Las manos

Cinco, diez, doce, muchos días —no recordaba cuántos, puesto que ya no tenía memoria sino para su propio miedo—, llevaba en el mismo trajín. Dos manos misteriosas salían intempestivamente de la penumbra de su habitación y trataban de estrangularlo. Cuando ya toda resistencia le parecía inútil y empezaba a experimentar los primeros síntomas de asfixia, accionaba el interruptor. Un calor desconocido lo empapaba entonces desde la mollera hasta el último recoveco de su existencia, sumiéndolo en la incertidumbre y el desconcierto.

Esa noche, preocupado, se propuso sorprenderlas. Bebió agua de azúcar y masticó hojitas tiernas de toronjil para reforzar el sueño, leyó las dos primeras páginas de la primera parte de El extranjero de Camus, apagó la luz y se acostó con la última campanada de las once. Al rato, cuando ya el mundo era silencio, cantos de pájaros nocturnos y ruidos esporádicos de grillos y sapos, sintió que las manos se acercaban decididas, apartando fantasmas y pedazos de recuerdos que él mismo había repartido durante mucho tiempo en cuotas mínimas de miedo por el cielorraso y las hendiduras de las paredes, el piso de tablas y los rincones más oscuros de la habitación.

Finalmente, con el terror convertido en un coraje sin precedentes, agarró las manos asesinas por las muñecas, y las inmovilizó en el aire. Forcejeó, luchó, jadeó. Y maldijo. Poco después, cuando creyó haberlas dominado, trato de soltarlas con brusquedad para buscar el interruptor, pero sus manos estaban tensas, inmóviles, intentando zafarse a toda costa de una fuerza extraña que no les permitía acercarse a su garganta.

Leopoldo Bardella de la Espriella
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 98

Una respuesta a “Las manos

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