Sueño del fraile

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Transitaba por un corredor y al cruzar una puerta volvía a transitar el mismo corredor con algunos breves detalles que lo hacían distinto. Pensaba que el corredor anterior lo había soñado y que éste sí era real. Volvía a trasponer una puerta y entraba a otro corredor con nuevos detalles que lo distinguían del anterior y entonces pensaba que aquel también era soñado y éste era real. Así sucesivamente cruzaba nuevas puertas que lo llevaban a corredores, cada uno de los cuales era para él, en el momento de transitarlo, el único existente. Ascendió brevemente a la vigilia y pensó: “También ésta puede ser una forma de rezar el rosario”.

Álvaro Mutis
No. 107-108, Julio – Diciembre 1988
Tomo XVII – Año XXIV
Pág. 197

Máximas de Don Graci

El silencio es como el dolor, propicia la meditación, mueve al orden y prlonga los deseos.

Defeca con ternura, ese tiempo no cuenta y al sumarlo edificas la eternidad.

Mirar es un pecado de tres caras, como los espejos de las rameras. En una aparece la verdad, en otra la duda y en la tercera la certidumbre de haber errado.

Alza tu voz en el blando silencio de la noche, cuando todo ha callado en espera del alba; alza, entonces, tu voz y gime la miseria del mundo y sus criaturas. Pero de nadie sepa de tu llanto, ni descifre el sentido de tus lamentos.

Una hoja es el vicio, dos hojas son un árbol, todas las hojas son, apenas, una mujer.

No midas tus palabras, mide más bien la húmeda piel de tu intestino. No midas tus actos, mide más bien la orina del conejo.

Apártate, deja que los incendios consuman delicadamente las obras de los hombres. Apártate con el agua. Apártate con el vino. Apártate con el hambre de los cóndores.

Si entras en esta casa no salgas. Si sales de esta casa no vuelvas. Si pasas por esta casa no pienses. Si moras en esta casa no plantes plegarias.

Todo deseo es la suma de los vacíos por donde se nos escapa el alma hacia los grandes espacios exteriores. Consúmete en ti mismo.

 

Álvaro Mutis
No. 113, Enero-Marzo 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 39

Álvaro Mutis

 Poeta y narrador colombiano. Nació en Bogotá aunque pasó parte de su infancia en Bélgica y desde la década de 1960 reside en México. Empieza muy joven a colaborar en revistas literarias y publica su primer libro de poemas, La balanza, en 1947, en colaboración con Carlos Patiño. Los elementos del desastre (1953) es un poemario donde aparece por primera vez su emblemático personaje Maqroll el gaviero, uno de los grandes hitos de la literatura en lengua española de este siglo. Hacia 1960 inicia un viraje hacia la prosa, con Diario de Lecumberri, escrito en la cárcel mexicana del mismo nombre. En 1973 publica la novela La mansión de Araucaíma y recoge sus poemas desde 1948 a 1970 en Summa de Maqroll el gaviero. En 1983, se le concede el Premio Nacional de la Literatura de Colombia. Entre sus otras obras en prosa merecen destacarse La nieve del almirante (1986), que recibió en Francia el premio a la mejor novela extranjera, Ilona llega con la lluvia (1988), Un bel morir (1989), La última escala del Trump Steamer (1990), Amircar (1990) y Abdul Bashur, soñador de navío (1991). Tanto en poesía como en narrativa, Mutis utiliza un lenguaje discursivo, lleno de imágenes y sugerencias del más allá, con Maqroll como testigo de tragedias de muerte y degeneración

El guardián

Había sido antaño soldado de fortuna, mercenario a sueldo de gobiernos y gentes harto dudosas. Frecuentador de bares en donde se enrolaban voluntarios de guerras coloniales, hombres de armas que sometían a pueblos jóvenes e incultos que creían luchar por su libertad y sólo conseguían una ligera fluctuación en las bulliciosas salas dela Bolsa.Lefaltaba un brazo y hablaba correctamente cinco idiomas, Olía a esas plantas dulceamargas de la selva que, cuando se cortan, esparcen un aroma de herida vegetal.

Al llegar no habló con nadie. Fue a refugiarse en un cuarto de los patios interiores. Allí descargó ruidosamente su mochila de soldado, ordenó sus pertenencias, según un orden muy personal, alrededor de un saco de dormir, prendió su pipa y se puso a fumar en silencio. Pasados algunos días alguien le descubrió, mientras se bañaba en el río, un tatuaje debajo de la axila derecha con un número y un sexo de mujer cuidadosamente dibujado. Todos le temían con excepción del dueño, a quien le era indiferente, y del fraile, que sentía por él cierta adusta simpatía. Sus maneras eran bruscas, exactas, medidas y en cierta forma un tanto caballerescas y pasadas de moda.

Desde cuando llegó le fueron confiadas ciertas tareas que suponían una labor de control sobre las entradas y salidas de los demás habitantes de la mansión. Todas las llaves de cuartos, cuadras e instalaciones de beneficio estaban a su cuidado. A él había que acudir cada vez que se necesitaba una herramienta o había que sacar los frutos a vender. Nunca se supo que negara a nadie lo que solicitaba, pero nadie tomaba algo sin comunicárselo a él, ni siquiera al dueño. De su brazo ausente, de cierta manera rígida de volver a mirar cuando se la hablaba y del timbre de su voz emanaban una autoridad y una fuerza indiscutibles.

En el desenlace de los acontecimientos se mantuvo al margen y nadie supo si participó en alguna forma en los preliminares de la tragedia. Se llamaba Paul y él mismo solía lavar la ropa a la orilla del río con un aire de resignación y una habilidad adquirida con la costumbre, que hubieran enternecido a cualquier mujer. Sus largos ratos de ocio los pasaba tocando en la armónica aires militares. Era incómodo verlo con una sola mano y ayudándose con el muñón arrancar aires marciales al precario instrumento.

Álvaro Mutis
 No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 591