Allá un pueblo subterráneo de pensamientos consentidos, deseos, actos ocultos, vergüenzas solitarias, conversaciones y palabras, fue tendiendo sus redes invisibles; sin los colores del deleite, porque luego debíase “ver con la vista de la imaginación los grandes fuegos, y las ánimas como en cuerpos ígneos; oír con las orejas llantos, alaridos, voces, blasfemias contra Cristo Nuestro Señor y contra todos los santos; oler con el olfato humo, piedra azufre, sentina y cosas pútridas; gustar con el gusto cosas amargas, así como lágrimas, tristeza y el verme de la conciencia; tocar con el tacto es, a saber, como los fuegos tocan y abrasan las ánimas”. Ya desde la víspera se había dado como primer preámbulo de la composición del lugar, “ver con la vista de la imaginación la longura, anchura y profundidad del Infierno”… la execración del vicio lujurioso, para que cada uno de los ejercitantes mire su retrato y la misería.
Agustín Yáñez, en AL FILO DEL AGUA
No. 4, Agosto -1964
Tomo I – Año I
Pág. 81