Vladimir Nabokov

VLADIMIR NABOKOV
(1899-1977)

Su nombre completo en ruso era Vladímir Vladímirovich. Nació el 23 de abril de 1899 en San Petersburgo (Rusia) en una familia aristocrática.
Era el hijo mayor de Elena Rukavishnikov y Vladimir Dmitrievich Nabokov, político de corte liberal. Sus hermanos pequeños se llamaban Sergei, Elena, Olga y Kiril.

En el año 1919 y en plena Revolución comunista, la familia Navokov abandonó su país para establecerse en diversos países europeos, entre ellos Inglaterra, en donde Vladimir estudió en el Trinity College de Cambridge.

En 1922 la familia Nabokov se asentó en Berlín. En la ciudad alemana trabajó como traductor y comenzó a escribir con el seudónimo de Vladimir Sirin para el periódico «Rul'», del que había sido editor su padre, asesinado ese mismo año en un intento de atentado para acabar con la vida del político Miliukov.

Su primera novela apareció en 1926, «Mashenka» (1926), la cual fue continuada por títulos como «Rey, Dama, Criado» (1928), «La Defensa DeLuzín» (1930) o «Habitación Oscura» (1933), libros que le convirtieron en uno de los principales narradores de su época.

En el año 1925 Nabokov se casó con Véra Evsevna Slonim, de la que jamás se separó y con la que tuvo un hijo al que llamaron Dimitri.

Cuando comenzóla Segunda Guerra Mundial y después de habitar en Francia, Vladimir se trasladó a los Estados Unidos, en donde impartió clases de literatura rusa ennla Universidadde Wellesley. Con posterioridad lo haría en la de Cornell.

Entre los ensayos que escribió en esta época destaca uno sobre el escritor ruso Nikolai Gogol que fue publicado en 1944.
En su estancia americana, que se prolongó hasta el año 1959, adquirió la nacionalidad estadounidense en 1945 y escribió algunos de sus libros más famosos, como «La Verdadera Vida De Sebastian Knight» (1941) o «Lolita» (1955), su obra más conocida.                                                                                                         

En la última etapa de su existencia residió en Suiza. Vladimir Nabokov, que al margen de un excelente escritor también era un experto lepidóptero, publicó «Pnin» (1957), «Pálido Fuego» (1962) o «Ada o El Ardor» (1969), libros en los que sobresalían sus características como literato: perfección formal, retratos sociales llenos de humor irónico y rica descripción psicológica de sus caracteres.

Vladimir Nabokov falleció en Montreux (Suiza), el 2 de julio de 1977. Tenía 78 años[1].

 

Jairo Aníbal Niño

Un video de Jairo Aníbal Niño cuentacuentos

(Moniquirá, Boyacá, 1941 – Bogotá, 2010)

Escritor colombiano dedicado fundamentalmente a la literatura infantil y juvenil, campo en el que produjo algunas de las obras más importantes de Latinoamérica, aunque cultivó asimismo la narrativa para adultos, la poesía y, especialmente, el teatro.

Figura polifacética, tras abandonar los estudios que había iniciado en Bucaramanga se dedicó al dibujo y la pintura, y formó parte del grupo artístico La Mancha. Volcado luego en el teatro, a finales de los 70 fue actor, director y titiritero y se integró en grupos teatrales de protesta y en el Teatro Libre de Bogotá. En sus últimos años ejerció la docencia universitaria y dirigió grupos teatrales universitarios. En 1988 fue nombrado director dela Biblioteca Nacional de Colombia.

Su producción dramática abordó temas relacionados con los conflictos recientes de la sociedad colombiana desde una perspectiva crítica y sarcástica, sirviéndose a menudo de técnicas esperpénticas. Algunas de sus piezas dramáticas, que han sido representadas en diversos países americanos y europeos, son Las bodas de lata o el baile de los arzobispos (1968), El monte calvo (1975), Los inquilinos de la ira (1975), El sol subterráneo (1978), La madriguera (1979) y Efraín González (1980).

En el campo de la literatura infantil y juvenil hay que destacar títulos como Zoro (1977) y De las alas caracolí (1985). Publicó además diversas recopilaciones de relatos breves, como Puro pueblo (1977) y Toda la vida (1979). En 1982 el director colombiano Ramiro Meléndez rodó El manantial de las fieras, basada en un guión de Jairo Anibal Niño[1].

Melografía


Sus manos caían con la energía de un herrero amoroso, reptaban sobre las teclas sobando el espinazo de la melodía revolucionaria. Cuando los policías y los detectives irrumpieron con el alarido de sus armas, el pianista no interrumpió su trabajo y siguió tocando hasta que uno de los tiras disparó su ametralladora contra el piano.

En el carro policial atado y sangrante, el músico pensó en su piano y lo recordó como un querido elefante con los sonoros instintos al aire. Sonrió con la comparación, con la imagen del gordo amigo de madera y metal, apandillando con él en tantos sudores de música. El cable verde estalló de pronto en una bombilla saraviada por la cagarruta de las moscas, y el militar, oculto en un rincón del calabozo, hizo una señal a un hombre gordo, quien sonrió y mostró desde lo oscuro el brillo de sus colmillos de oro. Avanzó y con una barra de hierro destrozó las manos del pianista.

Cuando lo empujaron fuera del cuarto de torturas y le dijeron que podía irse para que sirviera de escarmiento a todos los que se dedicaban a la subversión, el músico metió dolorosamente sus manos destrozadas en los bolsillos de su chaqueta, miró a la cara a los verdugos y avanzó silbando por el largo y desolado corredor.

Jairo Aníbal Niño
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 758

Trilogía

I

El cuento perfecto

“¿Habrán escrito ya el cuento perfecto?”, se preguntó el hombre ante un rimero de libros, Cortazar, Borges, Poe…, y propuso: “Si aún no lo han hecho, yo lo escribiré”. Pero otra duda acudió a su mente: “¿Cuál será la forma, el tema y el estilo que conformen el cuento perfecto?”. Tomó una hoja de papel y escribió: El cuento perfecto

II

Las infinitas posibilidades del cuento perfecto

Entró en la librería. Sobre un anaquel de incunables encontró un libro amarillento, apolillado, sin tapas. La página frontal rezaba: EL CUENTO PERFECTO y, abajo, el nombre del autor un tanto borrado por el tiempo como él mismo.

III

Apología de las infinitas posibilidades del cuento perfecto

Para evitar el vituperio de que LAS INFINITAS… son de una parquedad aberrante y absoluta, engendro de la incapacidad creadora del autor, el mismo sugiere algunos agregados que salven en extensión al texto:
Primus.- Que el protagonista ignore el libro, salga por donde entró y el lector conciba un desenlace de acuerdo a su ideología;
Secundus.- O que el protagonista se interesara en el dicho libro, lo llevara a su casa, lo ojeara, se diera cuenta que era una birria capital y a la basura;
Tertius.- En fin, que el protagonista lo leyera, reparara en la trascendencia del contenido e hiciera una exégesis fundamental del polimentado libro;
Quartus.- Et caetera.

Carlos Daniel Magaña Gracida
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 754

Los ojos

Un día creyó tener síntomas de transtornos mentales o pasajeras alucinaciones hasta que descubrió un ojo en su nuca que siempre había permanecido cerrado.

A partir de ese momento podía abrirlo a voluntad o simularlo bajo un mechón de pelo. Sin embargo, siguiendo un impulso irresistible, tomó la gruesa colilla de un puro que alguien tiró a sus espaldas y con absoluta precisión aplicó la brasa en el ojo. El dolor fue intenso pero luego le siguió la cicatrización y el alivio.

Desde entonces al momento de levantarse le siguen unos instantes de inquietud. Se coloca desnudo ante el espejo e inspecciona cuidadosamente los síntomas de posibles brotes de nuevos ojos. El alivio de no encontrarlos le sirve para pasar el día. Pero a veces se siente desasosegado al anochecer y sus sueños no son tranquilos.

A. F. Molina
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 753

La historia de Uno

Cuéntase que Uno le robó la mujer a Otro.

Cuéntase que Uno mudó de pueblo y se convirtió en un personaje prominente.

Cuéntase que Otro no vuelve a trabajar, que se pasa los años sentado sobre una banca —que no come ni duerme— sólo pensando en su odio y en su venganza.

Al fin un día se levanta, camina al pueblo donde Uno vive, alquila un local y pone un negocio en espera de su represalia. Llega el día en que Uno, atraído por la fama de Otro, acude en busca de sus servicios: se sienta en un cómodo sillón, empieza sentir la suavidad de las manos que tocan su piel, las toallas calientes cubriendo su cara, sólo se escucha el roce de la navaja sobre el asentador, suave, tranquila, con esa tranquilidad de la larga espera, de la satisfacción de la venganza. Otro le recarga la cabeza sobre la silla hasta que queda fuerte y segura; sujeta con su mano la barba, desliza la navaja hacia arriba, de lado, al centro:

No se escuchó ningún lamento.

Martha Figueroa
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 751

Martha Figueroa de Dueñas
No. 92, 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 499

Pesadillas

De vez en cuando pienso si en la inmensidad del espacio, debe haber un lugar para esos seres que veo en mis sueños, esas horribles criaturas de piel rosada y cabello negro, que viven en paisajes de pesadilla, y que tienen monstruosos animales de dos o cuatro patas… pero mi mente racional me dice que la naturaleza no permitiría tales aberraciones. Entonces sacudo mis doce pares de alas doradas, aspiro hondo con mis tres pulmones transparentes el rojo aire, y me hecho a volar por el ligero aire marciano.

Salvador Virgen
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 746

Los dos hermanos

Dos hermanos caminaban errantes por la selva. Las arduas jornadas hicieron mella en uno, arrebatándole sus fuerzas. El otro, que lo amaba fraternalmente, quiso evitar la muerte de su hermano cortándose un poco de carne de donde más le sobraba. Sin que se diera cuenta el enfermo, tronchóse un trozo de nalga y, después de asarla, se la dio. Éste le preguntó la procedencia de tan exquisita carne, cuestión a la que el sano prefirió no contestar. El débil poco a poco recuperaba su fortaleza, gracias a los ocultos sacrificios de su amante hermano.

Pero sucedió que la pérdida de sangre del hermano dadivoso hizo que éste se desmayara. El antes enfermo lo revisó. Después de la sorpresa reflexionó. Ahora sabía de dónde el excelente guiso. Y sin pensarlo mucho, mató a su hermano y se lo comió.

Carlos Daniel Magaña Gracida
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 742

Escalones

Llega al portal de la casa de un amigo. Para visitarle tiene que subir cuarenta y siete escalones. Sube el primero y desciende, Asciende dos escalones y vuelve a bajar. Luego cuatro y baja de nuevo… Y así, después de cada descanso, va subiendo hasta alcanzar un escalón más.
Cuando ha descendido desde el escalón cuarenta y seis decide no hacer el último esfuerzo aunque no siente el menor cansancio.

A. F. Molina
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 740

El lector

Cerró el libro, se levantó del cómodo sillón, tomó un generoso trago de la copa de cogñac y, se dijo para sí mismo: “No lo entendí, estos nuevos cuentistas ya no escriben con la claridad y sencillez de los de antes, sino sólo para que los comprenda un grupo de privilegiados…”
Tomó entonces otro libro, se sentó de nuevo y comenzó a leer, esta vez muy complacido “Había una vez un rey…”

Mauricio Ceballos Novelo
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 735

En un consultorio

Cuatro mujeres aguardaban.

Fueron entrando…

La primera muy joven, decía:

—Doctor, quiero vivir mucho; le tengo miedo a la muerte.

El médico la consoló.

Entró la segunda, una mujer adulta.

—Doctor, pienso que me voy a hacer pronto vieja, quiero que me conserve; tengo miedo a la muerte.

—No tema nada —afirmó el doctor— viva su vida y esté tranquila.

Se introdujo la tercera.

—Doctor estoy muy anciana, el tiempo ha hecho estragos en mí; tengo miedo a la muerte.

—Aparte esa idea, aún tiene vida por delante —concluyó el médico.

La enferma salió para dar paso a la última mujer, callada, enjuta y triste.

—Doctor…

—¿Usted, también le tiene miedo a la muerte?

—¡No, doctor, le tengo miedo a la vida…! ¡Yo soy la muerte!

Moisés Plata Becerril
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 733

¿Quién tiene la música?

¿Porqué la música no se encuentra como las nubes, o se hace humo visible de color rosado o amarillo?… no importa de que color… pensaba un niño sentado frente a un radio grande y antiguo de la olvidada abuela. Y con un movimiento rápido y ligero abrió sus manecitas y las alargó cuanto pudo hacia la bocina más próxima del aparato.

De pronto se paró, tapándose su carita toda escurrida de lágrimas, tan dulces y tan tristes, el niño corrió hacia el sillón de pequeñas florecitas y gritó: ¿Quién le ha quitado el cuerpo a la música? ¿Quién tomó prestados sus zapatitos descoloridos?. Que tanto han jugado en las cabezas y en las orejas de los niños. Porque no es ni siquiera una nube, una simple nube para poder reírme de sus caprichosas formas… lloraba el niño.

Y el sillón comprensivo le contestó, enjugándose también sus lágrimas y con su mejor voz, al tiempo que cruzó una de sus patitas, dijo: ¡Por que la música tiene el cuerpo de quien la escucha!.

María Guadalupe Sánchez L.
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 732

Castillos en el aire

Le gustaba construir castillos de naipes; él decía que esos eran los verdaderos castillos en el aire, y que, por lo tanto, era un símbolo de los sueños. Su destreza en la construcción era irregular, ya que algunas veces sólo acertaba a construir casuchas de sirvientes o campesinos. Esto le debió demostrar que ni los sueños resultan a la altura de nuestros deseos.

Sin embargo, al paso del tiempo, logró ser un maestro en la construcción de castillos, y envanecido, decidió habitar el mejor. Al principio fue el rey de sus quimeras, con una honda satisfacción de su parte; pero después las paredes, brillantes y lustrosas fueron hostiles, hasta que un día, cuando trato de salir, se dio cuenta que ahí no había puertas ni ventanas, ni súbditos de corte, ni damas cortesanas, ni fiestas y que semejante soledad más tenía de prisión que de reinado. Alcanzó la certeza de ser un prisionero.

El final previsible, de esta historia es la muerte. Este llegó al derrumbarse el mejor palacio del arquitecto de sueños, provocando, tal vez, por su intento de fuga, o por el viento, o por el aburrimiento de un dios niño, cansado de jugar.

Enrique Atonal
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 729

Antonio di Benedetto

Antonio Di Benedetto

Nació en Mendoza el 2 de noviembre de 1922. Luego de cursar algunos años de abogacía, se dedicó al periodismo. El gobierno de Francia lo becó para realizar estudios superiores en esa especialidad. Como periodista fue subdirector del diario «Los Andes», y corresponsal del diario «La Prensa».

En 1953 publicó su primer libro, Mundo animal, con el que inició su brillante carrera de escritor cuya cima fue la novela Zama, acaso una de las más grandes novelas de la literatura argentina.

Antonio Di Benedetto recibió numerosos premios y distinciones por su labor: el gobierno italiano lo condecoró como caballero de la Orden de mérito en 1969; en 1971 la medalla de oro de Alliance Française; en 1973 fue designado miembro fundador del Club de los XIII, y un año después recibió la Beca Guggenheim.

Di Benedetto ocupa un destacado lugar en la narrativa contemporánea argentina. Para ello lo acreditan su personalísimo estilo, su capacidad de crear personajes vivos, su facultad inventiva, su aguda captación sensorial y su activa intencionalidad poética de remodelador del mundo.

En Zama, alcanzó su culminación el realismo profundo de Di Benedetto; fuerte, cruel, incisivo, supera las apariencias de las cosas y acoge en su seno los productos de la más pura fantasía creadora.

En 1976, pocas horas después del golpe militar del 24 de marzo, Di Benedetto fue secuestrado por el ejército. «Creo nunca estaré seguro que fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente. Pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosas de las torturas», diría años más tarde. Humillado, golpeado y destrozado anímicamente, fue excarcelado el 4 de septiembre de 1977 y se exilió en Estados Unidos, Francia y España. Regresó definitivamente a la Argentina en 1985. Murió víctima de un derrame cerebral el 10 de octubre de 1986 en Buenos Aires.[1]

Delito


Yo era un tenaz fumador. Una noche quedé dormido con un tabaco en la boca. Desperté con miedo de despertar. Parece que lo sabía: me había nacido un ala de murciélago. Con repugnancia, en la oscuridad busqué mi cuchillo mayor. Me la corté. Caída, a la luz del día, era una mujer morena y yo decía que la amaba. Me llevaron a prisión.

Antonio Di Benedetto
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 726

El hombre que forjó nuestras desgracias

No recuerdo si fue un día o una noche. Olía a ruda, a palmeras, a mar. Yo miraba hacia las chozas. Mis gentes descansaban y bebían agua de cocos. De pronto oí un chapoteo que venía desde muy dentro del mar, una masa gigantesca se bamboleaba. Pensé en los dominios, en Xibalbá, y en Mictlan; presumí el inicio de nuestras infinitas desdichas. ¡Cómo deseé que el vigía fuese ciego y retomara su camino! ¡Cómo deseé que el almirante fuese miope o cobarde y nunca hubiese pisado estas benditas tierras! Si no hubiera tocado tierra, yo no sería lo que ese cerdo taxista me acaba de gritar. No sería un hijo de la chingada.

Carlos Daniel Magaña Gracida
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 709

Mauricio-José Schwarz

Mauricio-José Schwarz

(México, D.F.; 2 de febrero de 1955) es un escritor mexicano, que ha ejercido labores como periodista y fotógrafo, radicado en España desde 1999.

Orientado principalmente a la literatura de géneros (ciencia ficción, terror, policíaca) ha publicado más de un centenar de relatos en revistas de México, Colombia, Francia, Argentina, Venezuela, Bélgica, Cuba, Estados Unidos y España; tres novelas policíacas, dos colecciones de relatos individuales y numerosos artículos y ensayos, además de antologías y obras colectivas publicadas en Estados Unidos, España, Francia, Italia, Colombia, Venezuela, Argentina y Cuba.

Fundó o cofundó numerosas revistas literarias y culturales, especialmente Estacosa revista de ciencia ficción cuya hermana digital Otracosa sería la primera revista electrónica publicada en México.

Es miembro fundador de la Asociación Mexicanade Ciencia Ficción y Fantasía (AMCyF), creador del premio «Kalpa» y autor de la entrada sobre ciencia ficción latinoamericana en español en The Encyclopedia of Science Fiction, editada por John Clute y Peter Nicholls.

En 1989, su novela Sin partitura obtuvo mención en el Primer Concurso Internacional de Novela Policiaca y de Espionaje de Editorial Vanguardia de Nicaragua, y fue publicada en México por Ediciones B en 1991. Es autor también de La música de los perros, primera novela negra mexicana con tema de rock, y No consta en archivos, traducida al francés y en Bélgica como Ne figure pas aux archives (Editions Labor, Bruselas, 2002).

Adicionalmente ha escrito guiones de televisión y cine, entre ellos el de su cuento «El libro de García», filmado por el director Carlos García Agraz, y una veintena de letras de canciones para el grupo «Transfusión», musicalizadas por Antonio Malpica.[1]

Autopresentación de Mauricio-José Schuarz

Procedo de una larga estirpe de perdedores, desde Sócrates (o antes) hasta Pancho Villa (y después). A todos ellos los distingue que no han vendido el alma por un plato de lentejas y que han mantenido los principios íntegros hasta la tumba.

Nunca he sabido qué responder cuando me preguntan a qué me dedico. Desde niño he conocido muchas actividades apasionantes, astronauta, escritor, músico, fotógrafo, futbolista, astrónomo, paleoantropólogo, actor, etólogo, torero, periodista… Pero me dijeron que tenía que elegir sólo una de estas maravillas, de estas posibilidades que despertaban mi apetito emocional e intelectual. Vaya, me enseñan todos los juguetes de la tienda y luego me salen con que sólo me puedo llevar uno, y es para toda la vida, cantidad de tiempo que ya sospechaba yo que presentaba abundantes oportunidades de aburrirse hasta las lágrimas.

Medio lo intenté, fracasando. Me trataba de concentrar en una cosa y hacía ocho más. Estudiaba el bachillerato y actuaba en teatro, rasgueaba la guitarra, hacía mis pininos en la fotografía y pintaba al óleo el retrato (inconcluso para siempre) de la por entonces dueña de mis noches, estudiaba psicología y criaba peces, estaba en la carrera de antropología y escribía poemas y cuentos.

Así acabé siendo aprendiz de todo y oficial de nada (no, no acabé ninguna carrera). He hecho muchas cosas y las he disfrutado, desde maquillaje teatral hasta ser mago aprendiz. Unas pocas nunca pude intentarlas, como la astronáutica. Otras están en la lista de pendientes todavía. En varias mi falta de habilidades, talento o capacidad son de escándalo y las abandoné para regocijo del público. Hoy traduzco, tomo fotografías, escribo, hago periodismo de divulgación científica escrito y en radio, hago análisis político y promuevo el pensamiento crítico y la educación cuestionadora. Mañana quién sabe qué haré.

Nunca fui como se suponía que debía ser. Nunca maduré. Nunca me «llegó el momento» de sentar cabeza, Nunca me tragué el orgullo y bajé los ojos, Nunca anduve al ritmo que me marcaban. Nunca me corté el pelo, nunca dejé el rock, nunca me convencieron de que me callara, nunca acepté opiniones sin pruebas sólidas. Nunca exploté a nadie, nunca evangelicé, nunca abusé de nadie, nunca busqué que lloraran las mujeres que me han querido, nunca dañé a nadie voluntariamente (legítima defensa aparte). En resumen, no tengo problemas de conciencia, que a mis años ya es decir

Nunca temí volver a empezar y lo he hecho muchas veces. No descarto volver a hacerlo varias veces más antes de perder el hábito de respirar. No pienso envejecer con elegancia ni gracia, pretendo resistirme como enseñó Dylan Thomas (do not go gentle into that good night). Sé que vivir es resistir, y así lo hago, supongo que no tan mal porque aquí sigo[2].

 


Viñetas

A lo largo y ancho de los planetas habitados de la nebulosa de Andrómeda, se inició la campaña para reclutar voluntarios que colaboraran en la tarea de salvar la vida inteligente en la tierra. El slogan que se publicó rezaba: Por nuestros hermanos intergalácticos y contra la barbarie; salvemos a los delfines de las garras de los hombres.

Mauricio-José Schwarz
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 721

Ignacio Xurxo

Ignacio Xurxo

Fue director de empresas líderes en alimentos y bebidas, e integró cámaras empresarias. Retirado muy joven, se dedicó al periodismo cultural desde Clarín, La Nación, El Cronista y otros medios locales; también ejerció como corresponsal de Excelsior y El Universal, de México. En ese país, fue premiado e incluido en la antología Promexa de grandes narradores del siglo XX  junto a Borges y Cortázar. Uno de sus libros tuvo Premio Municipal y, otro aparecido en el 2000, volvió a concitar elogiosas críticas. En Publicidad, aportó a la creación de campañas para productos masivos y, actualmente, su consejo es requerido por empresas y profesionales especialistas en motivación y comunicación.[1] 

Ignacio Xurxo, tardíamente in memoriam

(Apareció  en Página 12 el 2-Feb-2011)

 

 Por Mempo Giardinelli

Me lo dijo Orlando Barone hace un par de semanas, en el Canal 7: “¿Supiste que falleció Ignacio Xurxo?”. Me dejó helado, y más porque –comentó Barone– murió hace casi tres meses.

Tantos amigos comunes que tuvimos, tantos autores y autoras que con Ignacio publicamos en Puro Cuento, durante años, y sin embargo nadie me avisó, nadie me dijo nada. No es queja, sino constatación: vivo lejos de Buenos Aires y eso, se sabe, en este país es como vivir lejos de Dios.

No leí el pequeño obituario en La Nación justo ese día, primero de noviembre. Y además estaba claro que entonces casi todo el país lloraba a Néstor Kirchner. Qué iba a haber lugar para llorar al Viejo Gómez, como algunos llamábamos a ese gallego inigualable: Ignacio Gómez Xurxo, natural de Vigo, hijo de ignotos inmigrantes y llegado a la Argentina siendo un niño.

Tenía justo 80 años cuando murió. Periodista y narrador, tipo derecho y leal como ya no se fabrican, había publicado muy poco pero leído muchísimo. En 1970 su primer libro de cuentos obtuvo un premio municipal y fue reeditado más adelante como Tahití y otros cuentos. Un librazo, hoy inconseguible.

El texto que daba título a esa colección, precisamente, fue incluido en una antología titulada Los grandes cuentos del siglo XX, que se publicó en 1979 y donde compartió cartel con cuentos de Borges, Cortázar e Isidoro Blaisten. Pero no le gustaba hablar de esa época. Aunque desde comienzos de los ’70 escribía ocasionalmente en las páginas culturales de La Nacióny de Clarín, durante los años de plomo había tenido que sobrevivir coordinando talleres literarios y escribiendo en revistas culturales toleradas por la dictadura.

Yo lo conocí en 1984, cuando regresé a la Argentinay le traje una carta del gran cuentista Edmundo Valadés, que era su cuate, amigo y valedor, como se dice en México. Es curioso cómo los caminos de la literatura a veces se entretejen: cuando me exilié fue Eduardo Gudiño Kieffer quien me conectó, carta mediante, con Don Edmundo, que fue mi primer amigo mexicano; de igual modo fue éste quien me conectó con Xurxo cuando regresé.

Altísimo, calvo y miope, Shursho –como le decíamos– me fascinó de inmediato quizá porque era un hombre tan humilde, tan sabio y tan sabrosamente ácido e irónico como jamás vi otro igual.

Fuimos amigos entre 1986 y 1992, años en los que nos vimos casi a diario. Porque él fue, aunque ninguna necrológica porteña lo habrá dicho, el jefe de redacción de Puro Cuento.

Por eso ahora yo podría decir que fue mi brazo derecho en la revista, pero no, me quedaría corto. Porque Ignacio fue además uno de mis maestros. Nadie sabía de cuentos como él. Nadie había leído tanto cuento de todo el mundo.

Amigo de Blaisten y de Cacho Costantini, podía iluminar la obra de Alvaro Cunqueiro o la de Rosa Chacel, a quienes conocía en sus detalles más profundos. También conocía todo Borges hasta en sus más recónditos aspectos y era capaz de disertar con autoridad sobre Conrad o Rulfo, Chejov o Stevenson, Herminia Burana, Cortázar o Asencio Abeijón. Escéptico incurable y tanguero de ley, por si fuera poco, Xurxo escribió también Una luz de almacén, deliciosa biografía de Edmundo Rivero que publicó Emecé en 1982.

Dueño, encima, de una prosa perfecta que hubiese merecido mejor suerte si él mismo no hubiera hecho todo lo posible para que así no fuese, prefirió ser siempre un escritor escondido, un narrador secreto y nunca supe por qué. Tampoco quería hablar de eso; jamás lo hizo, al menos conmigo. Tipo raro y de cerriles silencios, era capaz de pasarse muchísimas horas sin pronunciar palabra, sólo leyendo cuentos. Adoraba el género, lo teorizaba como nadie y podía armar una cuadrícula equilibrada de la revista en media mañana.

Ignacio fue mi apoyo más firme y más leal en aquella aventura de rescatar y publicar cuentos de calidad en un país que parecía resistirse a crecer, sometido como estaba a inexplicables suicidios electorales, crisis económicas feroces, carapintadas contumaces y una memoria que había que consolidar a cada paso. Su consejo siempre sano y desinteresado, la sensatez de su sentido común y su agudeza y olfato eran un tesoro invalorable que teníamos en la revista.

Ahora, casi veinte años más tarde y mientras escribo todo lo anterior, siento que en la literatura argentina de pronto hay un vacío irremediable. Que ni el canon ni el mercado, siempre atentos a cualquier pendejada, sabrían reconocer.

Pero créanme: aunque aparentemente no se note, en el universo del cuento literario de este país hoy todo está despoblado.

Aunque la rueda ruede y siga rodando, como debe ser, hay un enorme vacío porque se nos murió el Viejo Gómez.[2]

 


Sobre la mortalidad de los poetas

En el año 2020 el Estado Corporativo Universal decretó el derecho al goce de una libertad hasta entonces retaceada: la de canibalismo. Aparte de las motivaciones éticas, los considerandos contemplaban la irremisible escasez de alimentos y la necesidad de un retorno al acatamiento de las leyes biológicas sin ningún tipo de cortapisas. Contra lo que estimaron los computadores, el mayor porcentaje de sobrevivientes no se registró entre los profesionales de las armas, sino entre los poetas. Fue comprobado que tenían un alto grado de adaptación a alimentarse con todo tipo de desechos y que, a su vez, no eran apetecidos por su magrura y lo amargo de su sabor. Se dijo además, que repetían.

Ignacio Xurxo
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 716

Científica y legal

Si lo pudiera decir, lo diría en caracteres claros y relucientes, en letras hinchadas de ardor, de contagiosa pasión y comunes deseos. Diría que la vi, que entró muy hondo y que no ha querido salirse. Quedó ahí, paseándose en las profundidades infinitas del alma, flotando suavemente en los espacios siderales del amor. Explicaría, aunque parezca absurdo, que me posesioné de su imagen y su imagen de mí. Y la pasión y el dolor y el coraje y todo aquello nació de dos seres y lugares tangibles, pero ella germinó a través de su imagen posesionada de mi ser, a lo largo del tiempo, en un amplio espacio.

Para decirlo mejor, traería a un físico moderno, un heredero de Einstein, que aplicara correctamente las ecuaciones de Lorentz a la teoría de la Relatividad. Me auxiliaría además de los tratados de Freud y, recorrería sin vacilar la obra completa de Carlos Marx para llegar a la mecánica de la dialéctica misma. Pero si nada de esto tiene resultado, si no es suficiente lo que argumento, entonces recabaré pruebas, conseguiré testigos, llegaré a los Tribunales y demostraré ante la propia Ley, que existió, que ella existió, mucho más allá de la desilusión, la desesperanza y el final.

Armando Murad
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 713