De noche alguien te busca entre las aguas. Entre los moluscos y las diatomeas. Ya sube los escalones del insomnio, ya baja a sumergirse y a perderse. Abre los ojos, —su cielo se ha cubierto de espuma—. Todas las noches hace lo mismo: Sale de su casa, se sienta frente al mar y grita tu nombre. Yo lo sé porque lo he visto a través de mi ventana.
Ahora fabrica barcos de papel que las olas juegan a llevarse y a desaparecer bajo los lomos de jade, ¿Dónde estarán los barcos que soltamos ayer?, ¿en qué lugar se esconde tu pasado? Siempre es así: El pasado es un verbo que ya no puede conjugarse, marchito, inalcanzable.
Cierro la cortina y los ojos. Me vuelvo. Aquel hombre se ha quedado frente al mar, fiel a su oficio de evocar fantasmas. Contemplo tu retrato. Pienso en ti.
Salgo de la casa, me siento frente al mar y grito tu nombre. Cubro la playa con navíos frágiles y cuadriculados. “Un día el mar devolverá mis barcos, y con ellos, cada letra de tu nombre y tu sonrisa”.
Que extraño, desde la ventana de mi casa, alguien como yo, me observa.
César León
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 311