Ese niño está marcado con señales numerosas, y le reconocerías entre veinte más. No es blanco de cuerpo, sino semejante al fuego; sus ojos son agudos y llameantes; su espíritu es astuto pero sus palabras son dulces. No piensa en lo que dice, y su voz es como miel; pero, cuando se irrita, su espíritu es cruel y está lleno de fraudes. No dice nada de verdad el niño astuto, y juega cruelmente. Su cabeza está cubierta de hermosos cabellos, pero tiene el rostro impúdico; sus manos son pequeñas, pero lanzan flechas muy lejos, hasta el Akerón y el rey Edes. Está todo desnudo, pero su espíritu está escondido. Vuela como una pájaro hacia los unos y hacia los otros, hacia los hombres y mujeres, y se asienta en sus corazones. Tiene un arco muy pequeño, y en el arco una flecha: esta flecha es pequeña, pero penetra hasta el Urano. Lleva a los hombros un carcaj de oro, en el que hay flechas amargas, con las cuales a menudo también me hiere a mí. Todo lo que tiene es terrible, pero más que todo, su pequeña antorcha, que quema al propio Halios.
“Si le coges, tráemele tras atarle, y no sientas ninguna lástima; si lo ves llorando, cuida de que no te engañe; si se ríe, átale bien, y si quisiera besarte, huye. Su beso es malo y sus labios son de veneno. Si dice: “Toma esto, te doy mis armas”, no toques a ellas; son dones perdidos, y todo eso está saturado de fuego”.
Mosco
No. 16, 1965
Tomo III – Año II
Pág. 277