Paralisis

Cuando la parálisis avanzada lo había acostado en su lecho soñó con el demonio.

—Tomaré venganza con llamas de fuego eterno, viejo amargado y conformista: tu cuerpo de carne, tus huesos y tu sangre sufrirán tormento para siempre.

Satán siempre cumple sus promesas. Se lo había asegurado en la pesadilla. En aquel tiempo, con el cuerpo inmovilizado, el hosco y decrépito hombre solía soñar… él, que jamás creyó en los sueños ni en lo que no veían sus ojos, despertó en la noche asaltado de inquietud.

Viejas sombras se escurrieron con la luz de la bombilla.

Cuando sintió pasar sus últimos días, dispuso entre los postreros caprichos que su cadáver fuera llevado al horno crematorio. “A ver si son mis cenizas las que se condenan: ellas que ya no serán carne ni sangre de mi sangre”, solía decir con entrecortado tono de burla.

Una mañana murió, cuando el corazón —penúltimo órgano en detenerse—fue aquietado por el mal progresivo. Con la tristeza y el luto en el cuerpo de los familiares, el catafalco lo llevaba a la incineración.

El médico asintió (más bien, meneó la cabeza negándole vida): había fallecido, no le corría aliento ni sangre.

Pero el hombre vivía sobre su parálisis, absurdamente inmóvil; su cerebro frenético buscaba solución, pero ni la opacidad de sus ojos abiertos podía expresar la súplica angustiosa: “Que no lo fueran a matar, que estaba vivo”.

Llegó el momento de la cremación. Tenía la piel sensible… en el momento que sintió arder todo su cuerpo y un gran dolor lo hacía ovillo, el tiempo quedó prisionero de un segundo.

Entonces descubrió que la muerte era parálisis del tiempo.

Ramos Blancas
No. 63, Febrero-Marzo 1974
Tomo X – Año IX
Pág. 414

Absolución

A Barthélemy de Lesseps

Al tiempo: agresor de la libertad, cómplice de la muerte, enemigo jurado del amor. Al tiempo hijo de su pinche madre, decidí asesinarlo con un sueño bien afilado, que a la luz de la luna dejaba huir su plata en millones de brillantes fugaces.

Camino a su morada (yo cargaba en mi fardo, premeditación, alevosía y ventaja. ¿Quién sabe cuál sería el fallo de los jueces en la Historia? En realidad no me importaba la condena y el perdón…), como una astilla de las que refulgía mi daga, se me clavó entre los ojos una reflexión:

“En un segundo (célula, molécula: partícula) del tiempo, del odiado adversario, llegarían la libertad y el hombre nuevo”.

Entonces decidí absolverlo.

Ramos Blancas
No. 62, Diciembre 1973 – Enero 1974
Tomo X – Año X
Pág. 323