Efímera nostalgia

El día que él se casaba, ella optó por la indiferencia.

Abrió el refrigerador  y con la imaginación visitó la cabaña a la que solían escaparse juntos los fines de semana.

Sacó los ingredientes para prepararse una ensalada.

Bajó la escopeta de la repisa de la chimenea, la apoyó en el suelo frente a ella y utilizó el cañón como florero para su ramo de coliflor.

Mordió una coliflor y, al sentirla en su paladar, apretó el gatillo y se voló el recuerdo.

Alejandra Ulloa
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 44

Celos

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Hubo un tiempo en que los animales les hablaban. Las palomas mensajeras iban y venían llevando poemas de amor entre los hombres.

Un día un hombre celoso mató a una paloma, y la Magia, entristecida, enmudeció al resto de ellas para protegerlas.

Su despreocupada nieta, la Tecnología, ni se inmutó y con un dibujo y dos circuitos, engendró el fax.

Alejandra Ulloa
No. 133, Abril-diciembre 1996
Tomo XXVIII – Año XXXII
Pág. 59

Alejandra Ulloa

se-busca

Alejandra Ulloa

Escritora mexicana (Guadalajara, 1968). Egresada de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad del Valle de Atemajac y del diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores de la Sogem Guadalajara. Ha publicado artículos en el semanario Diez, de Guadalajara (1989) y en revistas especializadas. Obtuvo el segundo lugar en el concurso de guion para radionovela organizado por Pronasol en 1989. Ha publicado cuentos cortos en Transfiguraciones (edición colectiva), de Luciérnaga Editores (1995), y en las revistas El Cuento (1996-1997) y Periplo (1988), en cuyo Consejo de Redacción participó en 1997 y 1998[1].

En 2005 fundó y formó parte del consejo de redacción de la revista electrónica Cuarto Amarillo.

 

[1]http://www.letralia.com/firmas/ulloaalejandra.htm

Ausencia

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Lo peor de la epilepsia no eran los ataques, ni el vago recuerdo de su cuerpo moviéndose de manera convulsiva en contra de su voluntad, ni siquiera los golpes que sentía al recuperar la conciencia.

Lo peor eran las ausencias.

Intentaba asimilar la pérdida de la noción del tiempo, pero al final se reconocía desconectado de la realidad.

Como ahora, al volver en sí, encontraba sólo en su memoria su llegada a la fiesta, la primera convulsión y el reflejo intermitente de aquel arete que lo encandilaba a cada compás del vals.

El mismo arete que sus entumecidos dedos soltaran hacía apenas unos instantes y que ahora yacía sin brillo a sus pies, aún en la oreja de la que había sido su dueña…

Alejandra Ulloa
No. 133, Abril-diciembre 1996
Tomo XXVIII – Año XXXII
Pág. 21