El otro sol


Toda la noche la pasó Aquiles Vicario, entredormido, dando vueltas en la amplia cama de jergón abarrotado con plumas de pavo real y mirando por entre los párpados semicerrados el uniforme estrictamente planchado que suspendía del solterón regalo de un artesano.

Pensó en la mano firme que el día anterior había colocado sobre sus hombros el nuevo sol que lo acreditaba ante la historia como el más grande general de todos los tiempos de la patria y, subestimó la grandeza de don Simón Bolivar Palacios.

Muy temprano, sin despedirse de mujer ni de hijos, sin despertar al chofer ni llamar guardaespaldas se fue para la calle y comenzó a marchar camino de la casa de gobierno, con una idea fija: “Golpe de estado”.

Sonreía seguro del futuro.

Caminó unas cuadras y se reconoció a sí mismo marchando en vía contraria a la suya, con una inmensa condecoración y la banda presidencial atravesándole el dorso: se saludaron y marcharon juntos con la cabeza erguida y el pecho saliente. Cuando estuvieron en la solitaria plaza volaron miles de palomas a su paso y volvieron a mirarse. Comenzaron a subir las escalinatas del palacio, marcando el compás hasta la amplia sala, donde un aviso funerario invitaba a sus propias honras fúnebres.

Miró a todos lados y se encontró solo. Empujó la pesada puerta del salón donde acostumbra resumirse el Congreso y vio su cuerpo expuesto en capilla ardiente rodeado por sonrientes representantes del poder civil y una parte del féretro cubierto con la bandera nacional.

Ni una persona lloró su muerte.

Carlos Eduardo Uribe
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 477