Hallazgo nocturno


Entro a mi habitación que está, como de costumbre, oscura y fría. Me desvisto en las tinieblas y recorro el conocido camino hasta mi cama que, lógicamente, debía estar vacía, pero con extrañeza descubro que hay alguien en ella.

La primera sensación es, por supuesto, de sorpresa; me repongo al instante y, procurando no despertar al durmiente, hago girar el interruptor de la luz, iluminando perversamente todo el cuarto.

Veo entonces que soy yo la que está acostada en la cama, pero tengo demasiado sueño para sorprenderme de este descubrimiento. Trato de despertar a la que duerme, de echarla a un lado, de hacerla comprender que estoy cansada, que necesito dormir, pero todo es inútil. Hastiada de esfuerzos estériles, me resigno a aceptar esta presencia, en cierta forma extraña, y me acuesto dulcemente a su lado.

Ángela Martínez
No. 35, Abril 1969
Tomo VI – Año IV
Pág. 261