Esa es la misma historia que oí a mi bisabuela: “Los duendes rondan la casa, los duendes se van acercando y de pronto los duendes ya han hecho una habitación suya bajo el piso de la sala. Tú no los notas, los duendes se empiezan a esconder, saben bien cuáles son sus propósitos y no quieren ser descubiertos; las cosas se pierden como por arte de magia, todo lo tienen los duendes: el dedal, el cortaplumas, los pisapapeles, las perlas y la mermelada de fresa. Es un trabajo que nunca podría ser de ratones. Tú dudas de la existencia de los duendes y los dejas que destrocen la casa. Y todo iba muy bien, hasta que de pronto tu hijita que ya tiene cuerpo de mujer, pero su mente es aún de niña, se ha puesto a jugar con los duendes. Su infancia le impide traicionarlos y descubrirlos: hasta que de pronto el vientre empieza a ensanchársele y notas hasta entonces que en su útero menarca está gestándose la fantasía”.
Jorge Cubría
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 372