Espejo

De noche alguien te busca entre las aguas. Entre los moluscos y las diatomeas. Ya sube los escalones del insomnio, ya baja a sumergirse y a perderse. Abre los ojos, —su cielo se ha cubierto de espuma—. Todas las noches hace lo mismo: Sale de su casa, se sienta frente al mar y grita tu nombre. Yo lo sé porque lo he visto a través de mi ventana.

Ahora fabrica barcos de papel que las olas juegan a llevarse y a desaparecer bajo los lomos de jade, ¿Dónde estarán los barcos que soltamos ayer?, ¿en qué lugar se esconde tu pasado? Siempre es así: El pasado es un verbo que ya no puede conjugarse, marchito, inalcanzable.

Cierro la cortina y los ojos. Me vuelvo. Aquel hombre se ha quedado frente al mar, fiel a su oficio de evocar fantasmas. Contemplo tu retrato. Pienso en ti.

Salgo de la casa, me siento frente al mar y grito tu nombre. Cubro la playa con navíos frágiles y cuadriculados. “Un día el mar devolverá mis barcos, y con ellos, cada letra de tu nombre y tu sonrisa”.

Que extraño, desde la ventana de mi casa, alguien como yo, me observa.

César León
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 311

Momento crucial

Sabía que sí, pero dudaba. De pronto, un segundo bastó para confirmar la naturaleza impostergable de aquel acto. Para decidir “no más”. Para salvar de una vez por todas la brevedad que se cierne alrededor de un sólo instante; y que, sumadas, estas brevedades conforman la existencia.

Un segundo apenas, para poner en la balanza los elementos del problema. Ordenarlos de acuerdo a su importancia, origen y posibles consecuencias. No fue fácil. Hubo que remontarse a la historia, a la filosofía de las ciencias. Que sopesar las teorías maltusianas y las de Darwin.

Más de una vez, sus razonamientos la habían colocado ante el mismo dilema.

En esta ocasión, no obstante, nunca tanta conciencia había precedido a tan oportuno movimiento. Y llevándose la mano hasta la nuca, con un certero golpe ejecutó ipso facto al insistente y atrevido mosquito.

César León
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 328