Sentados ante el televisor, con sus intérpretes y demás auxiliares, los dos soberbios gobernantes, tras repartirse el mundo, observaron el saludo que, a varios cientos de kilómetros de distancia, intercambiaban, en un acto público, sus respectivos dobles.
Fue entonces que estallaron las potentes bombas colocadas allí, en el escondido recinto, con absoluta precisión, por sus mismo agentes, quienes ignoraban en cada caso, por tratarse de máximo secreto, que las otras personas que acudirían al lugar serían el propio patrón y sus consejeros inmediatos. No hubo sobrevivientes.
Y así, mientras en cada uno de los estados la oligarquía aclaraba para sí las cosas, sin la menor intención de darlas a conocer al país, el mundo pudo respirar en paz por una temporada, ya que los dobles —ahora originales— habían de someterse a un cuidadoso proceso de estudio y adiestramiento, para desdoblar, aquí y allá, su personalidad. Y redoblar más tarde la amenaza pendiente, una vez que los gobernantes dispusieran de dobles intenciones y de dobles sin ellas.
Carlo Antonio Castro.
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 79