Una noche paseaba las calles con mi amada cuando, al pasar ante una casa de lúgubre aspecto, abrióse repentinamente la puerta y un Amorcillo dio un paso fuera de las sombras. Mas no era un amorcillo común —frágil, delicado y artístico—, sino un hombrazo pesado y fornido, con todo el cuerpo cubierto de pelos, que más parecía un guerrero bárbaro apuntándome con un rústico arco. Me disparó una flecha que me alcanzó en el pecho. Retiró después la pierna y cerró tras de sí la puerta de aquella casa semejante a un castillo hosco y sombrío. Yo caí, pero mi amada continuó su paseo. Pienso que no advirtió mi caída, pues, de lo contrario, se hubiera detenido, se hubiera inclinado sobre mi cuerpo y habría tratado de socorrerme. Más como siguió, sin detenerse, comprendí que no se había dado cuenta de mi caída. Mi sangre corrió tras ella, durante un rato, como un arroyuelo, hasta que se detuvo cuando ya no pudo alcanzarla.
Paar Lagerkvist
No. 66, Agosto-Septiembre 1974
Tomo X – Año X
Pág. 753
Pär Legerkvist
No. 81, Mayo – Junio 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 85