Era una niña que acostumbraba tirarse las orejas, y de tanto y tanto que lo hacía se le volvieron largas.
Una vez en su pueblo sopló un viento heladísimo. La niña sintió frío y le dijo a su papá:
—Papá, vamos al mercado para que me compres un gorrito, tengo mucho frío.
La niña era hija consentida, y pronto la llevó su papá a una tienda de ropa.
Cuando llegaron al mostrador un dependiente les preguntó:
—¿Se les ofrece algo?
—Sí, señor —contestó el papá—, queremos que nos enseñe unos gorritos de lana.
El empleado vio detenidamente a los compradores y alzando los hombros repuso:
—Lo siento mucho, aquí no vendemos gorritos para conejos.
Desde entonces la niña no ha vuelto a estirarse las orejas.
Manuel Reyes Ramos
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 112