Alfonso Castelao

Alfonso Castelao

Alfonso Castelao

(Rianxo, 1886 – Buenos Aires, 1950)

 Político, escritor y pintor español, considerado el máximo representante del nacionalismo gallego de signo progresista. Estudió y se licenció en Medicina en Santiago; colaboró en la creación del semanario El Barbero Municipal entre 1909-14, atacando el caciquismo. Fue miembro del cuerpo técnico del Instituto Geográfico y Estadístico, y profesor auxiliar de dibujo en el instituto de Pontevedra.

Se unió al movimiento Acción gallega en 1912, cuyo objetivo era despertar la conciencia de clase del campesinado gallego. Se dedicó a la pintura y consiguió en 1916 la segunda medalla en la Exposición Nacional de Madrid con el óleo Os cegos. Un momento básico para la evolución de su ideario fue la incorporación a las Irmandades da Fala, en 1916. A partir de esa fecha, va madurando el pensamiento de Castelao hasta desembocar de forma abierta en el nacionalismo.

Desde 1926 fue miembro de la Academia gallega. En las Cortes Constituyentes de la República fue nombrado diputado y participó en la elaboración del proyecto del estatuto gallego. En 1926 publicó Cousas, su primer libro, compuesto de relatos breves; y luego, Os dous de sempre y Retrincos, ambas de 1934. El ensayo Siempre en Galicia, 1944, refleja claramente su ideario político-social.

La obra literaria de Rodríguez Castelao, escrita casi íntegra en lengua gallega, excepto discursos y artículos, como la colaboración en El liberal de Madrid, está en función de la realidad sociocultural gallega y de una función pedagógica de denuncia, para cuyo fin utiliza el humorismo sarcástico o esperpéntico. Expresó fielmente su voluntad de denuncia de las injusticias. Como dramaturgo merece la pena citar la obra Os vellos no deben namorarse, 1941.

Sus dibujos y pinturas atestiguan la misma posición de realismo crítico que encontramos en sus escritos, marcados como están unos y otros por el humor y la ironía, al tiempo que por la tristeza y la melancolía o morriña. En 1917, abandonó definitivamente la pintura de gran formato con A tentación de Colombina para entregarse al dibujo y la obra gráfica; de hecho, gran parte de su labor de dibujante está esparcida en distintas publicaciones periódicas en las que colaboró o llegó a formar series en torno a determinados temas (Galicia mártir).

En su obra influyeron notablemente la fotografía, los dibujos satíricos de la prensa europea y, en opinión de los críticos más familiarizados con su técnica, la estampa japonesa. Por tener en la prensa el medio natural para su obra gráfica, desde 1922 trabajó en el Diario de Galicia. En sus dibujos, con frecuencia aparecen los principales representantes del paisaje de Galicia, como ese hórreo que más tarde sería aceptado como anagrama por la editorial Nós[1].

Os voy a contar un cuento triste

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A poco de casarse, Doña Micaela comenzó a hacer camisitas; pero su ilusión se derrumbó súbitamente y, con lágrimas en los ojos, metió en un frasco de aguardiente el fruto abortado de sus amores.

Doña Micaela escribió en un papelito: “Adolfo, 12 de mayo de 1887”. Pegó el papelito en un frasco, y después de besarlo tristemente lo guardó en el armario de las sábanas de lino.

No os riais, porque el cuento es triste.

Aún no habían pasado cuatro meses y Doña Micaela comenzó a trabajar nuevamente en las camisitas. La buena señora se complacía cavilando en el heredero que ya estaba en camino hacia el mundo, y por segunda vez Doña Micaela vio marchitas sus ilusiones de madre, y con honda tristeza metió en aguardiente el nuevo fruto de sus amores.

Doña Micaela escribió: “Rosa, 7 de enero de 1888”. Pegó el papelito en el frasco y muy amargada lo guardó en el armario de las sábanas de lino.

No os riais, porque el cuento es triste.

La buena señora se dio cuenta de que no alumbraría jamás un hijo verdadero, y con sus grandes ansias maternales dedicó la vida entera al cuidado mimoso de los frascos de aguardiente. ¡Triste vida!

No, no riais, porque el caso es triste.

Cada vez que una fallida ilusión cumplía años, Doña Micaela le cambiaba el aguardiente. Todos los días besaba los frascos y arreglaba lacitos de seda que ceñían los cuellos de los frascos de “Rosa” y de “Alicia”(sic).

La buena señora llegó a vieja y tenía criadas de tanta confianza que andaban con las llaves de los armarios y gobernaban la casa.

Un día llegó ante Doña Micaela una de las criadas. Venía tan cortada que no podía hablar; pero la pobre mujer se arrojó al suelo y poco a poco fue confesando entre sollozos:

—¡Perdón, mi ama! ¡Ay, qué desgracia, señora! El señorito Adolfo se me cayó de las manos y se rompió…

Y en ese instante Doña Micaela se desvaneció para siempre.

Alfonso Castelao
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 15