El ibis dormido es funámbulo sedentario, palafito, sueño clavado en un alfiler; el estallido de las alas, cuello, ojos y ambiciones carroñeras siempre es inminente. Es un ser creado por deseos portentosos. Pieza de coleccionista, mas antiguo que las ruinas donde posa el almohadón en que consiste, permanecerá inmutable más que la piedra susceptible al modelado —por decirlo así— de aire, agua, albañiles y ociosos. Flor de pluma, venerado y execrado, pájaro divino, entre tantas maravillas nada iguala la arquitectura del hueso metatarsiano de su pie ni la sociedad secreta que infaliblemente conspira en su rodilla. Sin ellos no sería ni asombro ni dios, lloraríamos su majestad como a la ciudad saqueada, y yo no habría escrito el discurso que aquí llega a su término.
Hugo Hiriart
No. 87, 1981
Tomo XIII – Año XVII
Pág. 715