Edmundo Valadés no preguntaba el historial de la persona que asistía a su taller, bajo la apreciación de que cada cuento debía defenderse por sí mismo; nunca pedía ninguna recomendación ni cuestionaba el lugar de procedencia o la presencia física. Tampoco cobraba: la literatura era su vida, no su modus vivendi. ¡Cuánto hace falta su presencia hoy que el nepotismo es insensatez cotidiana! ¡Cuán bello sería volverlo a ver repartiendo una discreta e inmensa esperanza!
José Luis López Goytia