Tres siglos antes de la era cristiana, Asoca, emperador de la India, ordenó a sus arquitectos y albañiles, la erección de un infierno terrenal, rico en montañas de cuchillos y piletas de aceite hirviendo. Un monje budista, que recorría la comarca, fue el penúltimo de los huéspedes; los alguaciles lo arrojaron a una de las terribles piletas, cuyo aceite, al contacto del cuerpo venerable, se convirtió en agua tibia, florecida de lotos. Asoca no desoyó esta advertencia y ordenó la demolición del recinto, no sin antes agotar las torturas en la persona del administrador. El peregrino budista Sung Yun ha referido el caso.
P. Zaleski
No. 22, Abril 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 305