Vathek Harún Benalmotásim Vatiq Bilá, noveno califa abbasida, erige una torre babilónica para descifrar los planetas. Estos le aseguran una sucesión de prodigios, cuyo instrumento será un hombre sin par, que vendrá de una tierra desconocida. Un mercader llega a la capital del imperio; su cara es tan atroz que los guardias que lo conducen ante el califa avanzan con los ojos cerrados. El mercader vende una cimitarra al califa; luego desaparece. Grabados en la hoja hay misteriosos caracteres cambiantes que burlan la curiosidad de Vathek. Un hombre que luego desaparece también, los descifra: un día significan: “Soy la menor maravilla de una región donde todo es maravilloso y digno del mayor príncipe de la tierra” Otro: “Ay de quien temerariamente aspira a saber lo que debería ignorar.” El califa se entrega a las artes mágicas: la voz del mercader, en la oscuridad, le propone abjurar de la fe musulmana y adorar los poderes de las tinieblas. Si lo hace, le será franqueado al Alcázar del Fuego Subterráneo. Bajo sus bóvedas podrá contemplar los tesoros que los astros prometieron, los talismanes que sojuzgan el mundo, las diademas de los sultanes preadmitas y de Suleiman Bendáud. El ávido califa se rinde; el mercader le exige cuarenta sacrificios humanos. Transcurren muchos años sangrientos: Vathek baja hasta el fondo del mundo. Una silenciosa y pálida muchedumbre de personas que no se miran, erra por las soberbias galerías de un palacio infinito. No le ha mentido el mercader: el Alcázar del Fuego Subterráneo abunda en esplendores y en talismanes, pero también es el infierno.
William Beckford, según Jorge Luis Borges
No. 13, Junio 1965
Tomo III – Año II
Pág. 452