Javier González Rubio I.

Javier González Rubio I.

Javier González Rubio I.

Nació en México, D.F. Es licenciado en Periodismo por la UNAM y realizó los estudios de doctorado en la Universidad de Navarra.

Autor de las novelas La Sala de Espera Azul, (2014) Quererte fue mi castigo (México, 1991; Loving you was my undoing, publicada en Estados Unidos por Holt&Co, 1996, y en Francia por Editions Metalie, 1997); en 2010 fue reeditada por el Fondo de cultura Económica en su Colección Popular. Y Las Trampas (México, 1981).
Ha publicado además Un Decálogo para casi todo (2014), Cine antropológico mexicano, en coautoría con Hugo Lara (Edición del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2009); Espejo del fuego (poemas, CNCA, 2003); El Cine de Katy Jurado, en coautoría con Emilio García Riera (Universidad de Guadalajara, Instituto Mexicano de Cinematografía 1999);

Ha publicado también El humor del absurdo cotidiano (prólogo a la edición del guión de la película “La perdición de los hombres”, de Arturo Ripstein, 81/2 Ediciones, España, 2001), La anhelada sumisión (epílogo a la edición del guión de la película “El evangelio de las maravillas” de Arturo Ripstein; Universidad Veracruzana, México, 1999), Leñero el alquimista (introducción a la edición del guión de la película “·El callejón de los milagros” escrito por Vicente Leñero, Ediciones el Milagro, México, 1997).

Ha publicado crítica cinematográfica en la revista Di-Cine (1989-1997), y colaborado en las revistas Nexos, Proceso, Cine Premier, entre otras, y en los periódicos Uno más Uno, El Universal, y La Jornada.

Actualmente colabora en el sitio de cine correcamara.com.mx[1]

[1] http://javiergonzalezrubio.com/biografia/

 

Se nos fue el santo al cielo

¡Ah caray!, ya amaneció. Sí, cuando despierto es que ya amaneció infaliblemente; si mis cálculos no me fallan hoy se inicia un año. ¿Cuál?. No sé. Desde aquí no puedo saber.

¡Cómo se pasa el tiempo! Parece que vine ayer a este lugar, y por lo menos ya pasaron cinco años. Estoy igual a como llegué: quietecito, frío, solo.

Que yo recuerde, solamente al cumplir un año aquí vinieron a visitarme. Trajeron flores nada más. Después, ni eso. ¡Vale madres! Lo peor de todo es que no tengo con quién platicar; somos muchos, pero separados y no nos conocemos, ni lo haremos…

¡Ay gusanito! ¡No me hagas cosquillas!… Pensándolo bien, te doy las gracias: hiciste que se me pasara el mal humor… Oye, y ¿por qué no llamas a tus cuates y nos reunimos a festejar el año nuevo? ¿Qué te parece? Siempre me costó trabajo platicar con los gusanos, pero… ¿no quieres?

¡Carambas, ni los gusanos me quieren acompañar! Ya me volvió el mal humor… ¿Qué harán en la que fuera mi casa? Estarán durmiendo, pues seguramente se acostaron tarde. Julián tendrá puesta alguna de mis pijamas de seda que no tuve tiempo de estrenar. Le gustaban mucho; y ha de estar acostado con mi mujer… También le gustaba mucho. ¡Pobrecitos! ¿Y qué habrán hecho con mis libros? ¡Julián y Patricia eran tan brutos! ¡Ah, ya sé! Los mandaron forrar de piel, todos igualitos, para tapizar alguna pared con ellos. ¡Qué pendejos!… ¿Me rezarían un Padre nuestro alguna vez? ¡Sí, para que no fuera a resucitar! ¡Qué puntadón me aventé!…

Hace mucho frío, más que de costumbre, y yo sin poder hacer ejercicios de calentamiento…

No sé cuándo voy a salir de aquí. Después de unas lágrimas de parientes, que me pusieron más nervioso, y de acompañar a las personas que fueron a mi entierro, el paseo más aburrido y lento de mi vida, emprendí mi viaje hacia el Purgatorio; llegué, lleno de tierra por cierto, pero no pude entrar. Había una cola larguísima. Repartieron fichas y solicitudes en la ventanilla 4 y a mí me tocó la… a ver, dónde la puse… Me la guardé entre las costillas… ¡Aquí está! Es la 2846906, así que haciendo cálculos… ¡Ah chingao, ya me toca! Bueno, ¡adiós Tierrita!

Javier González Rubio I.
No. 66, Agosto-Septiembre 1974
Tomo X – Año X
Pág. 725

Paisaje

La lluvia opacaba los minutos siguientes. Los árboles se movían con hastío. A lo lejos, por encima de las silenciosas montañas, la Luna trataba de ocultarse definitivamente. El Sol hacía un esfuerzo para no contemplar aquello. Por todas partes se esparcía la soledad. Las piedras enloquecidas cambiaron de lugar. Los ríos perdieron su cauce y olvidaron sus recuerdos de vida. Las flores desearon no haber brotado porque nada ni nadie respetó su belleza. El viento recorrió paulatinamente el paisaje como emisario de la tristeza, que se había sentado en un monte para observar su reino. Las ardillas y pájaros se habían ido…

No se escuchaba el rugir de leones y tigres, ni el ruido de hojas caídas al paso de liebres, víboras y zorras. Las voces de los hombres se apagaron por sus mismos gritos. Todo entró en la caverna del olvido. El silencio estaba dispuesto a no dejarse vencer ahora que había derrotado al escándalo. En el cielo permanecían las tonalidades rojas porque las azules se habían perdido…

Cuando cesó la lluvia y la luna logró su objetivo, aparecieron un niño y una niña buscando, entre los escombros del mundo, una muñeca de trapo y un carrito de madera.

Javier González Rubio I.
No. 65, Junio-Julio 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 680