El honrado, el valiente, el finísimo caballero don Pedro Aldao sintió un día rodeado su corazón por el rojo, el azul y el amarillo de la nueva bandera creada por Francisco de Miranda y se enroló en el ejército patriota de Nueva Granada. Pronto se le ascendió, por sus hazañas, a comandante. En Calabozo, al ser capturado por las fuerzas de Boves, se le degolló.
Su pálida cabeza, siete veces venerable y honesta, fue enviada a San Fernando, como trofeo, ensartada en la punta de una gruesa pica muy bien labrada. Cabeza y pica como un cirio o estandarte fúnebre fueron colocadas en la plaza de dicha villa.
Pasaron los meses, cayeron las lluvias y surgió una fugaz primavera. En 1818 José Antonio Páez al frente de sus bravos llaneros armados de largas picas se tomó con sus patriotas la villa de San Fernando y reconoció la cabeza del comandante Pedro Aldao colocada en el centro de la plaza. A la luz del atardecer relucía con fríos tonos cobrizos. Conservaba su piel apergaminada por cuanto había sido frita en aceite, el embalsamamiento bárbaro de entonces.
Páez ordenó a sus lanceros que guardasen silencio y que inclinasen la pica formando una V de la victoria para bajar, él mismo, la cabeza del héroe y darle sepultura. Pero al tomarla en sus manos sintió un rumor extraño. En seguida voló un pajarillo. Dentro de ella había un nido y dos polluelos también amarillos y este amarillo era idéntico al de la bandera de Miranda.
Páez guardó a los polluelos en su mochila y exclamó: —¡Lanceros, mirad, son amarillos; tienen el color de la patria…!
Antonio de Undurraga
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 645