De libros y lectores

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Los lectores se pueden clasificar, grosso modo, en los que leen críticas para no tener que ver las obras, los que leen la crítica y creen que ya vieron la obra, los que citan críticas para hacer creer que conocen las obras, los que creen que todas las opiniones que no coinciden con la suya están equivocadas, y, por último, los que no leen críticas, saben que no saben nada, y creen que eso es una virtud.

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Yo creo que si de lo que se trata es de fomentar la lectura, es mucho más efectivo que los maestros prohíban la lectura de libros nuevos y los hagan circular subrepticiamente, para que los alumnos los lean debajo de las papeleras durante la clase de matemáticas.

Jorge Ibargüengoitia
No. 133, Abril-diciembre 1996
Tomo XXVIII – Año XXXII
Pág. 130

Concupiscencia

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¡Oh, dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparcimiento de los intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gracias, Señor, por habernos concedido el uso de los artefactos, que hacen más que palatable la estancia en este Valle de Lágrimas en que nos has colocado!

Jorge Ibrgüengoitia
No. 25, Agosto 1967
Tomo IV – Año IV
Pág. 676

Jorge Ibargüengoitia

Jorge Ibargüengoitia

Jorge Ibargüengoitia Antillón

(Guanajuato, Guanajuato, México, 22 de enero de 1928 – Mejorada del Campo, Comunidad de Madrid, 27 de noviembre de 1983)

 

Jorge Ibargüengoitia fue ante todo un literato con alto sentido crítico. El humor de sus cuentos, sus novelas, sus obras teatrales y sus artículos periodísticos es de un sarcasmo fino y salvaje.

La manera como utilizaba su ágil prosa para diseccionar y destazar, para ridiculizar y poner en evidencia a sus personajes —muchos de ellos personajes del poder político y económico, ya fuese a nivel nacional o en el microcosmos de la provincia mexicana— era su fórmula para dinamitar la historia y la realidad oficiales, para hacer trizas el mito de las instituciones y del desarrollo estabilizador, en una época en la cual el PRI era el partido hegemónico en México.

Su madre enviudó poco tiempo después de casada y el pequeño Jorge creció entre mujeres —su mamá, sus tías— cuyos deseos fueron que se hiciera ingeniero. Entró a la Facultad de Ingeniería de la UNAM, pero la dejó faltándole dos años para terminar la carrera. A este respecto escribió: «Crecí entre mujeres que me adoraban. Querían que fuera ingeniero: ellas habían tenido dinero, lo habían perdido y esperaban que yo lo recuperara. […] Faltándome dos años para terminar la carrera, decidí abandonarla para dedicarme a escribir. Las mujeres que había en la casa pasaron quince años lamentando esta decisión […] Más tarde se acostumbraron».1 Se inscribió entonces en Filosofía y Letras porque quería ser dramaturgo y tomó la clase de Teoría y Composición Dramática que daba Rodolfo Usigli. Al recibirse se hizo docente y ocupó el cargo de Usigli, a quien nombraron embajador.

En 1962, publicó la obra El atentado, con la cual ganó el Premio Casa de las Américas, y a partir de allí, paradójicamente, decidió hacerse novelista. Los relámpagos de agosto (1964) fue su primera novela y la que lo llevó a comprender que había elegido su camino. Se trata de una farsa feroz acerca de la última fase de la Revolución mexicana y de la conformación de la clase político-militar mexicana. En Los relámpagos de agosto se observa ya el Jorge Ibargüengoitia gran satírico. También escribió cuentos, lo cual derivaría en su aclamado libro La ley de Herodes de 1967.

Vendrían en adelante otras obras importantes: las novelas Maten al león (1969), Estas ruinas que ves (1975), Las muertas (1977), Dos crímenes (1979) y Los pasos de López (1982) —las últimas cuatro forman parte de lo que podríamos llamar las novelas del «Plan de Abajo», por desarrollarse, aunque en diferentes épocas, dentro de la geografía de esa ficticia entidad federativa tan parecida a Guanajuato— y los volúmenes recopilatorios de sus artículos publicados básicamente en Excélsior y Vuelta. De entre estos destacan Viajes a la América ignota (1972), Sálvese quien pueda (1975), Autopsias rápidas (1988) e Instrucciones para vivir en México (1990).

A Ibargüengoitia no le gustaba que lo consideraran un simple humorista ya que se trataba de un escritor serio y riguroso, ordenado y meticuloso. Su personalidad también fue seria, aunque con sus amistades más íntimas se relajaba.

El escritor decidió irse a vivir a París junto con su esposa, la pintora inglesa Joy Laville — quien ilustró las portadas de todos los libros que publicó en la editorial Joaquín Mortiz— y en la capital francesa se dedicó a trabajar de manera muy intensa en la que sería su séptima novela, situada según se sabe en la época de Maximiliano I y Carlota de México. Por eso, cuando le llegó la invitación para un encuentro de escritores en Bogotá, se mostró reacio a asistir. A último momento decidió hacerlo y abordó el Vuelo 11 de Avianca, en un Boeing 747 que se estrelló cerca del Aeropuerto de Madrid-Barajas, el 27 de noviembre de 1983. Llevaba consigo el borrador de una novela en preparación, el cual se consumió con él. En el mismo vuelo viajaban el poeta y novelista peruano Manuel Scorza, el matrimonio formado por el crítico literario uruguayo Ángel Rama y la crítica de arte argentino-colombiana Marta Traba y la pianista catalana Rosa Sabater.

Sus restos descansan en el parque Antillón, en Guanajuato, bajo una placa de cerámica tipo talavera que reza: «Aquí yace Jorge Ibargüengoitia, en el parque de su bisabuelo, que luchó contra los franceses.»

El Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato otorga anualmente el Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia.

En 2000 se abrió al público, tras tres años de gestiones ciudadanas, la primera biblioteca pública (de la Red Nacional que coordina el Conaculta) con el nombre de Jorge Ibargüengoitia, en San Bartolomé, Guanajuato[1].