Clarisse

En la noche después del trabajo, en un cuarto lleno de instrumentos de música, Clarisse se sienta delante del minitel y marca: —Nom: Lis— espera… pronto en la pantalla gris aparecen nombres: Jean, Didier, Docteur, maçon… responde, él escribe con errores ortográficos. Pasa al siguiente. Suena el teléfono. Clarisse tiene hambre. Abre el refrigerador, está lleno de yogures, de queso, de Haut-medocs, Bordeaux ¡Ah!… el eterno comer… la lucha de lo cotidiano. Y hoy en el trabajo rellenar formularios, y esta mañana ir a la psicoterapeuta ¿Cómo se siente Ud. hoy? ¿Sus hijos? ¿Su amante? Una mujer que vive en el norte y trabaja en el Sur, una mujer que sueña con no hacer nada. Estar tendida en una cama, y tener un esclavo negro abanicándola con plumas de pavo real. Y sería lo ideal… y el amante vendría después del trabajo y ella, hermosa, tendida como una odalisca en sábanas de seda, llena de cojines de plumas de oca, y ella graciosa de manos suaves y bellas joyas, y ella de pelo de oro y labios húmedos, con una luz hecha de vapor. Suena el timbre. Es la vecina. Sale al balcón rectangular, lleno de rosas, el conejo no está. Suicidio. Entra en su cuarto, el piso lleno de cagarrutas. Su pintura de labios en el suelo, y la foto del amante debajo del zapato.

Raquel Aponte
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 100