrapado. La desesperación resbalosa del pez. Ahora. Volverán. ¿Hasta dónde se puede aguantar? La victoria nos necesita a todos. ¿Nos necesita? ¿Me necesita? Van a volver. Pronto. Ahora. Había querido gritar. La lengua inflada le llenaba toda la cabeza. Los testículos hinchados como globos. El pus chorreando; había sentido, sentía, los minúsculos y repugnantes ríos de pus y sangre deslizándose desde las heridas. Morir. Sí: recordaba. Estas solo, nadie sabe que estás aquí, nadie te vio cuando te llevamos, nadie te conoce, nadie. Te vamos a matar.

Eduardo Galeano
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 739

Eduardo Galeano

Eduardo Galeano

 

Eduardo Germán Hughes Galeano, nace en Montevideo el 3 de septiembre de 1940. En él conviven el periodismo, el ensayo y la narrativa, siendo ante todo un cronista de su tiempo, certero y valiente, que ha retratado con agudeza la sociedad contemporánea, penetrando en sus lacras y en sus fantasmas cotidianos. Lo periodístico vertebra su obra de manera prioritaria. De tal modo que no es posible escindir su labor literaria de su faceta como periodista comprometido.

A los 14 años entró en el mundo del periodismo, publicando dibujos que firmaba «Gius», por la dificultosa pronunciación castellana de su primer apellido. Algún tiempo después empezó a publicar artículos, que firmó ya como Galeano. Desempeñó todo tipo de oficios: fue mensajero y dibujante, peón en una fábrica de insecticidas, cobrador, taquígrafo, cajero de banco, diagramador, editor y peregrino por los caminos de América.

En sus inicios fue redactor jefe de la prestigiosa revista Marcha (1960-64), publicación que durante décadas dio cobijo a las voces más interesantes de las letras uruguayas y que terminó siendo silenciada en 1974 por la dictadura. En el año 1964 Galeano era director del diario Época. En 1973 tuvo que exiliarse a Argentina en donde funda y dirige la revista literaria Crisis, en la que también destaca la labor del poeta Juan Gelman. En 1975 se instala en España, encontrando un país que estaba a punto de dar un salto histórico cualitativo con la recuperación de la democracia. Reside en Calella, al norte de Barcelona. Publica en revistas españolas y colabora con una radio alemana y un canal de televisión mexicano.

Sus primeros escritos son reportajes de corte político en los que la realidad aparece continuamente golpeada por las circunstancias. Tanto el reportaje titulado «China» (1964) como «Crónica de un desafío», del mismo año, o «Guatemala, un país ocupado» (1967) reflejan una escritura de urgencia, de denuncia, que retrata la cotidianeidad de unos tiempos difíciles con una escritura situada siempre en primera línea de los hechos que vertebran el presente. Con «Las venas abiertas de América latina» (1971), explicativo título, logró su obra más popular y citada, condenando la opresión de un continente a través de páginas brutalmente esclarecedoras que se sumergen en la amargura creciente y endémica de América Latina. Esta obra ha sido traducida a dieciocho idiomas y mereció encendidos elogios desde diversos sectores. El escritor alemán Heinrich Böll, Premio Nobel de Literatura en 1972 y autor de «Opiniones de un payaso», obra clave de la literatura contemporánea, llegó a decir a propósito de la obra de Galeano que pocas obras en los últimos tiempos le habían conmovido tanto.

Junto al Galeano periodista empieza a aparecer el Galeano narrador que prolonga en sus obras su visión de América Latina. De la novela corta «Los días siguientes» (1963) a los relatos contenidos en «Vagamundo» (1973) pasan diez años pero se mantiene una misma percepción de las cosas, continuada en «La canción de nosotros» que merecío el premio Casa de las Américas de 1975. En Galeano el contexto político y social no puede eludirse y es el marco central en el que transitan sus historias. «Días y noches de amor y de guerra» (1978) se enmarca en los difíciles días de la dictadura en Argentina y Uruguay.

Con la «Memoria del fuego» hay una recuperación del pasado indigenista. Esta obra narra la odisea de las dos Américas, centrándose en los hechos más cotidianos, componiendo una trilogía febril e incisiva, apoyada en la rigurosidad de las fuentes y en la que se entrecruzan crónicas históricas con pinceladas del presente, siempre en busca de un futuro más justo. De aquella trilogía histórica formaban parte «Los nacimientos» (1982), «Las caras y las máscaras» (1984) y «El siglo del viento» (1986). En los tres libros hay un mismo objetivo y como dice el periodista italiano Gianni Miná, una voz incisiva y militante que trata de impedir que se olvide la tragedia que asola a quienes viven en el más completo subdesarrollo.

«La memoria del fuego» está estructurada en torno a pequeñas vivencias cotidianas que es en donde encuentra Galeano la verdadera grandeza del ser humano. La intrahistoria es el universo en el que caminan las obras del escritor uruguayo, al margen de grandes gestas y de sucesos grandilocuentes, que se apartan del hombre de a pie y del verdadero devenir de los acontecimientos históricos. Son, en palabras de Galeano, historias pequeñas, pero no minimalistas.

Joan Manuel Serrat toma prestado un fragmento de una de estas historias de la «Memoria del fuego» para ilustrar a modo de presentación en sus recitales el tema «Che Pykasumi», que el cantautor interpreta en lengua guaraní.

Un año antes de la publicación de «El siglo del viento» y una vez terminada la dictadura uruguaya regresa a Montevideo. Tres años después firma «El libro de los abrazos», de contenido más sutil y poético. El propio Galeano definiría de este modo la raíz de esta obra: «Creo que un autor al escribir abraza a los demás. Y éste es un libro sobre los vínculos con los demás, los nexos que la memoria ha conservado, vínculos de amor, solidaridad. Historias verdaderas vividas por mí y por mis amigos, y como mi memoria está llena de tantas personas, es al mismo tiempo un libro de «muchos»… Es un equívoco que ha fragmentado los lazos de solidaridad, que ha condenado a este mundo de finales de siglo a tener hambre de abrazos, a padecer de soledad, el peor tipo de soledad: la soledad en compañía. Es el mismo proceso que se manifiesta con la pobreza».
Precisamente en «El libro de los abrazos», uno de los libros más exitosos y logrados de Galeano, está contenido un pequeño relato titulado «La noche». Este relato dividido en cuatro partes sirvió de inspiración a Serrat para su canción «Secreta mujer» que formó parte del álbum «Sombras dela China» (1998):

LA NOCHE / 1
No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

LA NOCHE / 2
Arránqueme, Señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desnúdeme.

LA NOCHE / 3
Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermo a la orilla de un abismo.

LA NOCHE/ 4
Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.
En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.
La luna tiene dos noches de edad.
Yo, una.

El mismo año de «El libro de los abrazos» aparece «Nosotros decimos no». En 1992 publica «Ser como ellos y otros artículos» y un año después «Las palabras andantes», recopilación de cuentos y reflexiones ilustrados por el artista brasileño José Francisco Borges. El propósito de Galeano en los 90 sigue siendo el mismo que le había impulsado en las otras décadas. Palpar la realidad para mostrarla en un libro. Como respiro, muestra su pasión por el fútbol y lo reivindica desde la literatura, al modo que también hará Javier Marías, en un libro titulado «El fútbol a sol y sombra».

En 1998 Galeano ofrece en «Patas arriba. La escuela del mundo al revés», otro de esos libros de denuncia que no edulcoran el presente ni rehuyen de sus sombras. Es por tanto Galeano un ejemplo de coherencia en una obra que sirve siempre de guía a la hora de definir un continente como el de América Latina que debe seguir cerrando heridas. La voz de Galeano suena clara en el marasmo de intereses e injusticias cotidianas. Más allá de una obra literariamente sólida, está la figura del cronista que persigue injusticias, que conjura temores, que rescata del abismo personajes e historias postergadas.

La obra de Eduardo Galeano nos convoca a mirar qué pasado hemos levantado y qué futuro estamos dejando para nuestros descendientes. Establece un frente común contra la pobreza, la miseria moral y material, la hipocresía de un mundo que sigue abriendo cada vez más distancias entre los que tienen y los que no tienen. Lo demagógico puede ser un riesgo inevitable en este tipo de propuestas, pero Galeano la salva con un estilo conciso, brillante y, sobre todas las cosas, necesario. En Eduardo Galeano hay un compromiso constante con el ser humano y sobre todo una fidelidad a unas ideas que condenan el neoliberalismo y que siguen apostando por un socialismo real, no de andar por casa, y que de alguna forma recupere el pulso perdido, lejos del presente en el que el hombre es visto como una mercancía y en el que parece que no hay lugar para las utopías.

Eduardo Galeano reside desde 1985, -tras finalizar la dictadura uruguaya-, en su Montevideo natal donde sigue haciendo su literatura y su periodismo de marcado tinte político.
En la actualidad dirige su editorial llamada «El Chanchito».

Su narrativa está acosada por la realidad inmediata de América Latina, transformándose sus obras, traducidas a más de veinte idiomas, en un archivo histórico-cultural de todo el continente.[1]

Amigos

El delator estaba aturdido por los golpes y las voces: ¿Adónde te vas a meter? Siempre podemos encontrarte. Siempre. Sabemos todo. ¿Creías que te ibas a esconder? No hay ningún lugar. Nunca vas a poder escapar de nosotros. No hay ninguna cueva donde nosotros adonde nosotros no podamos llegar. Ninguna cueva en ninguna parte del mundo. Así que no querías colaborar. Y nosotros creímos que eras una pobre mosquita. Ya no es más nuestro amigo. Ya no nos quiere. ¿Amigo de esta mierda, yo? Vamos a romperle el culito. Tocá, tocá. A ver si echa sangre. ¿Es tu primera noche, desgraciado? Mirá, tantéalo. Está bueno. Llora, está llorando. ¿Estás llorando, angelito? No se merece lo que hacemos por él. Una basura. Vos, basura, te estoy hablando. Mírame cuando te hablo. Decíme señor, ¿oíste? ¡Señor! ¿A ver cómo se dice señor? Ah, sí, Así, así. Está llorando. El desgraciado este está llorando. El cagón este. Escuchen cómo llora. Así que ibas a hacer una revolución, vos. Ahora no te animás a decir nada, ¿eh? Pero si será mierda. No le pegues más, no te gastés las manos. Él nos va a llevar a donde está su amiguito. No seas gil. Tomá un café. ¿No es verdad que nos vas a llevar? Vos sos de los nuestros. Sí, sí, nos vas a llevar. Tomá no llores. No, mañana no. Ahora. Pero descansá un poco. Tranquilizate. Pero si ya pasó todo. ¿Por qué llorás? Somos amigos, como antes, y vos vas a ser buenito y nos vas a ayudar, hijo de puta.

Eduardo Galeano
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 630