Anclado a la mecedora de las tardevelas, miro más allá de los cañaverales al reloj, desde la ventana de verdeplanta. Adormecido por la Amnesia Tropical he intentado leer la tarde; pero es un acto doloroso porque las acuosolabras se escapaban entre los dedos y no puedo guardarlas en una red de pescadores. También es doloroso el parto de escribir, como lo es igualmente el tener recuerdos que se clavan, afilados hasta la empuñadura. Pero me he empeñado en leer el crepúsculo mientras la quilla de una nave marinera va arando el mar labrantío cual hortaliza de algas y de océano; aunque el cerebro me reviente en luces de arrullococos como en ese tiempo cuando oí, insistentemente en mi cabeza, el gritofuria de la naturaleza que convirtió el horizonte en una ola-lontananza, enorme como el monstruo de Loch Ness. Y aprendí entonces que dejando deslizarse las ideas, podía sentir una nueva forma de abecedario naciendo de las olas y las hojas largas y pulidas de los árboles de plátano en los platanales. La furiagrande de la naturaleza soplaba un insistente nombre que no entendí, hasta que alguien viviendo del palidoópalo del río me dijo que era inglés: “Candie Banana Chewing Gum Corporation”. Era un parásito chupasangre como los mosquitos. Aunque puedo decir en su descargo que la hermosa rubiateñida que trajo consigo tenía unos jugosos pezones sonrosados, como flores comestibles. Y sus labios eran ciruela-rábanos que lo mismo entonaban monísimo “darling” que escupían picantes cebollas en el Preludio en Do Mayor de un par de senos en la sinfonía de los pepinos. Bueno, esa es la historia de la güerita, pero la naturaleza no sólo habla ironías en su demencia vegetal, arma también de arsenales mortíferos cada agujero y cada púa que los hombres le embuten en escarnio a la orgullosa tierra de caparazones orugando. Lo saben los autóctonos que cosechan siembras mientras la rasquen con cariño y no le quieran hacer permanente tintepelo. Pero la CBCGC (Candie Banana etcétera) machacó los pinorobles en tabletas tablas, para hacer tabletas refrescantes del aliento con chicle natural combinado con plastiquímicos imitativos, lo mismo del azúcar que de la savia de la sabia naturaleza fotosintética que no requiere de sintéticos. Más leer la tarde me pone triste y ansioso por terminar la lectura, antes de que el “close up” nativo del ocaso me deje a oscuras recordando ensueños. Y he aquí el texto descifrado: el crepúsculo escribió “muerte” con faltante ortografía y escupió con toneladas de agua la Banana Corporation.
J. C. Petrak
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 266