La lección

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Pan amaba a Eco, su vecina: Eco ardía por un sátiro saltarín, y el sátiro, y el sátiro se perecía por Lida. Tanto como Eco amaba al sátiro, el sátiro amaba a Lisa y Lisa a Pan. Así los inflamables Eros. Tanto como cada uno de ellos amaba a quien le odiaba, cada uno de ellos odiaba a quien le amaba. Y enseñaré esto a los que son extraños a Eros: “Amad a quienes aman, con el fin de ser amados por ellos”.

Mosco
No. 16, 1965
Tomo III – Año II
Pág. 312

Eros fugitivo

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Ese niño está marcado con señales numerosas, y le reconocerías entre veinte más. No es blanco de cuerpo, sino semejante al fuego; sus ojos son agudos y llameantes; su espíritu es astuto pero sus palabras son dulces. No piensa en lo que dice, y su voz es como miel; pero, cuando se irrita, su espíritu es cruel y está lleno de fraudes. No dice nada de verdad el niño astuto, y juega cruelmente. Su cabeza está cubierta de hermosos cabellos, pero tiene el rostro impúdico; sus manos son pequeñas, pero lanzan flechas muy lejos, hasta el Akerón y el rey Edes. Está todo desnudo, pero su espíritu está escondido. Vuela como una pájaro hacia los unos y hacia los otros, hacia los hombres y mujeres, y se asienta en sus corazones. Tiene un arco muy pequeño, y en el arco una flecha: esta flecha es pequeña, pero penetra hasta el Urano. Lleva a los hombros un carcaj de oro, en el que hay flechas amargas, con las cuales a menudo también me hiere a mí. Todo lo que tiene es terrible, pero más que todo, su pequeña antorcha, que quema al propio Halios.
“Si le coges, tráemele tras atarle, y no sientas ninguna lástima; si lo ves llorando, cuida de que no te engañe; si se ríe, átale bien, y si quisiera besarte, huye. Su beso es malo y sus labios son de veneno. Si dice: “Toma esto, te doy mis armas”, no toques a ellas; son dones perdidos, y todo eso está saturado de fuego”.

Mosco
No. 16, 1965
Tomo III – Año II
Pág. 277

Indeciso

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Cuando sopla el viento dulcemente sobre el mar glauco, mi espíritu tímido me tienta: la tierra no me atrae; pero cuando el blanco mar retumba, cuando la onda marina se encorva espumeante, cuando se agitan las olas sin número, vuelvo los ojos hacia la tierra y los árboles, y rehuyó el mar; la tierra me parece más segura, y me place la espesa selva donde el soplo del viento hace cantar a los pinos. En verdad que el pescador lleva una vida dura; una nave es su casa, su trabajo está en el mar, y los peces son presa engañosa. Yo disfruto del dulce sueño bajo el plátano frondoso, y me gusta escuchar el cercano murmullo del manantial que, sin asustar mi oído, lo alegra con su humor.

Mosco
No. 14, 1965
Tomo III – Año II
Pág. 91