Crimen pluscuamperfecto

El protagonista amaba a su autor. Hoja tras hoja, capítulo tras capítulo había recibido de él todo lo que un protagonista pudiera desear: inteligencia, posición, fortuna, un físico envidiable y por último una esposa bellísima.

Pero en un buen capítulo fue traicionado. Su esposa le era infiel (lo engañaba con otro) y el autor le daba pretextos y oportunidades.
El protagonista, desconcertado, esperaba de una página a otra el momento de la venganza, pero en su lugar vinieron no sé qué tonterías de perdones y reconciliaciones.

Antes del punto final el autor situó al protagonista en un idílico acantilado que este utilizó para deshacerse de su esposa en cuanto quedaron solos.

Después, el protagonista recorrió lentamente las páginas hacia atrás, hasta que encontró un tiempo y un lugar sin testigos y en el que el autor no esperaría encontrarlo al releer el manuscrito.

Ahí, el protagonista, se sentó cómodamente con una pistola al alcance de su mano, a esperar el encuentro definitivo con el autor.

María Soledad Arellano
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 623

Se suplica a los vampiros no pasar

Desde que tenía memoria recordaba haber temido a los vampiros, con un miedo si se quiere irracional y que se hizo obsesivo. Así que investigaba todo lo que podía para protegerse con hechizos y amuletos.

Vivía rodeada de ventanas enrejadas, sarta de ajos; estacas de madera y hasta llegó a conseguirse un arma con balas de plata.

Se negó a casarse, rechazando magníficos partidos, por pequeños detalles que le parecieron sospechosos. Investigaba a todas las personas que llegaban a avecindarse en la región y las casas que por algún motivo pudieran resultar desconfiables. Incluso inspeccionaba el panteón comprobando que todas las tumbas estuvieran intactas.

Después de soportarlo por años, resultó que un día ya no pudo con el olor de los ajos y mandó que los quitaran. A cambio tomó otras precauciones; dejó de hacer y recibir visitas, despidió al servicio. Más tarde, empezó a dormir de día y a velar de noche, pero aún siendo diurno, su sueño no resultaba tranquilo. Decidió al fin dormir en un cómodo ataúd para burlar a los vampiros.

María Soledad Arellano
No. 96, Enero-Febrero 1986
Tomo XV – Año XXI
Pág. 185