Píndaro

Píndaro

(Cinoscéfalos, actual Grecia, 518 a.C.-Argos?, id., 438 a.C.)

Poeta lírico griego. De su extensa producción se han conservado 45 odas triunfales o epinicios, divididos en cuatro libros (Olímpicas, Píticas, Nemeas e Ístmicas), que constituyen una de las mejores muestras de lírica coral griega. Fue uno de los poetas griegos más famosos, como lo demuestra el interés que ya en la Antigüedad tardía despertó su figura, siendo objeto de seis de las Vidas que escribió Plutarco, en las que los datos creíbles se mezclan con significativas leyendas, como la que cuenta que, siendo niño, las abejas bañaban sus labios en miel mientras soñaba.

Parece seguro que pertenecía a una familia de la aristocracia tebana y que se educó en Atenas, donde se formó musicalmente, en un momento en que estaba surgiendo el lirismo coral y el ditirámbico. Sus modelos literarios fueron sobre todo Homero y Hesíodo, aunque en su poesía influyeron también poetas locales, como las poetisas Myrtis y Corinna. Fiel a sus orígenes aristocráticos, se mantuvo al lado de Tebas durante las Guerras Médicas, y su estrecha relación con Egina, líder tebano conservador a quien dedicó once odas, lo mantuvo al margen de la incipiente formación de la democracia ateniense.

Se consagró definitivamente como poeta panhelénico tras una estancia en Sicilia durante la soberanía de Hierón de Siracusa y Terón de Agrigento, en un momento de gran prosperidad que inspiró a Píndaro sus odas más sublimes, dedicadas a cantar las victorias de los juegos panhelénicos.

Su estilo grave y solemne, de largas frases que violentan la sintaxis y en las que predominan los sustantivos, con un léxico grandilocuente heredado de la tradición épica, fue admirado por sus coetáneos, por lo que se convirtió a partir de entonces en modelo preceptivo del lirismo coral, a la vez que favoreció el paso al drama. En la modernidad, su obra despertó el interés de los autores románticos, seducidos por la sublimidad de sus versos y los indólito de sus imágenes[1].

 

Osiris


El almaz, antes de entrar en los Elíseos, es presentada ante el sagrado tribunal de Osiris, juez supremo y soberano del infierno, el cual según la conducta, fija el destino. Después de haber sido juzgada por el rey y las sombras, entra esta alma en el lugar de los dolores para purificarse, y según la gravedad de sus faltas se determina la duración de sus penas. Las almas más virtuosas recorren en nueve años, el círculo entero de las expiaciones, y vuelven a subir al Olimpo; pero hay algunas que no se purifican sino después de tres mil años. La serie de las penas con que se castiga al culpado no principia sino después de la disolución del cuerpo; las emigraciones de las almas. Dice Hermes, son numerosas y no todas igualmente felices; las que estaban convertidas en reptiles, pasan a los animales acuáticos; las de los animales acuáticos a los terrestres, y de éstas a los cuerpos humanos. El alma que estando en el cuerpo de un hombre, continúa malvada, vuelve a animar a los reptiles y jamás adquirirá la inmortalidad.

Píndaro y Creuzer
No. 29, Abril 1968
Tomo V – Año IV
Pág. 409