—Sí, sí, es molesto e incómodo, pensaba Dimiris Lauda cuando salía de su auto con blindaje, con dos guardaespaldas, y con un chofer, también armado, que acudía a revisar los pasillos del lujoso jardín, y a abrir la puerta de servicio.
Sin embargo, todo esto valía la pena. Durante ocho años había sabido burlar a secuestradores y asesinos, mediante trucos como el cambiar de automóvil o el disfrazarse como el propio chofer, que entonces tomaba su lugar en la parte trasera del Rolls-Royce, o del Mercury, o de alguna de las tantas obras maestras de la industria automotriz que poseía.
Por fin en casa… aquí sentía que estaba suficientemente seguro, aunque seguía tomando sus precauciones: todos sus sirvientes eran agentes secretos; había además, un sistema de alarma con celdas fotoeléctricas, distribuidas, por docenas, en todos los muros de la residencia.
—Antes de dormirme, veré un rato televisión, se dijo esa noche. Apretó el botón indicado en el aparato de control remoto y se arrellanó cómodamente en su sillón favorito. En el canal siete se presentaba un noticiero que trataba la desnutrición en la india; en el nueve, un documental del mar.
Por fin, en el canal doce, encontró algo que le gustó: una película de policías y ladrones de los años cuarenta.
Las escenas ya no eran muy claras y se oía un ligero ruido producido por la antigüedad de la cinta.
El asalto al banco, la llegaba de brigadas de policía, humo que salía de las bombas de gas lacrimógeno. Se veía tan real… parecía que la misma habitación se llenaba de humo; incluso sintió una ligera irritación en los ojos y una lágrima resbaló por su mejilla. Y después, una ametralladora… —¡Qué buena toma! —pensó el multimillonario— ¡Casi se ven las balas saliendo por el televisor!
Así, con los ojos abiertos y una mirada divertida, se encontró el cadáver del señor Dimiris Lauda, con un charco de sangre empapando su sillón favorito y con algunos orificios en el pulmón y en el hígado.
Guadalupe Vadillo
No. 82, Julio-Agosto 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 215