Fabulilla

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—Ay! —Decía el ratón—. El mundo se vuelve cada día más pequeño. Primero tan ancho que yo tenía miedo, seguía adelante y me sentía feliz al ver en la lejanía, a derecha e izquierda, algunos muros, pero esos largos muros se precipitan tan velozmente los unos contra los otros, que ya estoy en el último cuarto, y allí en el rincón, está la trampa hacia la cual voy.

—Solo tienes que cambiar la dirección de tu marcha —dijo el gato, y se lo comió.

Franz Kafka
No. 33, Noviembre – 1968
Tomo V – Año VI
Pág. 49

La ventana a la calle

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Aquel que vive solo, y que sin embargo desea de vez en cuando vincularse a algo; aquel que, considerando los cambios del día, del tiempo, del estado de sus negocios y demás, anhela de pronto ver un brazo del cual podría aferrarse, no está en condiciones de vivir mucho tiempo sin una ventana que dé a la calle. Y si le place no desear nada, y sólo se acerca a la ventana como un hombre cansado cuya mirada oscila entre el público y el cielo, y no quiere mirar hacia fuera, y ha echado la cabeza un poco hacia atrás, sin embargo, a pesar de todo esto, los caballos de abajo terminarán por arrastrarlo en su caravana de coches y su tumulto, y así finalmente en la armonía humana.

Franz Kafka
No. 17, Octubre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 427

Los árboles

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Porque somos como troncos de árboles en la nieve. Aparentemente, sólo están apoyados en la superficie, y con un pequeño empellón se los desplazaría. No, es imposible, porque están firmemente unidos a la tierra. Pero atención, también esto es pura apariencia.

Franz Kafka
No. 17, Octubre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 426

El buitre

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Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias, y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

—Estoy indefenso —le dije—, vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé retorcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos.

—No se deje atormentar —dijo el señor—, un tiro y el buitre se acabó.

—¿Le parece? —pregunté—, ¿quiere encargarse usted del asunto?

—Encantado —dijo el señor—; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil ¿puede usted esperar media hora más?

—No sé —le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí—: por favor, pruebe de todos modos.

—Bueno —dijo el señor—, voy a apurarme.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco lejos, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación, que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.

 

Franz Kafka en La Metamorfosis
No. 17, Octubre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 378

El pueblo más cercano

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Mi abuelo solía decir:
“la vida es asombrosamente corta. Ahora, al recordarla, se me aparece tan condensada, que por ejemplo, casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más cercano, sin temer —y descontando por supuesto la mala suerte que aún el lapso de una vida normal y feliz no alcance ni para empezar semejante viaje.

Franz Kafka
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 28

El otro diablo

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Frente a unas vidrieras de Cassinelli había un niño de unos seis años y una niña de siete; bien vestidos, hablaban de Dios y del pecado. Me detuve tras ellos. La niña, tal vez católica, sólo consideraba pecado mentir a Dios. El niño, quizá protestante, preguntaba empecinado qué era entonces mentir a los hombres o robar. “También un enorme pecado —dijo la niña—, pero no el más grande; para los pecados contra los hombres tenemos la confesión. Si confieso, aparece el ángel a mis espaldas; porque si peco aparece el diablo, sólo que no se le ve.” Y la niña, cansada de tanta seriedad, se volvió y dijo en broma:

“¿Ves? No hay nadie detrás de mí.” El niño se volvió a su vez y me vio. “¿Ves? —dijo sin importarle que yo lo oyera—, detrás de mí está el diablo.” “Ya lo veo —dijo la niña—, pero no me refiero a ese.”

Franz Kafka, en La Muralla China
No. 1, Mayo 1964
Tomo I – Año I
Pág. 64

Franz Kafka
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 539

El pueblo más cercano

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Mi abuelo solía decir:

“La vida es asombrosamente corta, Ahora, al recordarla, se me aparece tan condensada, que por ejemplo casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más cercano, sin temer –y descontando por supuesto la mala suerte— que aún el lapso de una vida normal y feliz ni para empezar el viaje”.

Franz Kafka
No. 16, 1965
Tomo III – Año II
Pág. 283

El deseo de ser piel roja

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Si uno pudiera ser un piel roja, siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas, porque no hacen falta espuelas; hasta arrojar las riendas, porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.

Franz Kafka, en La condena
No. 02, Junio 1964
Tomo I – Año I
Pág. 22

Franz Kafka en “La condena”
No. 77, Junio 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 445

La partida

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Di orden de ir a buscar mi caballo al estado. El criado no me comprendió. Fui yo mismo al establo, ensillé el caballo y monté. A lo lejos oí el sonido de una trompeta, le pregunté lo que aquello significaba. Él no sabía nada, no había oído nada. En el portón me detuvo, para preguntarme:

“¿Hacia dónde cabalga el señor?” “No lo sé —respondí—. Sólo quiero irme de aquí, solamente irme de aquí. Partir siempre, salir de aquí”. “¿Conoces, pues, tu meta”, preguntó él. “Si —contesté yo—. Lo he dicho ya. Salir de aquí: esa es mi meta.”

Franz Kafka, en la Muralla China
No. 6, Octubre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 65

Franz Kafka en “La muralla china”
No. 77, Junio 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 430

Franz Kafka

 

Franz Kafka

Franz Kafka

(Praga, 1883 – Kierling, Austria, 1924)

Escritor checo en lengua alemana. Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos, Franz Kafka se formó en un ambiente cultural alemán, y se doctoró en derecho. Pronto empezó a interesarse por la mística y la religión judías, que ejercieron sobre él una notable influencia y favorecieron su adhesión al sionismo.

Su proyecto de emigrar a Palestina se vio frustrado en 1917 al padecer los primeros síntomas de tuberculosis, que sería la causante de su muerte. A pesar de la enfermedad, de la hostilidad manifiesta de su familia hacia su vocación literaria, de sus cinco tentativas matrimoniales frustradas y de su empleo de burócrata en una compañía de seguros de Praga, Franz Kafka se dedicó intensamente a la literatura.

Su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad expresa, pues ordenó a su íntimo amigo y consejero literario Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, constituye una de las cumbres de la literatura alemana y se cuenta entre las más influyentes e innovadoras del siglo XX.

En la línea de la Escuelade Praga, de la que es el miembro más destacado, la escritura de Kafka se caracteriza por una marcada vocación metafísica y una síntesis de absurdo, ironía y lucidez. Ese mundo de sueños, que describe paradójicamente con un realismo minucioso, ya se halla presente en su primera novela corta, Descripción de una lucha, que apareció parcialmente en la revista Hyperion, que dirigía Franz Blei.

En 1913, el editor Rowohlt accedió a publicar su primer libro, Meditaciones, que reunía extractos de su diario personal, pequeños fragmentos en prosa de una inquietud espiritual penetrante y un estilo profundamente innovador, a la vez lírico, dramático y melodioso. Sin embargo, el libro pasó desapercibido; los siguientes tampoco obtendrían ningún éxito, fuera de un círculo íntimo de amigos y admiradores incondicionales.

El estallido de la Primera GuerraMundial y el fracaso de un noviazgo en el que había depositado todas sus esperanzas señalaron el inicio de una etapa creativa prolífica. Entre 1913 y 1919 Franz Kafka escribió El proceso, La metamorfosis y La condena y publicó El chófer, que incorporaría más adelante a su novela América, En la colonia penitenciaria y el volumen de relatos Un médico rural.

En 1920 abandonó su empleo, ingresó en un sanatorio y, poco tiempo después, se estableció en una casa de campo en la que escribió El castillo; al año siguiente Kafka conoció a la escritora checa Milena Jesenska-Pollak, con la que mantuvo un breve romance y una abundante correspondencia, no publicada hasta 1952. El último año de su vida encontró en otra mujer, Dora Dymant, el gran amor que había anhelado siempre, y que le devolvió brevemente la esperanza.

La existencia atribulada y angustiosa de Kafka se refleja en el pesimismo irónico que impregna su obra, que describe, en un estilo que va desde lo fantástico de sus obras juveniles al realismo más estricto, trayectorias de las que no se consigue captar ni el principio ni el fin. Sus personajes, designados frecuentemente con una inicial (Joseph K o simplemente K), son zarandeados y amenazados por instancias ocultas. Así, el protagonista de El proceso no llegará a conocer el motivo de su condena a muerte, y el agrimensor de El castillo buscará en vano el rostro del aparato burocrático en el que pretende integrarse.

Los elementos fantásticos o absurdos, como la transformación en escarabajo del viajante de comercio Gregor Samsa en La metamorfosis, introducen en la realidad más cotidiana aquella distorsión que permite desvelar su propia y más profunda inconsistencia, un método que se ha llegado a considerar como una especial y literaria reducción al absurdo. Su originalidad irreductible y el inmenso valor literario de su obra le han valido a posteriori una posición privilegiada, casi mítica, en la literatura contemporánea.[1]